¿Ha muerto el movimiento obrero? No en la India: 150 millones de personas protestan en las calles

¿Ha muerto el movimiento obrero? No en la India: 150 millones de personas protestan en las calles
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Kerala, Bengala, Odisha, Maharashtra, Karnataka y por supuesto Nueva Delhi. Varias ciudades indias de los cuatro puntos cardinales se han llenado de gente protestando contra la actual situación económica.

Han salido sobre todo trabajadores vinculados a una decena de mayoritarias organizaciones sindicales, que también han convocado huelgas que se están secundando, pero no sólo: en Kerala tradicional bastión de la izquierda, se paralizó el transporte, comercio y trabajo gubernamental. En Delhi algunos manifestantes atacaron la sede del Banco Estatal de India, en Thiruvananthapuram, mientras la mayoría marchaba hacia el Parlamente para cargar contra Modi y todo lo que simboliza.

Es la tercera gran huelga, después de la de 2015 y 2016, vivida bajo el mandato del actual gobierno, cuyo primer ministro es Narendra Modi en representación del partido conservador y nacionalista hindú Bharatiya Janata Party. Las cifras de asistencia están en duda, ya que sólo las han dado los convocantes, pero parece que el apoyo ha sido similar a los dos casos anteriores: entre 150 y 200 millones de ciudadanos para una población de 1.300 millones. Se dice pronto.

Por qué se ataca al Gobierno

En 2014, y apenas llegó al poder, Modi y su equipo se planteó modernizar y liberalizar un país tradicionalmente gobernado por fuerzas socialistas conservadoras y que tenía unos niveles de corrupción y requerimientos burocráticos que torpedeaban su desarrollo. Si en los años 80 un chino medio era el doble de pobre que uno indio, en 2017 esta relación se había invertido.

Su receta (revisada y ampliada con una nueva ley hace unos meses) ha sido la de abaratar los despidos, eliminar parcialmente las inspecciones laborales, simplificar y relajar otras formas de intervención gubernamental sobre la dirección de las empresas, rebajar los derechos de los trabajadores a formar sindicatos o ir a la huelga y eliminar buena parte de los subsidios laborales, especialmente en el importantísimo sector agrícola (la mitad de la población activa).

Fuera de este marco, pero también perjudicando al ciudadano de a pie, Modi fue privatizando el sector público, prohibió la circulación de billetes grandes e implantó el IVA, que prácticamente no existía en la India hasta entonces.

A cambio, se animaba a las empresas a contratar a tiempo completo y de forma indefinida, se prohibía el trabajo infantil, se daban ayudas a la maternidad y se prometían futuras garantías en salud y seguridad social, como un plan de pensiones. Es decir, se fomentaba una protección del ciudadano más acorde con lo que nosotros conocemos.

El BJP (el partido de Modi) dijo que todo esto desahogaría al país de su presión de la deuda, incentivaría a las empresas extranjeras y prometió a los indios un crecimiento de 10 millones de puestos de trabajo cada año durante las próximas dos décadas. Y ya se sabe: según la teoría, a más trabajos, más competitividad y mejores salarios.

Salvo porque, ups, el empleo no había crecido en 2016 y 2017 y ha retrocedido un 0.1% en 2018.

Además, las reformas sanitarias y de protección social, como las pensiones, sólo se han aprobado a medio gas o están aún paralizadas. La economía informal, esa con la que quería acabar el Gobierno, era brutal: un 68% de los trabajadores habituales y un 94% de los eventuales ni siquiera tienen contrato de trabajo, con lo que la economía paralela, esa que circulaba con billetes grandes, también se ha ido destruyendo sin un repuesto.

No todo va a ser culpa de Trump

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Aún no se puede considerar que esté en recesión, pero como le está sucediendo a otras monedas de países emergentes, la rupia está cayendo. Concretamente, un 12% frente al dólar entre principios y finales de 2018. Y todo lo demás en cascada: el precio de los productos básicos de la cesta de la compra aumentan un 15%. El precio de muchos de los productos indispensables derivados del petróleo ha aumentado hasta un 35%. Los agricultores cuentan que fertilizantes esenciales de su trabajo se encarecen otro 15%.

India, con un déficit de exportaciones frente a las importaciones, también importa más del 80% de su petróleo.

El Gobierno achaca todos los males de la situación a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, pero no es fácil calcular si ha sido así o se trata de una combinación de factores. Según los análisis, el año pasado el número de nuevos proyectos de inversión anunciados en India cayeron un 38.4%, y la finalización de proyectos cayó un 26.8% con respecto al año anterior.

La demonetización, la destrucción de un 85% de la liquidez del país en poco tiempo debido a la salida de circulación de los billetes de 500 y 1.000 rupias, también llevó momentáneamente a un colapso económico (y a la bancarrota de familias y negocios) que, según los expertos, ha acentuado la ralentización de la economía india.

Curiosamente, uno de los sectores más afectados ha sido el agricultor de las zonas rurales, donde vivían los votantes que más apoyaron al BJP. En consecuencia, en las últimas elecciones regionales se ha comprobado cómo los campesinos les están dando la espalda.

La India de la hoz y el martillo

Hasta hace cuatro años la primera fuerza parlamentaria del país había sido el Partido del Congreso, el más antiguo de todos y el que había controlado el poder durante casi toda la historia democrática de la nación. Esta ha sido la primera oportunidad de un gobierno de derechas de demostrar las mejorar que podían hacer en el país. En vista de las manifestaciones de esta semana, está claro que hay un descontento laboral, y eso sin contar las persecuciones de sindicatos, ONGs y musulmanes de las que está haciendo gala el Gobierno de Modi, aunque las persecuciones religiosas y culturales se han hecho también en mandatos anteriores.

Pero es que además muchos ciudadanos podrían ahora mirar a Kerala, uno de los 34 estados del país, que se mantiene como desde hace décadas gobernada por coaliciones entre izquierdistas y marxistas y que es el paraíso territorial del país: con una suma de impuestos directos e indirectos de casi el 75% del salario de los ciudadanos, ha eliminado la importancia de las castas, ha aumentado enormemente su alfabetización, su sanidad, su salubridad, sus comunicaciones y hasta su esperanza de vida. Aunque su crecimiento económico no está entre los más altos de los estados de la nación, sí lo es en calidad de vida e inversión extranjera.

La población india, que estaba gobernada hasta hace poco por un partido comunista, no condena esta ideología como se hace en occidente. También los sindicatos han estado muy activos en la historia del país tanto para los trabajos formales como los informales, y las últimas batallas con el gobierno actual parecen haberle dado nuevos apoyos.

Así que sí, es posible que el movimiento obrero y el comunismo no hayan muerto del todo. No, al menos, en la India.

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