¿Qué está pasando con el proceso de paz de Colombia?

¿Qué está pasando con el proceso de paz de Colombia?
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Se habían generado muchas expectativas alrededor del Proceso de Paz en Colombia. Se había logrado, aparentemente, unir a los colombianos en torno a un objetivo común, cosa casi quimérica para el que conozca mínimamente a la diversa social del país andino. El presidente Juan Manuel Santos contaba con el apoyo de la sociedad civil y había logrado unanimidad en la comunidad internacional en torno al proceso.

Es más, había conseguido llegar más lejos que nunca antes, lo que le valió la ratificación a su esfuerzo en forma de reelección presidencial hace exactamente un año. Y sin embargo hoy, la Paz en Colombia parece tan lejos como el día de la ruptura de los Diálogos del Caguán.

Ocurre esto a pesar de las precauciones tomadas por el gobierno y los miembros de la mesa de negociación. O precisamente por eso, por permitir que su cautela haya acabado convirtiéndose en un obstáculo para una negociación que requería gestos más ambiciosos.

La negociación iba a llevarse a cabo sin ceses al fuego por parte del ejército nacional ni zonas despejadas de vigilancia militar

La impresión antes del infausto 14 de abril de este año era de compromiso, de esfuerzo por lograr el objetivo aunque las negociaciones parecían haberse encallado meses antes. Se había logrado superar la crisis tras el secuestro del General Rubén Darío Alzate en una misión de oscuro objetivo. Como muestra de buena voluntad la guerrilla declaró el alto al fuego unilateral, reconociendo el error cometido y dejando la pelota en el balcón del gobierno, presionado por el uribismo para que no respondiese de forma recíproca a la propuesta.

La inacción por parte del Estado colmó la paciencia de la guerrilla, yéndose todo al traste tras la masacre de la vereda La Esperanza (Cauca), ataque en el que fueron asesinados, con nocturnidad, once soldados y otros veinte fueron heridos de gravedad. Ambos bandos eran conscientes de que la negociación iba a llevarse a cabo sin ceses al fuego por parte del ejército nacional ni zonas despejadas de vigilancia militar, pero es evidente que en el seno de las FARC pocos entendieron cómo podían seguir siendo perseguidos tras un gesto de buena voluntad como el mostrado meses antes.

Su desmedida reacción puso al presidente en un compromiso, atosigado por Álvaro Uribe para que levantase la mesa de negociación. Y la respuesta, el reinicio de los bombardeos por parte del ejército, no se ha hecho esperar.

¿Qué pasó el 14 de abril?

Con el alto al fuego unilateral declarado por las FARC aún consolidándose, aún con la sombra del escepticismo pendiendo sobre él, un destacamento de la Fuerza de Tarea Apolo del Ejército Naconal fue masacrado mientras descansaba en un polideportivo de la Vereda la Esperanza, en la región del Timbio en el Departamento del Cauca. El ataque fue totalmente inesperado, rondaban las once y media de la noche, y la lluvia de plomo no dejó margen de reacción.

Cuentan los supervivientes que no pudieron hacer nada, en pocos minutos la calma les permitió descubrir los cadáveres de once de sus compañeros mientras oían los gritos de otros veinte que se encontraban heridos de gravedad. La imagen era un caos, y la conmoción corrió como la pólvora al día siguiente, cuando la reacción del presidente Juan Manuel Santos fue anunciar el regreso de los bombardeos contra la guerrilla mientras la oposición clamaba por el fin de los Diálogos en la Habana.

El ataque fue inesperado, inoportuno e inexplicable. Y obligó al gobierno a tomar una decisión que no estaba en la hoja de ruta

Nadie logra comprender por qué había pasado esto, qué necesidad tenían las FARC de atacar a un destacamento del ejército que solamente hacía funciones de vigilancia y romper con ese ataque una entonces cercana posibilidad de tregua bidireccional que habría consolidado el Proceso de Paz.

La intención de las FARC al declarar el alto al fuego unilateral era detener los bombardeos en su contra, lograr el cese bilateral y reducir la posibilidad de cárcel para los guerrilleros sin delitos de sangre o extorsión. El ataque alejaba todo objetivo, significaba desandar todo lo avanzado tras la liberación del general Rubén Darío Alzate.

Evidentemente el ataque pone en cuestión la disposición de las FARC a avanzar en la solución pacífica del conflicto, rearmando a los que consideran que la salida negociada es un error y que la rendición en el campo de batalla es la única solución posible. El gobierno tiene difícil mantener el impulso sin caer en contradicciones ni dar pie al discurso de la impunidad en que se resguarda la oposición uribista. El ataque en la Vereda la Esperanza no solamente acabó con la vida de once soldados, tiene desde hace dos meses tambaleándose al equipo negociador en la Habana.

¿Ha pasado ya esto antes?

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El ex-presidente Andrés Pastrana conversando con Alfonso Cano, uno de los líderes de las FARC en 2001

A pesar del empeño mostrado por el gobierno para que la situación actual no acabase siendo análoga a la sucedida en San Vicente del Caguán, Colombia tiene en mente lo que pasó hace casi veinte años, con el fracaso de los diálogos de paz encabezados por el ex-presidente Andrés Pastrana.

Las circunstancias sociopolíticas actuales no son las mismas que entonces, pero la desconfianza entre ambos bandos sigue siendo un obstáculo aparentemente insalvable. También entonces se generaron muchas expectativas, se logró apoyo y mediación por parte de gobiernos como el español o el francés, pero en aquel momento las FARC tenían otros planes, se sentían más fuertes y consideraban que el uso de la fuerza no suponía un obstáculo para la consecución de sus fines.

El fracaso negociador de Andrés Pastrana marcó su mandato y las políticas antiguerrilla de los gobiernos de Álvaro Uribe

Los asesinatos del negociador Diego Turbay y de la ex-ministra Consuelo Araujo, junto al escándalo de la Silla Vacía (el desplante del guerrillero Manuel Marulanda Vélez al presidente al inicio de las negociaciones) generaron una presión asfixiante para el gobierno. La creación de la zona desmilitarizada había sido un fracaso, permitiendo a las FARC rearmarse, reforzarse y fortalecerse económicamente sin presión por parte del ejército.

Cuatro años después del inicio de los Diálogos del Caguán el gobierno se rindió, ahogado por la pila de cadáveres a espaldas de la guerrilla y asediado por una oposición que pretendía tomar partido de su fracaso en la negociación. Andrés Pastrana cometió errores imperdonables, realizó concesiones hoy inconcebibles sin lograr imponer el monopolio del uso de la fuerza por parte del estado. Su fracaso marcó el fin de su mandato y retrató a la sociedad colombiana de la durísima crisis del cambio de siglo. El Caguán marcó no solo el devenir social en años venideros, sino que se ha convertido en una referencia insalvable en el intento actual de alcanzar la paz.

¿Se ha avanzado en la negociación? ¿Hasta dónde?

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Iván Márquez, negociador de las FARC en el proceso de paz

Más allá del estancamiento en las negociaciones o el regreso de la violencia, el principal peligro para el proceso de paz es el pesimismo en el que se ha sumido la sociedad colombiana, el regreso de la impresión de que es imposible alcanzar una paz negociada mientras haya fusiles debajo de la mesa.

La victoria de Juan Manuel Santos en las elecciones presidenciales de junio de 2014 supuso en un primer término un espaldarazo a unos diálogos que hoy cuentan con un acuerdo en tres puntos fundamentales. El pueblo colombiano está cansado de un conflicto que dura ya 60 años y sobre el que ya casi nadie es capaz de hablar con certeza sobre causas y objetivos. El regreso de los bombardeos, de los escarceos y de los sabotajes ha borrado todo esto de un plumazo a pesar de que los avances logrados son importantes, mucho más de lo que se había logrado en los innumerables intentos anteriores.

La oposición ha logrado monopolizar el debate, minimizando los logros y magnificando los ataques de las FARC

La negociación debería estar en un punto de no retorno: con la discusión al respecto de la reforma agraria, la integración en la vida política de los guerrilleros y el tratamiento del narcotráfico en buen término, con los programas de desminado (no olvidar que Colombia es el segundo país del mundo con más minas antipersona) en los que las FARC y el ejército están colaborando... Con la consideración, al fin, de que lo que existe es un conflicto y no la simple enajenación de un grupo terrorista.

Sin embargo la presión ejercida por la oposición parece estar pesando más que previo el clima favorable gracias a la colaboración y acompañamiento a nivel nacional e internacional. Si ya durante la campaña electoral del año pasado toda la artillería política se dirigió a frenar el proceso de negociación con el fin de obtener rédito electoral, hoy el bombardeo en Redes Sociales y medios de comunicación es continuo, aprovechando que la Guerrilla no está sabiendo, o no está queriendo, demostrar un real implicación con el proceso, incapaces de controlar sus tropas y sin realizar gestos que permitan a la opinión pública su verdadera intención de alcanzar una paz negociada.

Puede decirse que, a pesar de todo, hasta el pasado 14 de abril las cosas avanzaban aceptablemente bien. Se iba más lento de lo esperado y deseado, pero más allá de la erosión del proceso, los acuerdos alcanzados pesaban mucho.

¿Qué va a pasar ahora?

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Responder a esta pregunta es complicado pues la impresión es que ninguna de las dos partes tiene todas las cartas sobre la mesa. Mientras el gobierno exige a la Guerrilla que mantenga el alto al fuego unilateral, las acciones del ejército encaminadas a “dar de baja” (eufemismo contraproducente) a miembros de las FARC se suceden. Mientras la Guerrilla exige al gobierno que frene su actividad bélica contra ellos, los negociadores abandonan la mesa y cogen el fusil para echarse a la selva.

En el momento en el que el gobierno introdujo en su discurso los conceptos “guerra” o “conflicto armado” se despertó el deseo de que esta consideración conllevase la también consideración de víctimas en ambos bandos, situación fundamental de cara a cerrar heridas a pesar de la siempre presente retórica de vencedores y vencidos y siendo éste el próximo punto a cerrar en las negociaciones.

La alusión al derecho a la legítima defensa por parte de las FARC tras el ataque en la Vereda la Esperanza es indefendible, como también lo son las escaramuzas y sabotajes que han tenido recientemente sin luz a un puerto crucial para la economía del país como es el de Buenaventura. Éstas son las acciones que levantan la barrera del escepticismo y la desconfianza, el no responder a la exigencia por parte de la sociedad colombiana con gestos que demuestren que la paz es un objetivo real, independientemente hoy de las acciones que pueda llevar a cabo un ejército acorralado por la presión de la opinión pública.

Mientras esto sucede, la posibilidad de que el proceso de paz llegue a buen término va diluyéndose, quedando en el olvido todo lo avanzado durante la negociación y ganando protagonismo la sangre y los exabruptos lanzados por el uribismo. Van casi 60 años de conflicto, más de 220.000 fallecidos y más de 6 millones de afectados entre heridos, secuestrados o desplazados por el conflicto, todas razones de peso para retomar las negociaciones donde se quedaron y para que ambos bandos hagan esfuerzos sin precedentes con el fin de recuperar la credibilidad perdida.

Colombia se había marcado como objetivo entrar en la OCDE para el año 2016 con la esperanza de que la retirada de la violencia del narcotráfico y el proceso de paz permita al país recibir la inversión extranjera e invertir en gasto social lo que había venido gastando en la guerra, es decir, lo necesario para dejar de ser el país más desigual de Sudamérica.

Aunque estos últimos acontecimientos alejan al país andino de su objetivo tanto o más que la caída en el precio del petróleo o la escalada del dólar, lo doloroso es la impresión de que una Colombia sin violencia es imposible. La sociedad colombiana está fatigada de un conflicto que ya no comprende, que se ha convertido en un modo de vida para muchos y en un obstáculo para el resto. Es ahora o nunca, ninguno de los dos bandos puede dejar pasar esta oportunidad. Retomar la negociación donde se quedó es la clave.

Fotos | Cordon Press

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