Las medusas son el ser maléfico que mejor se está adaptando a nuestra contaminación

Las medusas son el ser maléfico que mejor se está adaptando a nuestra contaminación
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Si preguntásemos a las ballenas, a las gaviotas o a prácticamente cualquier especie viva relacionada con el océano, nos diría que el ser humano es lo peor que le ha podido pasar en la vida. Nuestros vertidos tóxicos y nuestra sobreexplotación de ciertas poblaciones está terminando con ellos. A estos dos agravantes se le suma otro gran problema al que hemos enfrentado forzosamente a esta fauna: el plástico, que hemos introducido en sus medios, cambiando ecosistemas enteros para siempre.

Pero, como en todas las cosas, también hay de esto un beneficiario. Hablamos de las medusas (para otro día dejamos a los zapateros). Mientras otras especies vecinas, como los delfines, mueren enganchados a los fragmentos más grandes, o los pájaros y los peces pelágicos (los que viven en la superficie marina, a menos de 200m de profundidad del mar) fallecen por la ingesta de los llamados microplásticos, fracciones de menos de 5mm de grosor que varias especies confunden con alimento, para las medusas estos materiales sirven de refugio rutilante.

Es decir: las medusas se enganchan a estas redes y, sin tener que hacer un mayor esfuerzo, viajan por un ratio más grande, propagándose en mayores franjas de espacio de lo que normalmente lo harían, ya que por su natural condición física tienen una capacidad de movimiento muy reducida.

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Estos indeseables copan nuestras playas y nos pican en un mayor índice que en décadas pasadas, enturbiando vacaciones y cambiando nuestra forma de ver el mar, que nos da incluso más miedo del que no dio el Tiburón de Spielberg. Pero a) este es el menor de los problemas relacionado con la expansión de las medusas, ya que entre otras cosas, nuestras plantas desalinizadoras se colapsan por culpa de estos animales y también son unos productores de carbón naturales, potenciando la acidificación del mar y b) es todo culpa nuestra. Nos merecemos que nos electrocuten y mucho más.

La relación de amor de las medusas y el plástico: algo que hemos potenciado (y seguiremos haciéndolo)

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A estas conclusiones han llegado en una publicación reciente de la ONU, en el que Jacqueline McGlade, jefa científica del Programa de Medioambiente de este organismo, alertaba contra la propagación de comentarios positivos sobre el “plástico verde”, un tipo de producto supuestamente menos contaminante, por ser biodegradable, pero cuyo impacto medioambiental sigue siendo mayor del deseado. Porque, como dijo, McGlade:

“Todos estos productos etiquetados como biodegradables vienen hechos con buena intención, pero lo han enfocado mal. Por ejemplo, las típicas bolsas de la compra verde se descomponen a temperaturas mayores a 50 grados, así que si acaban en el océano no se eliminarán. Tampoco se han hecho para que sean boyantes, con lo que si acaban en el fondo del mar, no se expondrán a los rayos UVA que las disuelva”.

Sí, 300 millones de toneladas de plástico sólo en 2014 generados, naturalmente, por la mano humana, que se apunta, será creciente en las próximas décadas, alcanzando las 2.000 millones para 2050, según la ONU. Y aunque no se sabe qué parte de estos residuos acaba alcanzando al océano, “la presencia de estos vertidos en el agua es omnipresente”.

Las medusas, beneficiarias de casi cualquier mal ajeno

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Pero, como decíamos, el affair sintético-medúsico es sólo una porción del total del problema con los pelágicos, y casi todo lo que hemos provocado en el medio marino las ayuda. Un informe de 2012 de la Comisión General de Pesca para el Mediterráneo, de la Organización Mundial de la Alimentación, en consonancia con los resultados de varios otros informes previos y posteriores de biólogos de medio mundo, apuntaba que cinco de los cuatro de grandes motivos de la proliferación de estos pólipos los hemos provocado nosotros.

Es decir, quitando los cambios de las corrientes marinas, que las llevan a diferentes zonas geográficas que en épocas anteriores, las hemos hecho la nueva y peligrosa plaga de los mares por las siguientes causas:

La sobrepesca: de pequeños peces como sardinas, arenques y anchoas está relacionada con la proliferación de las medusas. Si reducimos la cantidad de animales que consumen de manera natural huevos de los pólipos en su dieta, si evitamos de forma indirecta a sus predadores (aquí también se incluirían tortugas y atunes), hacemos que crezcan más medusas, que a su vez consumen más zooplancton, otro de los alimentos que esos peces podrían ingerir. Se potencia más y más el dominio territorial de la medusa.

La eutrofización: es una consecuencia indirecta de nuestro desequilibrio en el ecosistema debido a la contaminación: ahora hay más nutrientes en el mar, y si hemos producido esos desequilibrios entre especies… quienes salen ganando son las dominantes.

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El calentamiento global: por su culpa mueren animales acondicionados a temperaturas más bajas, pero al tiempo las medusas se expanden a nuevos territorios, a latitudes tropicales donde antes no era habitual encontrarlas. Además de esto, el cambio climático hace que las primaveras se adelantan, por lo que estos animales tienen más tiempo para crecer.

La construcción de muelles, diques y de puertos deportivos: son este tipo de edificaciones un refugio ideal en las primeras fases de desarrollo para los pólipos. Dentro de las muchas especies de medusas, el crecimiento más extendido supone “una primera fase en la que, en forma de pequeños animales invertebrados llamados pólipos, se reproduce asexualmente fijada a un sustrato. En una segunda etapa, los pólipos se convierten en medusas que crecen rápidamente hasta alcanzar el tamaño necesario para reproducirse sexualmente. De los huevos fertilizados salen las larvas (plánulas), que buscan un sustrato para transformarse en nuevos pólipos y comenzar el ciclo vital otra vez”.

Aunque eso sí, hay una puntuación que puede paliar nuestro sentimiento de culpa con respecto a estos animales. Pese a su aparente fragilidad, las medusas son una obra maestra de la evolución. Su forma física les ha permitido sobrevivir sin apenas cambios durante los últimos 600 millones de años, en los que los océanos y sus integrantes sí se han visto abocados a dramáticos cambios. Un 98 % de agua, un 2% de tejido gelatinoso y armas tóxicas contra las amenazas. Un 100% de fealdad allá donde mires en sus más de 1500 especies conocidas.

Si no puedes luchar contra ellas, cómetelas

Decía McGlade, al principio que deberíamos pensar en nuestra propia relación con el plástico, de cómo añadir nuevos compuestos que hagan a esta derivación del petróleo más aptos para el medioambiente es potencialmente más difícil que empezar a consumir menos material. Pero, como hemos visto, el problema de las medusas va más allá. La irresponsabilidad medioambiental tiene enormes consecuencias ambientales y climáticas, y que haya más de estos bichos es sólo un síntoma más de lo que estamos modificando con nuestras acciones.

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Aunque claro, hay también una nueva vía, tal vez no tan apetecible para muchos. Si hemos acabado con el natural volumen poblacional de sardinas o atunes por nuestra sobrepesca… la respuesta parece lógica. Deberíamos empezar a comernos a las medusas.

Una idea un tanto extraña, pero a la que han apoyado desde la FAO y también cocineros de todo el mundo. En países como China, Corea o Japón (precisamente zonas en las que las medusas han invadido con más dureza sus mares) ya se cuenta como un producto que puede ser exquisito, y algunos de los que ostentan varias estrellas Michelín, como la chef Carme Ruscalleda, defienden sus propiedades comestibles. “El sabor es muy parecido a un alga fuerte”, dicen unos; “la textura puede recordar mucho al seso de cordero o a las manitas de cerdo, es muy gelatinosa”, otros. Cuestión de echarle valor, de ser mejores aliados con nuestro planeta. Es más, hasta los vegetarianos deberían apuntarse a esta misión. Por el medio ambiente, mañana todos a comer pizza de medusa.

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