Yo fui adolescente en la era Tuenti

Yo fui adolescente en la era Tuenti
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Tuenti podría estar al punto del deceso. No la operadora móvil, sino la red social. "¿La qué?", pueden haberse respondido una respetable mayoría de los lectores. Ahora destinada a su muerte, Tuenti fue un día la red social más importante de todos los jóvenes españoles, capaz de enfrentarse cara a cara con Facebook y de representar el nodo de socialización más importante de toda una generación de adolescentes y no-tan-adolescentes inmersos en plena vida universitaria. Allí quedó, allí pervivirá. Para todos aquellos que no lo vivisteis, aquí una pequeño recorrido personal-universal a través de Tuenti.

1. Tuenti lo era TODO

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The place to be, la plaza del pueblo, el patio del recreo, el bar más concurrido del barrio. Si tenías entre quince y veintiún años y no estabas en Tuenti simplemente te estabas perdiendo el único lugar que importaba por aquel entonces en el mundo. Salías del colegio o de la universidad y, al llegar a casa, entrabas en Tuenti. Una vez, dos veces, mil veces. Tuenti era Instagram, Facebook, Whatsapp y Snapchat todo al mismo tiempo, una radiografía permanente de tu vida y el lugar donde socializabas.

2. Pero era importante no estar allí

Nadie quería quedarse fuera, pero nadie quería estar demasiado tiempo en Tuenti. Se hacían los interesantes, que cantaba La Costa Brava. ¿Viernes por la noche y conectado en el chat de Tuenti? Eso sólo podía significar una cosa: estás en casa y no has salido. Mala señal, esas galerías fotográficas espantosas en las que una amiga de tu amiga subía doscientas fotos de la noche anterior no se van a rellenar solas, ¿sabes?

3. Sobre todo, era importante que no te encontraran

Todos sabíamos lo que había. Aunque Tuenti era el lugar donde siempre querías vivir, también era el manifiesto de lo que podía llegar a ser una vida entre la adolescencia tardía y el despertar ingenuo de la primera madurez. Fotos descamisado en un bar ahora ya cerrado, comentarios posiblemente poco afortunados en tu tablón, más fotos tirado en un parque bebiendo de una litrona, memes abiertamente ofensivos donde dejabas correr tu ingenio literario. No querías que nadie encontrara eso, así que utilizabas pseudónimos.

¿Un futuro laboral hipotecado por Tuenti? Llevábamos un Guillermo Zapata dentro.

4. No contabas tu vida, tu vida pasaba

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Hay una diferencia sustancial en el modo en que usamos nuestras actuales redes sociales y el modo en que utilizábamos Tuenti. Ahora cuentas qué opinas sobre un tema o grabas vídeos y tomas fotos en directo de lo que te está pasando. Facebook, Snapchat o Instagram son herramientas narrativas, Tuenti no lo era. Allí se volcaba tu vida en forma de galerías fotográficas y de conversaciones inconexas en tu tablón. Quien entraba a tu Tuenti no lo hacía buscando qué decías, sino quién eras.

5. Y querías ser parte de esas otras vidas

Tan importante como estar era compartirlo. Tuenti era una especie de construcción alegórica de tu vida: tu persona pública iba a quedar definida por lo que tu perfil explicara de ti. Así que todos queríamos tener cuantos más amigos mejor, porque concretaban una red extensa de relaciones sociales y la sensación, en absoluto trivial, de pertenecer a ese mundo donde tu vida también tenía lugar. Por supuesto, era la forma de conocer gente. Lo primero que hacías al toparte con alguien era "pedirle el Tuenti".

6. "¿Me das tu Tuenti?"

Fue el breve fin de los teléfonos: se había acabado llamar y hablar. Si querías ligar tenías que hacerlo a través del Tuenti. Era el nuevo modo de mantenerte en contacto, o al menos de entablar contacto, con todas las chicas/chicos que te gustaban. Era un paso más allá, que a veces fructificaba y que, antes de la llegada del chat, culminaba en éxito cuando lograbas intercambiar al menos tres mensajes privados. ¡Mensajería y correo en pleno siglo XXI!

7. Facebook era de ABUELOS

Zuckerberg tuvo un día competencia. Tuenti se comía su terreno. Se había instalado de forma tan abrumadora entre los jóvenes que todo lo que saliera de ese pequeño universo retroalimentado era propiedad de señores mayores. ¿Facebook? Algunos teníamos, pero pocas veces lo utilizábamos. Era el lugar donde ancianos de más de 22 años hacían no se sabía exactamente qué. Y lo peor, era público. TODAS esas fotos podrían verse.

8. Tienes 127 fotos nuevas

Hablemos de las fotos.

El aspecto revolucionario de Tuenti fue la capacidad de subir tantas fotos como quisieras y sobre la temática que quisieras. En Messenger podías hablar con mucha gente, y aquel LiveSpace podía hacer las veces de publicación personal, pero no era lo mismo. ¿Fotolog? ¿Una foto al día? ¿Estás de coña? Sólo la noche anterior habías tomado 200. Y nada como levantarte resacoso al día siguiente, abrir Tuenti y leer: "Tienes 127 fotos nuevas". Qué espanto, qué horror, pero qué felicidad, aquella era tu vida.

9. Bienvenido al museo de los horrores

Se subían toda clase de fotos y en toda clase de situaciones. Por eso, ahora, al echar la vista atrás, todos observamos con espanto y horror el museo de la atrocidad personal en el que se convirtió Tuenti. Había demasiada mierda, feliz mierda acumulada ahí dentro. Todo el mundo odia a su yo del pasado, y en Tuenti lo fotografiamos y lo radiografiamos con meticulosa profundidad. Es lógico que ahora lo querramos muerto.

Tuenti inmortalizó la adolescencia. Nadie quiere eso cuando ya no es adolescente.

10. FOTO TUENTI

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El ejemplo más evidente de lo anterior es el concepto Foto Tuenti. Cuando "selfie" irrumpió como término revolucionario a raíz de Instagram y Snapchat, aquella generación de ya-no-tan-jóvenes españoles que crecimos de la mano de Tuenti nos miramos con suspicacia. Selfie era la "Foto Tuenti", esa autocelebración de la vida de uno mismo y de sus amigos que, a falta de cámaras frontales, siempre se hacía frente a un espejo. Era un cliché, un chiste andante, y a menudo llevaba flashes espantosos.

11. En serio: no había filtro

Con Tuenti aprendimos a no tener miedo a la vergüenza. Nos sobreexponíamos: tu galería de fotos saltaba de un chupito de tequila a un fin de semana en Valencia, atravesaba toda una colección de fotos absurdas tomadas en las clases más aburridas, se intercalaba con memes y carteles desmotivacionales, se trufaba de montajes cómicos en situaciones perversas que todo el mundo podía ver. En todas ellas eras tú y tu colección de amigos etiquetados.

Tuenti era una ventana a tu memoria.

12. Un tablón como bienvenida a tu mundo

Si querías decir algo sobre ti, al margen de las fotos y de los mensajes privados, lo hacías a través de tu tablón. "Hola, este soy yo". Una publicación estática, una y no más, que no servía tanto de estado de ánimo como forma de autodefinición. Los más profundos/intensos se lanzaban a largos textos ficticios. Los menos, sólo dejaban el vídeo de YouTube de su canción favorita, ocasionalmente con sus letras incluidas.

Después, llegaron los "estados". Y fueron un potosí de fugacidad poética. En Tuenti la foto también se podía fijar.

13. Tu popularidad se mide en comentarios

Sobre todo el día de tu cumpleaños, cuando se pasaba lista a todos aquellos que no te felicitaban cuando tú sí lo habías hecho. Esto era mucho más importante que ahora, cuando la calidad de las relaciones interpersonales en una web dedicada exclusivamente a ello lo decía todo sobre tú y tus amigos. Los comentarios en tu tablón hablaban sobre cuánto se acordaba la gente de ti. Tenerlos importaba.

14. Ah, y en visitas

En efecto, Tuenti te ofrecía estadísticas de las visitas que habían llegado a tu perfil. Competías contra ti mismo y siempre querías más. Era la expresión absoluta de la función social de autorrealización de Tuenti, el foro del pueblo. Por fin, la popularidad del instituto se medía en datos. ¿Cómo resistirse?

15. Pero la conversación estaba en las fotos

Sobre lo atroz que había sido la noche anterior, sobre las altas expectativas creadas a raíz del viaje que tenéis preparado para el mes que viene, sobre cualquier otro tema que no fuera la foto en sí misma. Tuenti estaba vivo porque todos comentábamos sobre todo en las fotos, que servían de pequeños hilos en el gigantesco foro social que formaba tu lista de contactos.

16. Y no siempre podías escapar de ella

El problema es que no había forma humana de salir de aquellos círculos. Si por algún casual terminabas etiquetado en alguna foto y en esa foto se desarrollaba una conversación larguísima sobre cualquier tema, a menudo trufado de reproches y afrentas personales sin relevancia, te lo iba a notificar todo el rato. Daba igual la hora a la que entraras a Tuenti: SIEMPRE había comentarios en una foto que te daba lo mismo. Y no podías huir.

17. Tuenti había matado a MSN y a Fotolog

Era parte de la magia. No había forma de escapar a Tuenti, y durante un puñado de años fue ubicuo. Esa capacidad para encorsetarse en nuestra vida, aún cuando no era una app y los smarphones fueran una realidad lejana, le colocó como anticipo de WhatsApp y Snapchat, y fulminó a Fotolog y a MSN Messenger. El carácter estático y ocasional de los dos últimos fue su ruina. Queríamos estar en permanente contacto.

18. Y Facebook mató a Tuenti

Que fue lo que nos dio Facebook cuando crecimos y cuando se convirtió en una herramienta mucho más funcional. El trasvase fue muy paulatino y progresivo, pero inexorable: cuando dejamos de prestar atención a lo que nuestra vida era y empezamos a preocuparnos por lo que opinábamos de ella nos marchamos de Tuenti. Contar cosas se volvió esencial, y Tuenti no era útil para eso. Además, la madurez implica el rechazo de nuestro alocado yo de la adolescencia, y Tuenti era una radiografía del mismo. Lo lógico era correr.

19. Hasta que le dijimos adiós

—Tuenti acabará por arruinarnos la vida.

Un año atrás, un amigo tuvo la infausta ocurrencia de rebuscar en el prolífico fondo de armario de Tuenti. Entró, comenzó a descargar todas las fotos que habíamos subido durante varios años y las pasó por el grupo de WhatsApp que ahora hace las veces de Tuenti. Los documentos eran estremecedores. Acto seguido, eliminó la cuenta. Habían pasado años, y allí, en ese archivo infinito, estábamos nosotros, entre lo fascinados y lo avergonzados. En ese momento decidí hacer lo mismo.

Solo que no lo hice. Eliminé mi cuenta de Tuenti pero no descargué las fotos. Me negué a arrebatarle a mis años de incipiente juventud el carácter efímero y fugaz que merecía. Tuenti podría haberme esclavizado durante años, pero no seguiría haciéndolo en el futuro. "Tuenti acabará por arruinarnos la vida", y yo estaba dispuesto a borrar las pruebas del delito, a arrinconarlas en mi cabeza. Aún no sé si me arrepiento, pero aquel fue el adiós total a Tuenti, la desconexión definitiva con la adolescencia tardía. Fue un placer.


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