Recordar cómo eran en 1999 las oficinas de Amazon y el despacho de Jeff Bezos es toda una experiencia

Recordar cómo eran en 1999 las oficinas de Amazon y el despacho de Jeff Bezos es toda una experiencia
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Bien por estar en época de promesas de año nuevo y mirar hacia el futuro o tal vez en alusión al último Black Friday o a los porcentajes que destina a causas benéficas, Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, está otra vez de actualidad en ciertos rincones de Internet. La gente se está acordando de sus orígenes. Por ejemplo, Pomp compartía una impresionante instantánea del que hoy es el hombre más rico del planeta, pero remontándose a sus orígenes.

Hace 18 años el dueño de Amazon colgaba el nombre de su empresa en un papel grafiteado al lado de su escritorio, hecho con lo que parecen los restos de una zona de construcción y el decorado, en general, de un videojuego postapocalíptico.

La captura sale de un documental estadounidense para televisión realizado en 1999 y verlo ahora nos sirve como ejercicio mediante el que adquirir perspectiva. El presentador, Bob Simon, se sorprende. Le han convocado para entrar en las oficinas centrales de Amazon, pero en la calle de Seatle por la que transita, en la zona correcta según lo indicado en el email, sólo ve casas de empeño y tiendas de cintas porno.

Al acercarse al punto de encuentro ve un parque ocupado por heroinómanos. Al traspasar las puertas del edificio se da de bruces con unas oficinas decadentes, y al entrar al despacho llegamos al momento exacto de la imagen que ha llegado ahora a las redes.

La entrevista es todo un show. Bezos, más joven, con aspecto de pálido nerd de intramuros, viste una simple camisa azul y unos pantalones caquis. Hacen juego con su coche, un Honda Accord. Simon le pregunta entonces por su escritorio, a lo que el inteligente emprendedor responde, explicando lo demás: "es un símbolo, mi forma de decir que sólo hay que gastar el dinero en las cosas que le importan a los clientes".

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60 Minutes no preparó todo este reportaje para darle espacio a la empresa de un iluminado cualquiera: sabían a lo que iban. Por aquel entonces Times le acababa de nombrar Persona del Año, y se estimaba que la librería e-commerce más llamativa de ese emergente mundo era todo un referente. Wall Street pagaba a 18 dólares la acción de la compañía y el valor total de la misma ascendía a 30.000 millones de dólares. Se estimaba que sólo su presidente y fundador ya valía un tercio de ese dinero.

Bezos estaba empezando a montarse en la ola y ese, y no otro, era el momento para hacerle una entrevista.

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Amazon era además el caso perfecto para presentarle a la audiencia un tema de gran importancia en aquel momento: las punto com. Se hablaba de burbuja en el sector, y sólo ocho meses después de la grabación del episodio empezaría a pinchar y a irse a la quiebra multitud de marcas, como Webvan, Cisco o Qualcomm. Antes de que llegase la resaca, Amazon era otra empresa más de esta corriente, un proyecto que aún no era rentable por sí mismo pero que interesaba enormemente a los inversores. Al igual que hoy infinitas start-ups.

Pero como Bezos le recordaba a sus empleados, "hay que vivir con miedo". Lo sabía antes del crash como lo sabía cualquier inversor atento (el pasado como inversor en bolsa del empresario influyó seguramente en estos conocimientos), y eso mismo le animaba a mantener una política de austeridad y esfuerzo continuo.

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También de innovación. Como le señaló el entrevistador, algunas de las features de su página eran sorprendentes, especialmente esa cosa que no hacía ninguna otra tienda virtual: la web sabía recomendarle libros que podrían interesarle genuinamente, cosas que entraban dentro de sus intereses y que hasta ahora el usuario no había descubierto por su cuenta. Desde hace casi 20 años la empresa de compra online lleva recopilando masivamente datos de sus clientes para mejorar la experiencia dentro de la página.

Como sabemos, Amazon prosperó. Ahora la empresa vale 578.000 millones de dólares y es el candidato favorito en las encuestas por comprobar quién llegará antes a ser el propietario de la empresa del billón (trillón, en inglés) de dólares. La carrera es bastante exclusiva: sólo hay dos personas aptas para el puesto, él y Bill Gates. Y todo esto ha ocurrido veinte años. En prácticamente el mismo tiempo que necesitamos los humanos de a pie para pagar la hipoteca.

Por el camino, eso sí, ha abandonado los coches baratos y los pantalones caqui.

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