La ciencia sigue sin tener ni idea sobre si los gatos nos aman o nos odian. Ergo nos odian

La ciencia sigue sin tener ni idea sobre si los gatos nos aman o nos odian. Ergo nos odian
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Cuando se trata de gatos, todo el mundo tiene una opinión contundente al siguiente respecto: los gatos te aman, te odian o pasan de ti. Toda la población del globo se encuentra recogida en una de estas tres categorías, llegando incluso las comunidades defensoras del amor de los gatos y las de los gatos odiadores a colisionar en encendidos debates.

Por mucho que en este casa nos gusten los mininos, somos de la opinión de que es difícil mirar a lo más hondo de su alma (o de su tapetum lucidum) y no pensar que hay algo de maligno o, como poco, de independiente hacia la raza humana.

La ciencia progatos al aparato: tu minino te prefiere a ti que a la comida

Una noticia científica de este mes parecía inclinar la balanza hacia la victoria del frente pro-gatos amorosos. El New York Times salía así de contundente: hay evidencia científica de que los gatos aman a la gente. Una sonora investigación llevada a cabo en la Universidad de Oregón proclamaba que las conclusiones a su estudio determinaban que los gatos, tanto los de compañía como los salvajes, prefieren la compañía humana a la comida.

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Lo que hicieron es lo siguiente: de un grupo de cincuenta gatos a los que se aisló de estímulos alimenticios, humanos y de juego durante unas horas. Al cabo de ese tiempo se les abrió la posibilidad de interactuar con esos tres estímulos, y la mitad de esos gatos eligieron acercarse a humanos que lanzarse a por la comida (el 38% optó por esto último, y el 12% restante fue a por los juguetes).

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¿Puede ser este, después de eones de relación entre gatos y humanos, un experimento determinante para valorar la relación que estos animales tienen con nosotros? Tal vez una única prueba con un puñado de especímenes donde sus opciones no fueron unívocas no sea suficiente.

Hablan los antigatos: a tu mascota no le importas nada de nada

Pero de igual forma que recelamos de esas conclusiones, lo mismo le ha pasado al bando rival. Hace años la propaganda pro-gatos odiadores realizó unas pruebas donde los cerebros de unos felinos eran químicamente analizados mientras las personas los acariciaban. En la prueba conducida en 2013 por el equipo de la Universidad de Lincoln, las mascotas segregaron distintos niveles de hormonas de estrés cuando les tocaban los humanos, lo que se traducía para muchos en un “si no quieren que les toquemos es porque no nos quieren”.

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"Sus ojos dicen no pero su cuerpo decía sí".

Ese estudio encontró sus críticas en aquellos que decían que los que condujeron las pruebas, un equipo brasileño, acariciaban en exceso a animales mayoritariamente no domesticados, con lo que sus relaciones previas con los humanos no serían demasiado sólidas y por ello tendentes al desprecio.

Pero hay otros tantos que se ha llevado el equipo neutral, los que creen que simplemente la presencia humana no es algo especialmente necesario o apetecible para los gatos. Está bastante asentado entre los expertos de conducta animal que, cuando un gato ronronea o restriega su cuerpo ante sus dueños, su gesto no es en absoluto una muestra de afecto, sino una forma de marcar territorio.

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Cuando entran los dueños de un gato al piso, éstos no se comportan como los perros, que sí han creado evolutivamente una dependencia con el hombre y se animan al vernos, sino que los gatos suelen reconocer la llegada sin alegrarse (tampoco molestarse) por ello.

La Universidad de Sussex se atrevió a aventurar que precisamente el ronroneo de los gatos es un mecanismo de supervivencia basado en la bajada de defensas de los humanos para que sigan alimentándonos. Los gatos nos manipulan con sus muestras de afecto perfeccionadas para engatusar al oído humano sólo por el futuro parné en forma de latas de atún.

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Una atractiva criatura manipuladora que solo te quiere por tus recursos.

Un estudio reciente de la Universidad de Tokio demostró que estas criaturas en su forma domesticada son capaces de oír a los dueños llamar su nombre, pero eso no hace que quieran acudir a su encuentro. Oyen cómo les llamas, pero eligen pasar de ti. Y algo parecido extrajo posteriormente la Universidad de Lincoln en otra de sus pruebas cuando declaró que "a pesar de que los gatos resultaron ser más ruidosos cuando les dejamos con un extraño en lugar de con el dueño original, no pudimos encontrar ninguna evidencia adicional que sugiera que la unión entre un gato y su dueño es la de un apego mutuo”.

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Pero todos estos análisis salvo el de la motivación del ronroneo de los gatos comprende muestras bastante reducidas de animales y una metodología y recopilación de datos que favorece la libre interpretación de los mismos. No sólo los expertos en el campo cognitivo están intentando reconstruir las motivaciones que existen detrás de esos ojos rasgados. Los arqueólogos también han puesto su granito de arena.

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Un bonito gato cumpliendo su cometido.

Aunque a esta rama del saber siempre le había resultado difícil encontrar restos gatunos en yacimientos humanos, unos estudiosos chinos se encontraron con una pequeña pepita de oro en una prehistórica zona de agricultura doméstica, tal y como expusieron en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de su país.

Mientras los perros llevan a nuestro lado unos 30.000 o 40.000 años, los gatos sólo han sido nuestros compañeros desde la implantación de la agricultura. Al parecer, nuestros ancestros descubrieron que los ratones se comían nuestras reservas, y que el mejor combate era dejar merodear por las fincas a un puñado de felinos a los que se les ofrecería una comida aparte.

Pero esa relación simbiótica ni es tan ancestral ni ha supuesto una conexión tan vinculante como la que hemos elaborado con los perros, y esa es una posible explicación a por qué, de momento, los gatos no parecen necesitarnos tanto. Mientras la ciencia avance, podemos optar por el plan b y esperar otros 20.000 años para ver si así, con la evolución, los gatos también acaban saltando de alegría cuando nos vean después de un montón de horas.

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Mientras tanto, los que creemos que nuestro gato tiene un secreto y malvado plan para acabar con nosotros podremos seguir creyendo en esta idea.

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