Lo que sabemos sobre si castigar a los niños sirve para educarlos

Lo que sabemos sobre si castigar a los niños sirve para educarlos
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Un niño hace algo que consideramos erróneo, malo, que no nos gusta, o para lo que le hemos avisado previamente. ¿Qué hacer? Pues atendiendo a la norma social, castigarle. Y no solo al estilo educativo imperante entre padres e hijos, sino también al que se lleva a cabo en muchas escuelas: si un niño se porta mal, se le castiga para que modifique su conducta.

Es un método educativo que lleva mucho tiempo formando parte de nuestra sociedad y que está tan profundamente arraigado que lo hemos llegado a normalizar: quién no ha visto ninguna peli o serie en la que el protagonista adolescente se queda sin poder salir de casa días o semanas.

Ahora bien, que sea el método que la mayoría lleva a cabo, que esté en las escuelas y que nos parezca un buen método no quiere decir en realidad que lo sea. Más bien lo contrario: el castigo es un método poco educativo y por eso hoy vamos a hablar de lo que sabemos sobre si castigar a los niños sirve para educarlos.

Los castigos siguen presentes incluso en la educación formal

A pesar de estar en la época de la educación emocional, a pesar de que el autoritarismo imperante en la generación anterior ha sido bastante superado, los profesionales de la educación siguen sin saber muy bien qué hacer cuando tienen alumnos problemáticos.

Tal y como leemos en Mother Jones, en el curso 2011-12 el Departamento de Educación de Estados Unidos contabilizó 130.000 expulsiones y cerca de 7 millones de suspensiones en el curso de K-12 (chicos de 17-18 años), de un total de 49 millones de estudiantes. También se estimó que se produjeron cerca de 250.000 castigos corporales en las escuelas de EE.UU., es decir, que a pesar de todo, los niños problemáticos siguen recibiendo el mismo jarabe de palo que recibíamos en nuestra época o que recibieron nuestros padres, al menos por allá en las Américas.

¿Y qué pasa con los castigos? Pues que los estudios psicológicos más recientes nos dicen que, pese a que de manera temporal solucionas un problema, no estás yendo a la raíz del auténtico problema. Los actos de los niños tienen una causa primaria. Si eliminas el acto, la causa, la motivación para la mala conducta sigue ahí, y la consecuencia es que el niño, el muchacho, dejará de hacer esa mala conducta durante un tiempo (o quizás para siempre), hasta que la motivación vuelva a germinar y aparezca una nueva mala conducta en otro entorno, con otro profesor o cuando sea imposible que éste se entere de ello.

Elisabeth Gershoff publicó en el año 2002 un meta-análisis de 88 estudios con los que analizaba las consecuencias del castigo corporal en los niños. En dicha revisión, tal y como menciona el escritor y profesor Alfie Kohn en un más que interesante artículo contra los castigos, se concluyó que el castigo corporal de los padres se asocia a lo siguiente:

Disminución de la internalización moral, aumento de la agresividad infantil, aumento de delincuencia infantil y comportamiento antisocial, disminución de la calidad de la relación entre padres e hijos, disminución del nivel de salud mental infantil, mayor riesgo de ser víctima de abuso físico, aumento de la agresividad en la edad adulta, de riesgo de conductas delictivas y antisociales de mayor, disminución de la salud mental de adultos y un mayor riesgo de abusar de tus propios hijos o cónyuge.

¿Pero estamos hablando de castigo o de castigo físico?

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Estamos hablado de castigo. Porque el castigo físico es también un modo de castigo y el daño que produce no es tanto el físico, que también, sino la huella psicológica que queda en la persona. El dolor físico de un cachete en el culo o en la cara le dura a un niño segundos, minutos si ha sido más agresivo (recordemos que el castigo físico está prohibido por ley desde el año 2007, cuando se modificó el artículo 154 del Código Civil eliminando la frase "Podrán también corregir razonable y moderadamente a los hijos"), lo que permanece es la sensación de que aquel que debería ser su guía, su protector, su mentor, tiene el poder de hacerle daño psicológico y decidir por él cuál es el mejor comportamiento mediante el uso de métodos emocionalmente dañinos.

Y este es uno de los grandes problemas de hoy en día, que los niños acaban perdiendo la confianza en sus padres porque sus padres tampoco han confiado en ellos. ¿Qué mensaje recibe un niño cuando le amenazas con castigarle si hace algo o si deja de hacerlo? Citando a Kohn:

Nosotros les hemos dicho de antemano exactamente cómo vamos a hacerles sufrir si no obedecen. Esto comunica un mensaje de desconfianza ("No creo que vayáis a hacer lo correcto sin que temáis un castigo posterior"), que lleva a los niños a pensar comportarse de una manera o de otra en función de razones extrínsecas y no en función de su capacidad de hacer bien las cosas.

Un niño percibe que su padre o su madre no confía en él desde el momento en que su educación se mueve por amenazas, castigos, prohibiciones, premios o recompensas y un más o menos continuo deseo de controlar su comportamiento.

¿Y qué pasa cuando intentas controlar a otra persona? Imposible saberlo, porque pueden pasar muchas cosas y no depende solo de un factor y de un único entorno, pero a bote pronto se corre el riesgo de que sucedan dos cosas: que el niño acabe sometido, con su personalidad rota porque una persona más mayor, más fuerte y con más poder le ha dicho siempre lo que tiene y lo que no tiene que hacer (anulada, siempre esperando que los demás tomen las decisiones por él porque de pequeño se le hizo sentir incapaz de tomarlas por sí mismo) o que el niño vea la luz, sea la que sea, el día que sus padres no sean capaces de seguir controlándole, porque a partir de los 12 o 13 años la influencia de los padres deja paso a la del grupo de iguales y en ese punto es él quien decide con quién ir y con quién no y qué hacer y qué no con ellos.

Y ahí es donde un adolescente que escoge su manera de comportarse porque siempre ha elegido en base a su propia motivación y a sus creencias escogerá seguramente unas amistades diferentes a otro que siempre se ha comportado en base a lo que los demás le han dicho que tiene que hacer, quizás enfadado con sus padres y con ganas de sentir la libertad, por fin, de hacer todo lo que sus padres le han prohibido siempre.

Es decir, lo importante, cuando hablamos de niños, no es que se porten bien o hagan lo que consideramos correcto porque les ponemos motivaciones externas (si no lo haces te castigo, si lo haces, te premio) sino que lo hagan porque son ellos los que consideran que tienen que comportarse así, que la motivación sea intrínseca, que nazca de ellos mismos, de sus propios códigos éticos.

La regresión a la media de Kahneman

Daniel Kahneman es un psicólogo, ganador del "Premio Nobel" de Economía en el año 2002 por su aportación de la psicología en la ciencia de la economía, centrada sobre todo en el modo en que las personas toman decisiones. Ya en 1960 Kahneman protagonizó una situación en que mostraba por qué los castigos no eran tan maravillosos como muchos pensaban, explicando las consecuencias en base al principio de la regresión a la media.

¿Y qué es la regresión a la media? Según la definición de la Wikipedia, que me parece bastante acertada:

Si una variable es extrema en su primera medición, tenderá a estar más cerca de la media en su segunda medición y, paradójicamente, si es extrema en su segunda medición, tenderá a haber estado más cerca de la media en su primera.

Un ejemplo: un jugador de fútbol tiene como promedio anotador 20 goles por temporada. Si en el primer partido de liga anota 3 goles lo más probable es que en los siguientes marque uno o ninguno para que la estadística vaya acercándose a la media del jugador a medida que pasan los partidos.

Otro ejemplo es el de la homeopatía: mucha gente cree que funciona porque cuando la toma su salud mejora. Lo que no tienen en cuenta es que su estado de salud, una vez se deteriora de manera aguda, volverá a restablecerse por regresión a la media. Si te encuentras mal, muy mal, y te tomas cualquier cosa, tarde o temprano tu estado de salud mejorará porque lo habitual no es encontrarte siempre muy mal. La mejoría, pues, se debe a una vuelta a un estado de salud medio, y no a la toma de bolitas azucaradas.

Pues bien, lo que pasó en 1960 fue que Kahneman se dedicó durante un tiempo a dar clases de psicología del entrenamiento a los instructores de vuelo de las fuerzas aéreas de Israel. Sorprendido de que los instructores insultaran a sus alumnos hasta hacerlos llorar cuando una sesión de maniobras no era lo suficientemente buena, explicó que un experimento con palomas había demostrado que la recompensa parecía ser un mejor motivador que el castigo. Un instructor de vuelo saltó:

Con el debido respeto señor, lo que usted dice es para los pájaros.

Y añadió de manera acalorada que los pilotos, cuando lo hacían bien y recibían una alabanza siempre tendían a hacerlo peor. Sin embargo, cuando eran abroncados al hacerlo mal, tendían a hacerlo mejor.

Kahneman se dio cuenta de que lo que tenía delante era un clarísimo ejemplo de regresión a la media. El instructor creía que las siguientes sesiones de vuelo dependían de sus palabras, cuando lo que estaba pasando era fruto del azar, de la lógica.

Cuando un piloto tenía una mala sesión la siguiente, por lógica, sería mejor. De igual modo, cuando una sesión era buena, pese a las alabanzas, la siguiente no lo sería tanto. O si un piloto tenía varias sesiones malas, en algún momento mejoraría (creyendo el instructor que el resultado era su intervención), de igual modo que si un piloto lograba varias sesiones perfectas, por lógica, y a pesar de las alabanzas, en algún momento empeoraría.

Ahora, 55 años después, sabemos que los premios y recompensas no son tan educativas como se esperaba, pero gracias a Kahneman sabemos también que los cambios de comportamiento tras los castigos son también, en mayor o menor medida, fruto del azar, de la regresión a la media en el comportamiento de los niños.

Pero vamos a ver, ¿qué es un castigo?

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Vamos un poco atrás y así ordenamos ideas. El castigo se podría definir como aquella acción realizada por una persona que provoca aversión o desagrado en otra y que tiene como finalidad eliminar o corregir una conducta o comportamiento molesto o inadecuado.

Los más frecuentes son:

  • El tiempo fuera: prohibir al niño permanecer en el lugar o contexto donde ha exhibido una conducta considerada molesta o inapropiada (enviarlo a dormir, a su habitación, a la silla de pensar,…).
  • La retirada de reforzadores o estímulos positivos: prohibir cosas que le gustan al niño (ver la TV, la consola o tablet, ir al parque, salir a jugar con los amigos, etc.)
  • El castigo físico: hacer daño físico a los niños como consecuencia de algo que han hecho.

Pero, ¿acaso no han funcionado toda la vida los castigos?

Eso es lo que mucha gente piensa porque el castigo provoca lo que muchos quieren provocar: una lección. Que el niño sepa qué pasa cuando hace algo que no debe hacer. Y lo aprende, vaya si lo aprende, porque el castigo controla y detiene el comportamiento inadecuado.

¿El problema? Que un castigo no soluciona la razón por la que el niño lleva a cabo una mala acción y perfectamente puede volver a repetirla cuando saben que no serán vistos. Arregla el acto, pero no el problema.

¿Que de qué problema hablo? Pues depende. Un niño puede comportarse mal por muchas razones. La más habitual es la búsqueda de atención por parte de las personas que deberían proporcionársela, algo así como "si no estáis por mí, si no me hacéis caso, si no me siento querido, acompañado, buscaré vuestra atención de otro modo". No es que los niños hagan esa reflexión, es que sienten que les falta algo, o alguien, sienten ese vacío sin saberlo expresar y entonces piden "a gritos" (y entrecomillo porque esos gritos son el mal comportamiento) que sus padres lo llenen, que actúen, que cambien algo, que actúen como los verdaderos acompañantes, mentores y guías que deben ser.

Un castigo no soluciona la razón por la que el niño lleva a cabo una mala acción y perfectamente puede volver a repetirla cuando saben que no serán vistos

Otra razón puede ser la falta de autoestima, el venir de un hogar donde le hacen sentir inferior, humillado, precisamente por un estilo de crianza basado quizás en castigos, amenazas, insultos, gritos, que no tiene por qué ser muy constante o evidente. Se puede hacer mucho daño a un niño sin ser un maltratador nato. Basta con insultarle de vez en cuando, o decirle lo inútil que es y que nunca llegará a hacer nada de provecho en la vida para que lo crea. ¿Qué puede hacer un niño así? Pues buscar quizás el modo de sentirse alguien importante: y el camino no siempre será el adecuado. Que hablen de ti, aunque sea para mal, es una manera de que alguien hable de ti, ¿no?

Puede suceder también que un niño tenga dificultades para adaptarse a ambientes que tienden a estandarizar, como la escuela. Ahí se pretende que todos se comporten según unas normas y que logren unos hitos comunes. Más o menos todos los niños lo van logrando, pero siempre hay alguno, una de esas mentes libres, que no soportan la idea de pasarse ocho horas al día sentados en una silla haciendo lo que los demás le dicen que tienen que hacer. Lo que se suele hacer con ellos es moldearlos, doblegarlos, irlos metiendo en vereda, para que sean uno más: "Niño, aquí somos muchos y no puede ser tú vayas contracorriente".

Y claro, cuando tratas de doblar algo rígido corres el riesgo de romperlo. Y muchos niños se quejan antes de "romperse", portándose mal. ¿Y por qué doblegarlo? ¿No se supone que la escuela es ese lugar en el que un niño va a aprender en base a su motivación y donde los profesores tienen que ayudarle a potenciar las áreas que más le gustan y en las que más destaca? Bien, eso debería ser. Otra cosa es lo que acaba siendo. Seguro que grandes genios no han llegado a serlo porque no les han dejado innovar y les han obligado a hacer lo mismo que hacían los demás.

¿De qué sirve entonces un castigo en todos estos niños? Lo dicho, de poco. El problema seguirá ahí después del castigo. Anulamos una acción, pero la raíz sigue intacta y, si acaso, se agranda, se hace cada vez mayor.

Además, los castigos tienen efectos secundarios

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Porque si solo corrigieran los actos algo es algo, pero es que tienen un riesgo que es lo que los hace inaceptables.

La psicóloga infantil Marga Gutiérrez del Arroyo comenta en un interesante artículo que el castigo:

  • Afecta negativamente la autoestima: un niño que es castigado continuamente puede desarrollar el sentimiento de no valer y no hacer bien las cosas.
  • Produce ansiedad y miedos: esto a su vez puede interferir con el proceso de aprendizaje inhibiéndolo.
  • Dependiendo de la constancia y severidad de los castigos físicos y verbales, el niño puede empezar a tener problemas de autocontrol: ya que con el castigo, lo que en realidad aprende es a solucionar problemas por medio de la violencia y la agresión, en vez de a través de la reflexión.
  • Disminuye la confianza del niño hacia las personas: lo que hace que se retraiga y se tienda a aislar; dificultándose la integración social.
  • Crea una barrera en la comunicación entre padres e hijos: ya que la relación entre ambos se basa en el miedo y no en el respeto. Con el paso del tiempo, y si el método de disciplina sigue siendo el castigo físico y verbal, el miedo puede convertirse en resentimiento hacia los padres.

Y el último es, creo yo, el punto más terrible de todo el asunto: muchos niños acaban distanciándose de sus padres y les “castigan” a ellos negándoles la comunicación y generando rabia y necesidad de venganza (no siempre consciente). Muchos otros acaban perdiendo la espontaneidad y la creatividad (¿la niñez?) y se convierten en niños inseguros, temerosos y dependientes de la persona que lo castiga, pues evitan tomar decisiones que puedan ser erróneas y que puedan originar un nuevo castigo.

La importancia del día a día

Empezad la disciplina a temprana edad. Aclarad muy bien las reglas y reforzadlas de inmediato y con consistencia. Reforzad la obediencia con caricias y frases como: ¡Muy bien! ¡Qué bien lo has hecho! Y después de disciplinarlo, dile que le quieres y que lo haces por su propio bien.

Estos consejos, que muchas personas aplaudirían, compartirían y verían necesarios para criar y educar a los niños, no provienen de un libro de educación para niños, sino de un Manual para entrenar al Doberman Pinscher (probablemente ya desfasado, pues incluso los consejos para educar a los perros pasan en la actualidad por evitar los castigos).

Llevamos demasiados años educando a los niños como si fueran perros, es decir, buscando la obediencia ciega, el “que sepan quien manda”, el “ésta es mi casa y aquí mando yo” y el “que vean que la vida es dura”. La diferencia es que la naturaleza de los perros es ser serviciales y obedientes, pero la de los niños es ser libres.

Los diferentes estilos de educación

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En la educación autoritaria, esa que se dice ahora que deberíamos recuperar los padres (y que ojalá no vuelva), los niños no tienen ningún derecho. En la educación permisiva, esa en que los padres dejan que sus hijos hagan literalmente “lo que quieran” (que ni siquiera recibiría el nombre de educación, pues no se está educando), el niño tiene todos los derechos. En una educación más democrática, donde reina la comunicación y el respeto mutuo, los padres y los hijos comparten derechos. El castigo entraría a formar parte de la llamada educación autoritaria y el objetivo debe ser educar a un hijo para que viva en libertad, pero sin coartar la libertad de los que le rodean (“vive y deja vivir”).

Educar requiere paciencia y el trabajo de los padres o educadores debe ir encaminado, siempre que sea posible, a mostrar alternativas y elementos que inviten a reflexionar, no sólo sobre el comportamiento considerado inadecuado, sino también sobre las consecuencias que provoca en los demás.

La finalidad es que los niños sean personas responsables, autocríticas y autónomas pero con valores propios, es decir, siendo su modo de vivir auténtico, originado en sí mismo y no en la obediencia a un ser superior (los padres).

En palabras de Piaget:

La autonomía sólo aparece con la reciprocidad, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para hacer que el individuo sienta desde dentro el deseo de tratar a los demás como a él le gustaría que le trataran.

Para conseguirlo es necesaria la vía del diálogo y la comunicación, el ejemplo continuo de los padres en el día a día y la exigencia apropiada, siempre con amor. El castigo es “el camino rápido” para atajar un problema y su efecto sobre la conducta es temporal, difícilmente logra erradicar una conducta negativa de manera duradera y tiende a distanciar a padres e hijos y a humillar a los segundos.

Pero, ¿se puede educar sin castigos?

Sí, claro que se puede, pero la cuestión no se limita únicamente a castigos sí, castigos no, sino que va más allá. Se puede, y se debe, tratar de educar a los niños en base al respeto, con cariño, diálogo, cercanía y sin transmitir la violencia imperante en la sociedad de manera física, en modo de castigo ni a través del chantaje emocional, de la humillación, del abuso de poder, etc.

Se puede, y se debe, tratar de educar a los niños en base al respeto, con cariño, diálogo, cercanía y sin transmitir la violencia imperante en la sociedad de manera física, en modo de castigo ni a través del chantaje emocional

Es decir, queda mucho por hacer, pero hay que hacerlo, porque sino seguiremos cometiendo siempre los mismos errores y la sociedad no dejará de ser ese lugar en el que las buenas personas son consideradas tontas ("de bueno que es, es tonto y todos le toman el pelo") y donde las relaciones se establecen, cada vez más, en base al interés individual de cada una de las partes.

¿Cómo hacerlo? Pues empezando a entender las motivaciones que llevan a los niños a hacer las cosas que hacen, ayudándoles a entender sus sentimientos y expresarlos (muchas frustraciones y malas reacciones suceden por nos ser capaces de decir lo que les pasa y sentirse incomprendidos) y pasando mucho tiempo con ellos, hablando de muchas cosas, dialogando y creando así una relación de confianza.

La paciencia es un elemento importante también y el tener en cuenta que a veces vale más dar una alternativa que obcecarse en el "no". No olvidar que somos su espejo, y que aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos y, en definitiva, respetarles porque queremos que respeten.

Imágenes | Pixabay

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