Resulta que todo el pánico acerca del "filtro burbuja" era desmedido: no nos influyen tanto como creemos

Resulta que todo el pánico acerca del "filtro burbuja" era desmedido: no nos influyen tanto como creemos
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Entre los usuarios habituales de redes sociales es ya una creencia asentada: la red, las empresas digitales, nos han vuelto más extremistas. Si hemos de poner una fecha de nacimiento de este concepto, podemos utilizar 2014 y la divulgación de la charla TED sobre la “filter bubble” del activista Eli Pariser. En resumen, como Facebook, Twitter o Google quieren que pases más tiempo en sus plataformas, sus algoritmos van metiéndote más y más información que suponen es de tu agrado, lo que lleva a los individuos a instalarse en tribus digitales reafirmadoras de sus sesgos de confirmación. Todo el caso de la ascensión de la extrema derecha en Estados Unidos y el resto del mundo no haría sino confirmar esta tesis.

La confirmación de las burbujas de filtros: porque claro, teníamos pruebas. Por ejemplo, sabemos que la sección de noticias de Facebook varía según nuestros clicks, que Twitter intenta recomendarte que sigas a personas afines a ti o que el Google de una persona a otra es completamente distinto.

¿Y qué dice la ciencia sobre la burbuja de filtros? Porque, aunque suene muy bien esa creencia de que nos estamos polarizando por culpa de los algoritmos de Internet, deberíamos checkearlo por si acaso. Pues bien, de los 16 estudios más sólidos que se han realizado para comprobar la influencia de los resultados personalizados en los motores de búsqueda y las redes sociales, en ninguno aparece que la gente se esté volviendo más cerrada con respecto a otros métodos de adquisición de información (televisión, periódicos).

De hecho, se demuestra que hay una ligera tendencia a la amplitud de fuentes con respecto a otros entornos: al cruzarnos con muchas más fuentes de información es más natural que encontremos más medios que difieren de nuestras creencias.

De dónde viene entonces el mito: como analiza ahora Matt Grossmann, politólogo estadounidense que acaba de publicar un trabajo al respecto en la revista científica Knight, nos gusta creer que estamos inmersos en burbujas mediáticas más allá de la evidencia. Un problema es la forma de recopilar la información de los sujetos de los estudios: se les puede pedir que dican qué medios leen o se puede rastrear su actividad online. Las personas tendemos a mencionar y sobredimensionar los medios con los que nos sentimos identificados (eres de CNN o de Fox News) y sobreestimamos la información que leemos de medios neutrales o rivales.

Lo que sí ha cambiado en estos años: Grossmann sepulta del todo el mito de la peligrosidad de los “filtros burbuja” de Internet (a fin de cuentas, ¿no es más libre poder picotear noticias de El Diario y El Español que cuando antes tenías que comprarte un único periódico o ver un único informativo?), pero sí hace notar que estamos en un nuevo paradigma, especialmente cierto para los estadounidenses: tenemos sentimientos mucho más profundos del partidismo de los distintos medios en función de si confirman nuestro sesgo o no. Recibimos más información, pero nos posicionamos con respecto a ella mucho más.

Por qué miras quién dice qué: esto va en la onda de otro descubrimiento reciente de la Knight Foundation que dimos hace poco. Tanto liberales como conservadores (pero en mayor proporción los conservadores) marcan distintos índices de fiabilidad de los hechos en función de quién se lo dice.

Mientras miramos el conflicto independentista y no lo de nuestro pueblo de Murcia: de hecho, y según el estudio de Grossman, el gran daño a la democracia que está causando el nuevo ecosistema informativo digital es la generalización de las noticias. Más que que CNN o FOX nos digan lo que queremos oír, el problema es la amplitud de recursos para las noticias generalistas y nacionales de cada país y ver cómo se están dejando de dar temas que conciernen al ámbito regional y local.

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