Si solicitas la cremación puede que no seas un cristiano como Dios manda

Si solicitas la cremación puede que no seas un cristiano como Dios manda
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Las cenizas de los muertos dan problemas. Eso es lo que ha venido a decir la conferencia episcopal esta mañana al lanzar uno de esos comunicados tan llamativos que cada tanto asaltan a nuestras noticias. Esta vez la idea no iba sobre la propuesta de volver a dar la misa en latín y de espaldas a los fieles, sino sobre cómo tratar bien de una vez por todas los restos crematorios de los difuntos católicos. Las cenizas no se pueden quedar en casa, y tampoco lanzar al mar o al viento.

Porque son esos restos los que están causando problemas en varios hogares, sobre todo en aquellos en los que viven segundas o terceras generaciones que no saben qué hacer con los restos de la abuela o el tío. Según ha recordado este martes el prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Gerhard Ludwig Müller, al presentar el nuevo documento Para resucitar con Cristo. La Iglesia se preocupa y propone una serie de mociones para conservar rigurosamente los restos.

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Y en estos no se permiten los abusos o malentendidos panteístas o tirar al agua a un familiar (o su cuerpo). Mucho menos “convertir las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos”, como ya nos contó una compañía de dildos se estaba haciendo.

La Iglesia católica está teniendo especiales problemas en los últimos años con los restos crematorios por la tradición de la que muchos estadounidenses protestantes han hecho gala desde hace varias décadas incinerando los cadáveres, pero lo cierto es que la quema del cuerpo no es una práctica especialmente querida por el cristianismo, y ha vivido siempre una complicada relación en el seno de su religión.

Occidente y la calcinación: una relación de amor y odio

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En realidad, la cremación era la práctica más habitual de entierro en las culturas grecolatinas, más aún entre los cadáveres de alto nivel como la aristocracia romana y la familia imperial, pero a partir del 200 d. C. se sustituyó por el enterramiento.

Para la mayoría de judeocristianos, especialmente para los católicos los huesos se han visto como algo sagrado, ya que la base de la resurrección es la carne pero lo que se mantiene en la tierra para siempre es el esqueleto. Jesús resucitó al tercer día en su propio cuerpo, así que cuando quemamos nuestros restos estamos de alguna manera negando esa resurrección, provocando una herejía.

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Eso es así al menos a nivel simbólico, pero el debate teológico es amplio. Por ejemplo, ya en el siglo II antes de Cristo religiosos como Octavius Minucius Felix debatió que la resurrección se basa en el espíritu, y no en el cuerpo, con lo que la cremación no intercedería con los mandatos de Dios.

"Todo cuerpo, esté bien seco o convertido en polvo, húmedo o comprimido en cenizas, se nos arrebata a los vivos, pero se reserva a Dios en la custodia de los elementos. Tampoco, como ustedes pueden creer, sufrimos ninguna pérdida en la sepultura, pero hemos de adoptar la antigua y venerable costumbre de enterrar a los cuerpos en la tierra".

Varias ramas de la religión occidental, pasando del judaísmo al anglicanismo y terminando la ortodoxia cristiana, ven igual que los católicos el tema de la cremación: una solución posible, pero no ideal, ya que lo preferible siempre es que el cuerpo acabe enterrado.

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Esa práctica “minará la fe de la humanidad en la doctrina de la resurrección del cuerpo y causará una revolución social desastrosa”, han dicho los anglicanos, lo cual es lógico, teniendo en cuenta que en la Edad Media la cremación en vida era uno de los castigos más populares contra los herejes. Los primeros en apoyar la cremación como un rito favorable fueron los luteranos, siempre mucho más prácticos, ya que para ellos “no existe un único modo cristiano” de venerar a los muertos.

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Siglos después, en torno al XVIII, hubo corrientes de pensamiento como los racionalistas que reactivaron la visión de la cremación como símbolo de insumisión cristiana, un gesto de protesta y negación del difunto de su creencia en el más allá, y desde entonces ese punto de vista no ha desaparecido del todo entre los cristianos europeos (aunque no todos los que piden la incineración lo hacen por este motivo).

Pero si las religiones cristianas toleran con malos ojos la cremación, no así le pasa a los musulmanes, para los que esta práctica está totalmente prohibida y tienen unos ritos funerarios muy estrictos. A los judíos tampoco les gusta la cremación, pero dependiendo del grado de ortodoxia a la que el judío pertenezca, le permitirán hacer la cremación, la pondrán fuertemente en entredicho o, en los casos más extremos, la prohibirán.

El fuego que vino de oriente

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En esencia, la cremación como gesto ritualístico tiene su raíz en las religiones orientales, el jainismo, budismo o hinduismo. En esta última, recordemos, una de las religiones más poderosas de la tierra, sus seguidores queman sus restos por defecto, y sólo los niños o las personas que serán convertidas en santas entierran sus cuerpos bajo tierra. El cuerpo, como el universo, es sólo un espacio de tránsito del alma, y el fuego bajo el que se desintegran los restos mortuorios es un elemento venerable.

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La hidrólisis alcalina, la solución ecológica de la que no ha hablado el Vaticano

La organización católica ha estado, en esta última intervención pública, más preocupada de hablar sobre los mecanismos de veneración de los restos que de las alternativas verdes que también necesitan atajarse en este rito. La cremación es especialmente contaminante, se producen altas tasas de CO2, pero estas podrían reducirse hasta ocho veces aplicando la hidrólisis alcalina, proceso de incineración por el que no se generan nada de dioxinas y necesitan sólo un tercio de la energía.

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Además, el resultado es una mezcla de sales no contaminantes (o escasamente, incluso se evita que el mercurio de los empastes vaya a la atmósfera). Para llevar a cabo esta operación el proceso es similar al de la cremación moderna: se meten los restos mortales en un cilindro de acero y se les aplica una disolución acuosa de hidróxido potásico bajo presión. El ADN y las proteínas se degradan y junto a estos subproductos se obtiene fosfato cálcico procedente de los huesos. O sea, las cenizas. Así que esa es la lección, si estamos planteándonos nuestras ceremonias, no sólo deberíamos pensar en los muertos, también en los vivos del futuro y en el planeta que queremos dejarles.

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