¿Por qué nos gusta tanto el miedo?

¿Por qué nos gusta tanto el miedo?
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Una de las emociones básicas de cualquier ser humano es el miedo. Aunque a veces nos lo encontramos de formas muy elaboradas y llamativas, en realidad se trata de una elaboración muy sencilla.

Hoy, ya que estamos tan cerca de Halloween, os vamos a explicar cómo se hacen los más elementales, por qué nos gusta tanto pasar miedo y, además, os daremos algunos trucos para que podáis hacerlo en casa sin ningún problema.

Musofobia. Receta

Ingredientes para una ración

  • Para el fóbico: Necesitaremos un bebé de unos nueve meses. En realidad, la edad es lo de menos, pero nos interesa hacer un genuíno miedo casero y es deseable evitar que los niños vengan con miedos de casa. Por eso , es preferible asegurarse de que no tenga miedo a los animales (sean ratas, conejos, perros o monos). Además y preferiblemente, necesitaremos uno sano y poco dado al berrinche: así, el resultado será mucho más espectacular.
  • Para la fobia: Lo ideal es un animal aparentemente inofensivo. Yo suelo usar ratas blancas porque puedo sacarlas a escondidas del laboratorio donde trabajo. Pero un gatito o cachorrillo también servirán.
  • Utensilios: Lo que mejor me funciona es una maza y una plancha de metal. Pero yo soy de la vieja escuela, lo importante es conseguir un ruido estruendoso y desagradable por lo que muchos robots de cocina también pueden ser de utilidad.

Cómo hacer musofobia

Añada la rata limpia y desparasitada a un habitáculo en el que haga dejado al niño previamente. No es recomendable escaldar la rata por motivos éticos. Ahora viene una pare importante, no se despiste. En cuanto el niño toque a la rata, golpee la plancha metálica con un mazo. Recuerde que necesitamos un sonido aterrados, así que no escatime en alaridos o trompetas. Sea creativo. Si lo hace bien, en menos de siete golpes (preferiblemente divididos en dos sesiones semanales) el niño llorará desconsoladamente con solo ver la rata.

Enhorabuena, ya tenemos una fobia recién hecha. Para conservarla en perfectas condiciones basta con hacer algunas sesiones de recuerdo de vez en cuando. Por lo demás, en este caso, he hecho la receta con ratas. Pero basta con cambiar el animal principal para obtener una rica aracnofobia o una vistosa hematofobia.

Paren, paren. Que es broma.

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O más que una broma, una versión ligeramente dramatizada del 'Pequeño Albert', uno de los experimentos clásicos de la psicología. John Watson y Rosalie Rayner publicaron en 1920 un artículo llamado "Conditioned emotional reactions" en el que describían cómo le habían creado una fobia a Alberto, un niño de unos nueve meses de edad.

Más allá de las cuestiones éticas, el pequeño Albert fue el pistoletazo de salida de la investigación experimental sobre el miedo. Decía Arthur Westermayr en 1915 que "desde el principio del pensamiento humano, el miedo se ha mirado con desprecio". No sé si la cosa llegaba a tal punto, pero es cierto que hasta una época muy reciente no hemos investigado en profundidad una emoción que lleva encendiendo velas de sebo, aceite o cera desde el principio de los tiempos. O, bueno, ejem, desde que existen.

¿Qué es el miedo?

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Imaginad por un momento que el mundo fuera en blanco y negro como las películas antiguas pero que, además, tuviéramos la capacidad de colorear las cosas para tenerlas organizadas. Por ejemplo, podrías colorear de rojo intenso las cosas que fueran peligrosas, de azul celeste las cosas cómodas y de rosa chicle, las que te encantaran. La verdad es que sería muy práctico: si vamos tranquilamente por la calle y vemos una masa enorme coloreada de rojo, tendríamos cuidado; en cambio, si todo fuera verde semáforo, podríamos dejar que los niños jugaran en el parque sin preocuparnos demasiado.

Pues eso, más o menos, son las emociones; procesos psicológicos que señalizan por la vía rápida posibles peligros, estreses o serenidades. En realidad, son sistemas interesantísimos porque no solo nos activan (o nos desactivan) fisiológica y conductualmente sino que lo hacen en un sentido concreto y tras una valoración rápida de la situación. Lo que en términos técnicos llamamos 'una perita en dulce'.

¿Cómo reaccionamos (psicológicamente) al miedo?

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El miedo (el color con el que coloreamos los estímulos peligrosos) es seguramente la emoción mejor entendida, científicamente hablando. Y la amígdala, una estructura en forma de almendra en el sistema límbico, es considerada como la Grand Central del miedo en el cerebro, signifique lo que signifique eso.

Básicamente, activa algo de lo que hemos hablado en otras ocasiones "una reacción de lucha o huida". Como sentarse en el suelo y sopesar tranquilamente todas las opciones es poco práctica ante un peligro, la reacción es básicamente correr, esconderse o atacar.

A nivel químico, el miedo es un cocktail bien cargadito de catecolaminas y glucocorticoides

Las tres opciones tienen el mismo correlato fisiológico: nuestras pupilas y pulmones se dilatan, se nos dispara el corazón y se liberan catecolaminas - como la adrenalina o la noradrenalina - que nos acaloran y nos dan energía y de glucocorticoides - como el cortisol - que nos elevan el nivel de azúcar en sangre y tienen efectos antiinflamatorios.

Aunque, aquí entre nosotros, las emociones son un follón y no solo para los enamorados. En el fondo, y como hemos visto, las emociones son un gps vital y, claro, a veces se pierde y nos tiene recalculando todo el rato. El miedo es un mecanismo muy interesante porque de sus movidas nos vienen problemas psicosanitarios serios como la ansiedad, las fobias o el estrés postraumático.

Pero, ¿Por qué nos gusta el miedo?

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Margee Kerr, socióloga-in-residence en ScaredHouse, la casa del terror de Pittsburgh, lo tiene claro: porque si quitamos el peligro en sí (es decir, si estamos en un entorno seguro) nuestra reacción fisiológica es muy divertida.

Si quitamos el peligro, pasar miedo es francamente divertido.

Además, superar una situación estresante nos deja una sensación de autoconfianza (¡Yo sobreviví!) que nunca viene mal. Como dice Keer, no hay que ir a las Casas del Terror, basta con ver la historia de las montañas rusas y otras atracciones para ver que las emociones fuertes son tremendamente divertidas.

Es cierto que no todos son capaces de disfrutar genuínamente del miedo (probablemente debido a nuestra historia de aprendizaje). Yo, sin ir más lejos, lo paso mal hasta con los capítulos de Halloween de los Simpsons, pero vista las taquillas que hacen las películas de terror somos una minoría. Así que nada, disfruten de la inminente (ouch) Noche de Difuntos y, por el amor de Dios, cuídenme a los bebés de nueve meses.

Imágenes | Joseph Antoniello, 44444 U.A.E, Moyan Brenn

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