Por qué dejé la ciudad y me fui a vivir a un pueblo

Por qué dejé la ciudad y me fui a vivir a un pueblo
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¿Cuántas veces hemos escuchado la historia de persona que deja el pueblo de toda la vida para probar suerte en la gran ciudad? Miles de veces. Pero lo cierto es que la historia se repite por el otro lado: hay personas que deciden dejar la ciudad y vivir una vida tranquila en un pequeño pueblo. Sí, las hay.

Vivir en una gran ciudad tiene cosas muy buenas. Las comodidades de salir a pasear y encontrarse con todos los comercios que necesites en la palma de la mano podría ser lo primero que nos viene a la mente, pero hay muchas (muchísimas) ventajas que a veces las tenemos normalizadas: poder moverse con tranquilidad sin necesidad de coger el coche, elegir el barrio más acorde a las necesidades de un mismo, la gran oferta de ocio y restauración, farmacias abiertas las 24h del día, etc.

Pero a esta lista de ventajas se le suma, en contrapartida, una retahíla interminable de desventajas.

Lejos de los agobios y el estrés

J.M. (60 años) dejó Barcelona junto a su mujer y sus dos hijas hace 13 años. El motivo que lo impulsó no fue otro que alejarse del estrés que la ciudad condal le provocaba a diario: las calles atestadas de gente, los ruidos constantes que se escuchaban por la ventana a todas horas (según comenta la noche era el peor momento pues "el camión de la basura se recreaba en su calle sobre las 2 de la madrugada y nadie podía dormir tranquilo").

No fue una idea que se le ocurrió de un día para otro, "mi mujer y yo llevábamos meditándolo desde hacía años, pero una de nuestras hijas era pre-adolescente y sabíamos que iba a depender mucho de nosotros una vez nos mudáramos. Tenía su grupo de amigos hecho en Barcelona y su vida giraba entorno a ellos".

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Plaza de la Iglesia de Vallromanes (Foto: Jordi Gomara para Wikipedia)

Esperamos a que nuestra hija pequeña fuera mayor de edad para no privarla de libertad

Así que una vez ésta cumplió los 18 años hicieron las maletas y no se lo pensaron dos veces. "Nuestra hija sabía que se tenía que sacar el carné de conducir si lo que quería era un poco de libertad", y así hizo. Se trasladaron a Vallromanes, un pueblo a 30 minutos de la ciudad condal que tiene poco más de 2.500 habitantes. Consta de una farmacia, un colmado y varios restaurantes. Cuando se le pregunta si echa de menos la ciudad J.M. lo tiene claro: "no volvería jamás. Vivir aquí es estar de vacaciones constantes y si tenemos una urgencia sabemos que podemos estar en el centro de Barcelona en menos de 30 minutos".

Dejaron su piso en pleno barrio de San Gervasio por una casa atestada en medio del bosque: montañas y vegetación es lo primero que ven cada vez que se despiertan. Su vida es prácticamente igual, salvo que no hay estrés ni ruidos (aunque algunas noches los jabalíes se regodean cerca de su jardín y el perro que tienen no deja de ladrar).

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Iglesia parroquial de San Vicente (Foto: Maria Rosa Ferre para Wikipedia)

Aunque no todo son ventajas: los robos a las casas son más frecuentes y aunque han tenido mucha suerte, no hay nadie de la urbanización que se salve de ellos. "Al tener perros es más difícil que los ladrones entren en casa, aunque se las saben todas y la única vez que lo hicieron fue cuando los estábamos paseando. Debes acostumbrarte que al salir de casa deben estar las persianas bajadas, las puertas bien cerradas y la alarma conectada en todo momento".

Vivir en un pueblo, versión holandesa, por amor

El amor es ciego y a veces nos hace perder la cabeza. Tal es así que uno es capaz de dejarlo todo para seguir al otro y emprender una nueva vida lejos de tu ciudad natal. Eso mismo le ocurrió a G.M.C (36 años) cuando a su marido lo destinaron a trabajar a una pequeña ciudad de Holanda de menos de 87.000 habitantes llamada Hilversum. Con una superficie de 46 km², este paisaje dista mucho de las calles de Barcelona. "Todo es diferente, desde el idioma al clima, pasando por el día a día y los paisajes al salir de casa".

No solo cambió de destino, también lo hizo de idioma y de cultura

Y es probablemente ese cambio el que haga que su vida a diario sea más atractiva, "cada día aprendo algo nuevo. Al ser un lugar pequeño, los habitantes se conocen los unos a los otros y se forma una especie de unión que claramente no existía en Barcelona. ¡Jamás hablé con un vecino y aquí en pocos meses conozco a la mitad de las personas!".

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Hilversum al atardecer (Foto: Vituskerk para Wikimedia)

"La calidad de vida es totalmente distinta: he ganado mucho con el cambio. Con un mismo presupuesto, en Barcelona alquilas un piso pequeño y medianamente acogedor, mientras que aquí tienes una casa con jardín para que los niños puedan jugar en el exterior". Aunque no todo son cosas positivas, está claro. "El tiempo en Holanda es complicado, por eso cuando sale un rayo de sol tenemos que aprovecharlo al máximo".

En un pueblo pequeño los niños disfrutan mucho más ya que gozan de una independencia inexistente en las grandes ciudades donde el tráfico, las grandes distancias y el peligro son constantes

Lo que más miedo puede dar al abandonar la gran ciudad es el dejar de lado los servicios que éstas nos ofrecen: hospitales, supermercados o farmacias las 24h abiertas por alguna emergencia son algunos de los factores que nos pueden echar para atrás a la hora de dejarlo todo y emprender una nueva vida mucho más rural. Pero en su caso eso no es ningún inconveniente: "Holanda es un país pequeño y eso conlleva a que tengas hospitales cerca".

Además, la ventaja de vivir en un pueblo medianamente grande (o una ciudad muy pequeña) es que lo tienes todo a mano". El no tener que coger el coche e ir a pie a todos sitios puede resultar de lo más interesante. "La zona comercial de Hilversun es peatonal, por lo que hace que el acercarse al centro sea un paseo agradable que se pueda hacer a pie o en bicicleta" sentencia.

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La típica arquitectura de Hilversum (Foto: Rijksdienst voor para Wikimedia)

Si centramos la atención en los más peques de la casa todo lo que aparecen son ventajas (para qué nos vamos a mentir), "tengo ganas de que nuestro hijo ya sea un poco más mayor para que pueda disfrutar con sus amigos sin la necesidad de depender de nosotros. En una ciudad grande debes llevarlos de un lugar a otro, ya sea en coche, transporte público o andando. Aquí todo cambia: todos los niños se conocen y van juntos en manada con sus bicicletas". Pero para eso deberá esperar, pues su hijo tan solo tiene meses de edad.

Un divorcio lo mandó al pueblo

Si el amor mueve fronteras, el desamor no es para menos. Y si no que se lo digan a Roberto (67 años) que el divorcio con su mujer lo llevó de Leganés a un pueblo muy pequeño de Toledo (nos ha pedido no decir el nombre exacto), su lugar de origen. Con una media de 30 habitantes en invierno, éste no tiene tiendas, el médico de la zona hace la visita una vez por semana y el pueblo más próximo se encuentra a 10 kilómetros. Como ya hemos comentado, la separación fue la causa de todo: la exmujer se quedó con la casa y Roberto volvió a donde vivió de pequeño ya que tenía en herencia una vivienda.

Obviamente los cambios en esta nueva vida siempre le han acompañado: desde vivir de manera independiente a pequeños servicios que en la gran ciudad se tiene y en un pueblo es más difícil. La fibra óptica pasa por su pueblo pero no por su fachada, por lo que solo unos pocos habitantes pueden disfrutar de ella.

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Valtablado del Río, uno de los pueblos más pequeños de España (Foto: Adrián B. M. para Wikipedia)

Lo que más echa de menos de Leganés es su vida social. El invierno en el pueblo es duro y durante todo el día no cruza una sola palabra con ningún habitante ya que todos éstos se encuentran dentro de casa. El tener una buena red de servicios médicos también es algo que encuentra a faltar, así como poder acercarse al polideportivo que se encontraba al lado de su casa para hacer distintas actividades.

Ante a la pregunta de si volvería a la gran ciudad, Roberto lo tiene claro, y lo dice de manera rotunda: "Sí. Ahí me siento más acompañado, más cerca de la familia y con más posibilidades a la hora de salir a dar una vuelta".

Fotos | Jordi Gomara, Vituskerk, Mikipons, Maria Rosa Ferre, Rijksdienst voor, Adrián B. M.

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