Lo que la ciencia dice sobre los ejercicios para "poner en forma nuestro cerebro"

Lo que la ciencia dice sobre los ejercicios para "poner en forma nuestro cerebro"
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A veces parece que todo el mundo quiere ser más inteligente. Es normal, los científicos que estudian la inteligencia nos dicen que es el mejor predictor de éxito que tenemos: predice las calificaciones escolares, el puesto de trabajo, el nivel socioeconómico, la belleza de nuestra pareja, etc. Es algo, como vemos, tremendamente jugoso. Sobre todo, si viene empaquetada en una cómodo app como hacen Lumosity, Cogmed o BrainHQ.

Qué pena que no sirva para nada. Porque, y prometo que voy a tratar de ser lo más suave, prudente y conciliador posible, todo apunta a que la industria del 'entrenamiento cerebral' (una industria de más de mil millones de dólares) es un inmenso y colosal bluff.

Tampoco pido tanto

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No quería hablar de Fausto, pero no me va a quedar más remedio. Igual no lo conocéis. Fausto hubiera sido nuestro Michael Jordan, nuestro Albert Einstein o nuestro Justin Bieber. Un tipo genial, brillante y que saludaba en el ascensor. Un diez. Podéis pensar en la persona más inteligente que conozcáis, alguien que con doce años sea capaz de recitar el Ulises de Joyce de memoria, alguien que resuelva las ecuaciones de la teoría de cuerdas como si fueran sudokus. Da igual. Imaginadla bien.

Porque quiero que cuando os diga que Fausto lo haría parecer un niño idiota, lo entendáis literalmente. Fausto no es que estuviera dotado, es que era el don mismo. Todo lo que hacía: física cuántica, danza, lenguas semíticas muertas, todo. Todo le salía a él de manera natural, como a nosotros respirar.

Durante buena parte de su vida, su único objetivo era saber más; saber mejor; conocer más profundamente los misterios de la realidad y el universo. Pero no era fácil. De hecho, era tan difícil que, como Isaac Newton, primero estudió toda la ciencia de su época y, después, se volvió a la magia, la alquimia y las naves del misterio. Y viendo que nada funcionaba, que nada colmaba su hambre, se molestó un poco. Casi se desesperó. Hasta que alguien le ofreció un pacto. Llámalo Mefistófeles, llámalo 'brain training'. Un pacto con en el que, y tampoco quiero hacer spoilers, solo podía salir perdiendo.

El diablo se escribe con g

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Estoy convencido de que, si Goethe volviera a escribir Fausto, Mefistófeles (uno de los entrenadores de pokémons de Lucifer) sería visitador médico. Y lo que le vendería a Fausto sería una terapia génica revolucionaria que lo haría un superhombre tan alucinante que dejaría el sueño de Nietzche a la altura del betún.

Eso sí, el libro sería igual de polémico porque, al fin y al cabo, la inteligencia es algo tremendamente polémico. Mucho. Y su heredabilidad aún más. Por alguna extraña razón nos parece razonable decir que alguien es buen deportista porque tiene una buena genética, pero en cambio es poco razonable afirmar que alguien es inteligente porque le viene de familia.

La inteligencia es uno de los descubrimientos más sólidos y más polémicos de la ciencia

Da igual que la inteligencia (el factor g) sea uno de los descubrimientos científicos más sólidos de la historia. Da igual que sepamos, negro sobre blanco, que esa misma inteligencia tiene una heredabilidad altísima. Da igual que expliquemos que eso no tiene una lectura sociopolítica unívoca porque, en fin, la ciencia no va de valores sino de hechos. Da igual todo eso. Si alguien habla de la inteligencia en voz alta: las cejas se arquean. Es una ley universal al mismo nivel que la de Godwin o la de Murphy.

Sin embargo, pese a todas las susceptibilidades, parece que hay muchas personas que quieren ser más inteligentes. O lo que es lo mismo, hay un mercado muy importante (a.k.a. mucho dinero) de clientes que quieren mejorar sus capacidad cognitivas básicas (y no tan básicas).

¿Es eso posible?

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Por lo que sabemos hasta ahora, no. No existe evidencia científica sólida que diga que el 'entrenamiento mental' sirva para algo. En 2013, el New Yorker publicó una pieza en la que ya se avisaba que todo esto era una pantomima. El 20 de octubre de 2014, 75 científicos coordinados por la Universidad de Stanford y el Instituto Max Plank para el Desarrollo Humano publicaron una declaración que resumía el consenso científico sobre la industria del entrenamiento mental.

La literatura científica no apoya que el entrenamiento mental mejore el rendimiento cognitivo o prevenga la enfermedad cerebral

El texto de la declaración era, por sí mismo, bastante claro. Decía que "la literatura científica no apoya las afirmaciones de que el uso de software basado en juegos mentales altere el funcionamiento neuronal de forma que mejoren el rendimiento cognitivo general en la vida cotidiana (o impidan el enlentecimiento cognitivo o la enfermedad cerebral)".

No obstante, algunos estudios afirmaban que se producían mejoras en la inteligencia fluida y varios metaanálisis confirmaban que esas mejoras existían. ¿Cómo es posible? Fundamentalmente por problemas metodológicos; derivados de extender cheques científicos que a día de hoy no pueden pagar. Tan poca confianza hay en estos estudios que muchas listas de experimentos a repetir los sitúan en cabeza. Y cuando se intentan replicar no se consigue (ni a la tercera).

La más que dudosa industria del entrenamiento mental

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Por ser indulgentes. La industria ha estado relacionada con numerosos y turbios problemas desde hace años. Problemas que van desde la mala ciencia a la publicidad engañosa.

A principios de año, Lumosity (una de las empresas de referencia en el sector) acordó pagar 2 millones de dólares por publicidad engañosa. Según la Comisión Federal de Comercio de EEUU, Lumosity (y por extensión muchas de estas empresas) se aprovechó del miedo al deterioro cognitivo para vender un producto que sencillamente no funcionaba.

Y, con mayor o menor cuidado, ese ha sido el modus operandi de las grandes empresas de entrenamiento mental: explotar el miedo. El miedo a no ser lo suficientemente bueno, a no conseguir nuestros sueños. El miedo a que la edad acabe por rompernos, a que en el horizonte de la vejez dejemos de ser lo que somos. Pero el miedo, como en el caso de Fausto, no es un buen consejero a la hora de tomar decisiones.

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