La gran incógnita, o por qué aún no tenemos claro por qué a mayor desarrollo social menos actividad sexual

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Los análisis se acumulan. Aunque es vox populi que los japoneses están dejando de tener relaciones amorosas y sexuales, otros países también están observando un importante descenso en los últimos 30 años en las frecuencias sexuales, al menos en las declaradas por parte de su población. Está ocurriendo en Estados Unidos, Reino Unido, España, Suecia, Finlandia, Australia, Países Bajos

Unos millennials más abstemios: se ha visto cómo por ejemplo el índice de actividad sexual entre los jóvenes estadounidenses en 1988 aparentaba ser un 22% más alto para los varones y un 14% más alto entre las mujeres. En Japón casi una de cada dos mujeres y uno de cada cuatro hombres entre 16 y 24 años dice ser virgen y no tener interés por practicar sexo. Los millennials de hoy dicen tener menos sexo que sus padres. Sin embargo, este declive de actividad sexual con respecto a épocas anteriores se ha presentado también entre las parejas casadas y la gente mayor.

Pero también más onanistas: otro fenómeno también observado es el incremento de la masturbación: en los últimos veinte años en Estados Unidos, el doble de hombres jóvenes (en total un 54%) declaran haberse masturbado al menos una vez a la semana frente a las cifras de 1992. En el caso de las mujeres, es el triple (ahora un 26%).

¿Los hijos de los hombres? Son cifras como mínimo reseñables. Lo que sí entra en la categoría de preocupante es la pérdida de sementalidad en los hombres de estos mismos grupos: la calidad del esperma ha caído a más de la mitad en los últimos 40 años. Las especulaciones apuntan a que esto, junto con la disminución de los niveles de testosterona y el declive de la violencia que experimentamos como sociedad, está vinculado a la llamada pacificación de las costumbres o feminización de la sociedad.

Esto nos pasa por tener Netflix: la proliferación del ocio y del porno, junto con el triunfo del feminismo, el aumento de la actividad laboral y el ahondamiento en la individualidad inherente a la vida en las ciudades, han sido los principales objetivos de críticas en prensa. Pero los estudios son contradictorios en lo referido a los cuatro primeros supuestos responsables de esta tendencia. Aparte de estos, hay otros posibles focos a los que apuntar, aunque siempre hemos de tener presente que, cuando se trata de percepciones sobre temas aún tabúes, los datos siempre hay que tomarlos con un granito de sal.

¿Qué ocurre con la autoimagen? Bastantes académicos vinculan unos mayores índices de autoconsciencia corporal y de presión social para encajar en los estándares de belleza, cosas que podrían trasladarse al miedo de acabar en la cama o de no encajar en las expectativas (por ejemplo, muchas más mujeres jóvenes dicen haber realizado prácticas comunes del porno, como el sexo anal o la asfixia erótica). Y de ahí pasamos a la creencia de que para algunas personas la gratificación sexual ya no supere los posibles daños en el autoestima.

¿Y si es mejor no arriesgarse? Volviendo con la juventud, los chicos de hoy, herederos de la generación baby boom que se tragaron de lleno la crisis, son más adversos a tomar riesgos que las generaciones anteriores. De la misma manera que se comprometen menos (hipoteca, coche, abandono del puesto de trabajo) podrían estar menos impulsados a salir de su burbuja amorosa solitaria.

¿Y si no podemos? Allá va otra hipótesis: dos de los principales causantes de la disfunción sexual son la ansiedad y la depresión, dos enfermedades que doblan su presencia en las generaciones actuales frente a los baby boomers (que ya eran, en sí mismas, el doble que las de la generación silenciosa).

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