La cueva de Tailandia representa todo lo que está mal con la visión del mundo de Elon Musk

La cueva de Tailandia representa todo lo que está mal con la visión del mundo de Elon Musk
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El pasado 23 de junio doce niños de entre 11 y 16 años quedaron atrapados en la cueva Tham Luang de Tailandia. Incapacitados para hollar una salida pero aún vivos, su historia se hizo progresivamente viral. Dos semanas y media después los equipos de rescate tailandeses han logrado llevar la historia a buen puerto: todos los niños (y su entrenador, adulto) han sido rescatados para regocijo de media humanidad. Es una historia en la que sólo existen ganadores.

Y en la que también está Elon Musk.

Desde un primer momento, Musk mostró un inusitado interés en la historia, ya fuera por su intrínseco carácter humano o por sus sugerentes posibilidades técnicas. Discutió largo y tendido las diversas estrategias para el rescate por Twitter, hasta que a mediados de la semana pasada tomó una determinación a la postre muy aplaudida: construir un pequeño submarino capaz de transportar a los pequeños desde su remota cueva hasta un lugar seguro.

A partir de ahí, el propio Musk relató los avatares del proceso. Un equipo combinado de SpaceX y The Boring Company dedicó varios días a diseñar, montar y testar sobre el terreno las cápsulas (ilustradas por él mismo en su cuenta de Twitter). Musk se puso en contacto con las autoridades tailandesas y con los equipos de rescate, hasta que tomó la determinación de viajar a la cueva en persona para solventar mejor las complejas cuestiones técnicas.

Entre tanto, la situación para los pequeños era cada día más crítica: el aire que respiraban se estaba volviendo progresivamente tóxico y los equipos especializados del gobierno tailandés no parecían contar con mayores avances (un submarinista murió asfixiado en el proceso). En un lapso breve de tiempo, Musk se proyectó hacia el mundo como La Solución al drama de la cueva, el hombre que acude con la nueva buena tecnológica para solventar los acuciantes problemas de la humanidad.

¿Qué terminó pasando? Que las fantásticas cápsulas diseñadas por Musk con el expreso propósito de rescatar a los niños no sirvieron para nada. "Es una tecnología muy buena y sofisticada, pero no es práctica para esta misión", terminaría explicando uno de los responsables del grupo de rescate en The Guardian. Los especialistas sobre el terreno sacaron a los niños con bombonas de oxígeno, una cuerda guía y un cursillo avanzado de nado y buceo. A principios de esta semana la totalidad del equipo de fútbol había escapado a su destino fatal dentro de la cueva. Sin Musk.

Musk, preso de sí mismo

Lo que llegó después fue un parcial escarnio público de Musk a través de memes recurrentes, especialmente una vez él mismo siguió comentando y detallando los pormenores del rescate. Musk llegó al extremo de responder a las noticias que los medios de comunicación publicaron sobre la no intervención de sus cápsulas. Para muchos, fue un desdibujo de su figura como Iron Man aspiracional, un ejercicio de oportunismo plagado de ideas extravagantes.

Por momentos, daba la sensación de que Musk estaba más preocupado por ilustrar su infinito abanico de ideas que por formas prácticas de sacar a los niños de la cueva.

Es complejo entrever hasta qué punto las intenciones de Musk tenían un carácter propagandístico o surgían meramente de su altruista interés. Es cierto que durante los últimos tiempos Musk ha participado en otras misiones de carácter humanitario (como las baterías eléctricas entregadas a Puerto Rico, en plena crisis de energía y colapso total de la infraestructura del país), y que siempre se ha inmiscuido en proyectos de enorme escala sin previo aviso o aparente interés empresarial.

Pero más allá de sus intenciones, lo que la cueva de Tailandia revela es todo lo que está mal con Elon Musk (cuando lo está). Diversos ingenieros de SpaceX y The Boring Company pasaron varios días imaginando y ensamblando pequeñas cápsulas capaces de introducirse en una estrechísima y peligrosísima cueva, tan capaces de transportar con seguridad a los doce niños como de introducirse en los rincones más revirados de la morfología subterránea. En última instancia, lo que salvó a los pequeños fue una cuerda, una bombona de oxígeno y dos submarinistas.

Es una dinámica en la que Musk incurre con frecuencia. The Boring Company serviría como paradigma: una solución de indudable audacia técnica, jamás testada antes por cualquier otra empresas, proyectada sobre uno de los problemas más persistentes del urbanismo contemporáneo y destinada a revolucionar de arriba a abajo la movilidad de las ciudades. Un proyecto de absoluto magnetismo mediático, incapaz de no filtrarse en los medios de comunicación entre parabienes.

Y al mismo tiempo, una idea poco práctica. The Boring Company traslada la cuestión candente de la movilidad urbana, esto es, los coches y su natural acumulación en forma de atascos, de la superficie al subsuelo. No hace suya ninguna audaz idea sobre los retos del urbanismo del futuro, sino que entierra el problema. Mediante una tecnología transformadora, de aparente potencial revolucionario y a través de una obra a gran escala que tunela una megalópolis, sí, pero simplemente lo entierra. Lo que pasa a estar arriba está ahora abajo. Igual de problemático, pero de impecable técnica.

En ambas reacciones se manifiesta un deje habitual de la ideología de Musk: la tecnología como herramienta redentora del ser humano, la técnica (personificada en sus exitosísimas, brillantes empresas) como clave de bóveda para todo dilema que afronte la humanidad. La respuesta de Musk al drama de Thailandia se alinea a la perfección con las ideas de un hombre que juzga a las innovadores empresas tecnológicas del mañana como las garantes del progreso civilizatorio: grandilocuentes y brillantes, pero también a menudo desenfocadas.

De ahí que sus fantásticos submarinos se contrapusieran de forma inmediata a la gris alternativa del gobierno de Tailandia: ¿unos simples submarinistas sujetando la bombona de oxígeno de los niños guiados por una cuerda? ¿Eso es todo lo que tiene que ofrecer la mediocre burocracia estatal? Para Musk, sus cápsulas servían al mismo propósito que The Boring Company, la instalación de baterías solares en Australia o la cesión de Powerpacks a Puerto Rico: demostrar que la innovación privada está mejor capacitada que nadie para solventar Los Grandes Problemas.

Y de ahí que su inexistente fracaso (simplemente no se llegaron a utilizar) se haya interpretado con tanta sorna en tantos rincones: pese a lo fashion de sus apuestas, Musk se ha visto derrotado por los equipos de rescate tradicionales con sus lógicas pero no demasiado impresionantes herramientas técnicas. Más allá del márketing, la tentativa de Musk representaba de forma muy fidedigna el modo en el que observa al planeta, su hipotética visión ideal para la humanidad del mañana.

Como es lógico, su reciente hiperactividad en Twitter y otras redes sociales han apuntalado su exposición mediática, llevando hasta el paroxismo las parodias sobre su carácter redentor/salvador y sobre su omnipotencia tecnológica à la Tony Stark. El caso de Thailandia ejemplifica tanto lo audaz como lo exagerado de Musk. Tanto lo bueno como muy especialmente lo malo.

Imagen: Ringo H.W. Chiu

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