Ni universitarias ni independientes: un repaso a todo lo que no podían hacer las mujeres en el pasado

Ni universitarias ni independientes: un repaso a todo lo que no podían hacer las mujeres en el pasado
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Apenas 130 años atrás la vida de las mujeres seguía marcada por valores de sumisión, complacencia u obediencia que hoy nos parecen tan indignantes. La domesticidad y la maternidad constituían el grueso de la ideología sobre la que se sustentaba el rol femenino, y su aportación a la esfera pública estaba completamente silenciada, cuando no directamente vetada.

Este sistema social, político y judicial sigue marcando el destino de varias generaciones de mujeres, ya que o bien se criaron en estos ideales o sus remanentes subyacen en los intercambios del día a día. Muchos de estos “ángeles del hogar” han sido testigos de cómo algunas barreras iban cayendo. Otros han tenido la oportunidad de participar en primera línea de juego en estos cambios.

Para no olvidar de dónde venimos, y para que las nuevas generaciones sepan por lo que pasaron sus madres y abuelas, he aquí un repaso cronológico a algunas de las desigualdades y sus correspondientes puntos de ruptura.

Estudiar u opositar: nada estaba dado por hecho

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Dolores Aleu Riera, primera doctora de España.

Aunque a día de hoy nos hemos acostumbrado a que los campus universitarios estén llenos de alumnas, no siempre fue así. Tenemos que remontarnos a 1875 para conocer a la primera doctora universitaria de España. Se trata de María Isidra de Guzmán y de la Cerda, quien lo lograría en la Universidad Complutense de Madrid. Unos años más tarde, allá por 1882, Dolores Aleu Riera, la primera mujer en conseguir el título de licenciada en Medicina, se convertiría en la segunda en lograr el doctorado.

Para Aleu, alumna de sobresaliente, no fue fácil: ¡si eras mujer hasta para presentarse a un examen había que pedir permiso! Y luego estaba la otra parte, que un tribunal (formado exclusivamente por hombres) te concediera el acceso a la prueba… Tampoco fue un camino de rosas para Ángela Carrafa de Nava. Ella, que pudo estudiar en la Universidad de Valladolid y en la Universidad Central de Madrid, se convirtió en la primera doctora en Filosofía y Letras en 1892.

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María de Maeztu impartiendo clase en la Residencia de Señoritas, Madrid, hacia 1930.

Pese al avance de estas pioneras, el acceso a la educación superior en igualdad de condiciones no sería posible hasta 1910. El 8 de marzo de ese año se aprueba una Real Orden por el Ministerio de Instrucción Pública con la que terminan las dificultades para acceder a la enseñanza oficial o no oficial. Esta orden derogaba otra Real Orden, del 11 de junio de 1888, que admitía la entrada de mujeres en la universidad, pero requería la autorización del Consejo de Ministros para su inscripción como alumnas oficiales. Es también en este mismo año cuando las mujeres pueden presentarse a oposiciones.

No obstante, es la Residencia de Señoritas, conocida como la alternativa femenina a la Residencia de Estudiantes, la iniciativa que marcó un antes y un después para la educación de las mujeres y su incorporación a la vida profesional. Corría entonces 1915.

Femeninas, no feministas

Aunque hoy el feminismo forme parte de la cultura de masas, no siempre fue así.

Fueron muchas las escritoras que afilaron sus textos y reflexiones en el silencio. Una de ellas fue María Lejárraga quien escribió Feminismo, feminidad, españolismo (1917). El reconocimiento de su obra fue a parar a su marido, Gregorio Martínez Sierra, e incluso cuando se separaron, ella continuó escribiendo aquello que él solo firmaba.

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Clara Campoamor.

Mientras Lejárraga no tenía cabida como autora, se fraguaban las primeras entidades que defendían los derechos de las mujeres. Así, en 1918 nace la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) con el objetivo de reivindicar la igualdad salarial, el acceso de las mujeres a profesionales liberales o la promoción de la educación. Poco más tarde, en 1920, la UGT y la CNT crean su sección femenina. ¿Algo estaba cambiando?

Pero no todo era un camino de rosas: en 1919 Margarita Nelken publica La condición Social de la Mujer en España, un libro donde analiza la situación del trabajo femenino. Se encontró con esclavitud del trabajo a domicilio, partos en la fábrica, elevadas tasas de mortalidad infantil, omnipresencia de la prostitución, tendencia a contraer enfermedades venéreas y otros problemas que, meramente por el hecho de retratarlos, indignaron a las gentes de bien de la época.

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Mujeres trabajando con máquinas de coser, en Barcelona (1926). Josep Brangulí.

En 1924, bajo el mando de Primo de Rivera, se promulgaría el Estatuto Municipal que concedía el voto a la mujer soltera mayor de 23 años y a aquellas que eran viudas. Las mujeres casadas, por su parte, estaban a merced de la ideología de su marido. Sí, sí, ¡cómo si fueran menores de edad! Pero tranqui, esto ni siquiera entro en vigor, y con el gobierno del dictador todo se centró en la regeneración política del macho ibérico español. Otra de las señas del período es que el marido podía dar en adopción a los hijos del matrimonio sin el permiso de la madre. En el caso del fallecimiento del esposo, las viudas recibían un tutor legal de por vida.

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Sin duda, es con la constitución de la Segunda República (1931-1933) cuando los derechos de las mujeres gozan de un gran impulso institucional: sufragio femenino, reconocimiento del matrimonio civil, supresión del delito de adulterio para las mujeres, reconocimiento a trabajar en notarías y puestos de la administración o la creación de una ley del divorcio que ponía fin a las obligaciones matrimoniales fijadas por el Código Civil de 1889, donde solo se podía disolver el matrimonio en caso de muerte de uno de los cónyuges.

En este periodo, donde encontramos también a las primeras diputadas en las Cortes Españolas: Clara Campoamor (Partido Radical), Victoria Kent (Izquierda Republicana) y Margarita Nelken (Partido Socialista). Surge en este contexto la primera normativa, impulsada por la ministra de Sanidad Federica Montseny, sobre la legalización del aborto defendida en 1937. Paradójicamente, en 1931 las mujeres eran elegibles pero no podían elegir. Sólo pudieron hacerlo en los comicios de 1933, pero ni esto duró mucho tiempo…

Divorcio, herencias y aborto: tras Franco las españolas recuperan la mayoría de edad

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Con la llegada de Franco al poder (1939-1975) y el éxito del fascismo, los derechos de las españolas retroceden cuarenta años. El mensaje en cuanto al género era firme: para ellos, el mundo mientras que el destino de ellas se cercó en el hogar. Entre otras medidas, se prohibió el divorcio, se condenó el aborto y regresó la separación educativa entre sexos. Paralelamente, las mujeres afines a las ideas de la II República serían represaliadas y encarceladas. Se las consideraba unas traidoras del género. ¿Quién podía atreverse a hablar de feminismo entonces?

En esta época, las únicas asociaciones de mujeres que se permitieron giraban en torno a los valores de la Falange como la Sección Femenina, fundada por Pilar Primo de Rivera en 1934, o reforzaban la ideología y moral católica como la Confederación de Mujeres Católicas y Juventud Femenina de la Acción Católica.

La igualdad tardaría en llegar al derecho privado y al derecho de familia. En 1975 se realiza una reforma en algunos artículos del Código Civil sobre la situación jurídica de la mujer casada y los deberes de los cónyuges. Se suprime así la fórmula discriminatoria que dictaba la protección del marido y la obediencia a éste por parte de la mujer, se admite que la mujer tiene plenas facultades para pedir la partición de la herencia y se reconoce su prestación de consentimiento en los contratos (anteriormente la mujer era comparada con “quienes física y psíquicamente carecen de los presupuestos normales de la capacidad”). Además, se acaba con la norma de que la mujer perdía la nacionalidad al casarse con el marido.

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Manifestación feminista en Barcelona de 1976.

Es también en 1975 cuando se celebran las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer. El lugar elegido fue el Colegio Montpellier de Madrid. Se hablaron de muchas cosas: anticoncepción, derechos laborales, derechos sexuales y reproductivos, leyes… Aquello fue sin duda un germen para la primera manifestación en clave feminista. Bajo el lema “lucha por tu liberación”, las mujeres salieron a la calle en 1976. Un año más tarde, se celebró la primera marcha por el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. La revolución estaba en marcha.

Con la aprobación de la Constitución de 1978 y la restauración del régimen democrático, se reconoce la igualdad independientemente del sexo de las personas. A partir de 1981 las mujeres españolas casadas dejan de depender del permiso del marido para poder trabajar, cobrar su salario, ejercer el comercio, sacar su pasaporte, el carné de conducir o incluso abrir una cuenta corriente en el banco.

Los avances comienzan a sucederse en distintos ámbitos: vuelve a anularse el delito de adulterio (el de hombres no existía), se comienza a comercializar la píldora anticonceptiva (anteriormente tanto el régimen franquista como la Iglesia se habían opuesto anteriormente a ello), en 1979 Renfe admitiría a mujeres como maquinistas, se reconoce a la primera Selección de Fútbol Femenina en 1983 (aunque existía desde 1971) o se regula el ingreso de las mujeres a las Fuerzas Armadas en 1988 (no obstante, es en 1999 cuando la presencia y participación de la mujer en el Ejército se realiza en total igualdad de condiciones con respecto al varón).

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