Adictos a estar "en línea": un 44% ya sentimos ansiedad si no podemos socializar con otros por redes

Adicción a los móviles.
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Si ya estábamos enganchadísmos a las redes sociales antes, la pandemia no ha hecho otra cosa que amplificarlo. Los estudios ya dicen que en España hemos aumentado tres horas diarias nuestro consumo con respecto a antes de la pandemia. Y lo cierto es que ya usamos la pantalla para todo: hablar con nuestra familia y amigos, no perdernos cuando vamos por la calle, matar las horas viendo vídeos de YouTube o Tik Tok, informarnos sobre actualidad e incluso para tener sexo virtual. Ahí hacemos nuestras compras y asistimos a conciertos de nuestros artistas favoritos.

No salimos de ese rectángulo. ¿Y si lo hacemos? Entonces nos sentimos vulnerables, la ansiedad se apodera de nosotros. Se llama nomofobia y la sufren la mayoría de jóvenes.

La droga en tu móvil. Aunque la adicción a la tecnología —más concretamente a los móviles y las apps de social media— no esté considerada por la OMS como una enfermedad, tiene efectos muy similares a los de una droga. Si nos quitan el teléfono, podemos crear síntomas similares al mono de una adicción, una necesidad imperante. Un estudio de YouGov RealTime revela que el 60% de los jóvenes de 18 a 24 años y de los de 25 a 34 años afirman que se sentirían ansiosos por no poder comunicarse con familiares y amigos sin su teléfono. Y un 34% de los mayores de 55 años.

Nomofobia. Esta ansiedad viene causada por un síndrome muy común en la nueva era de las tecnologías. La adicción a las pantallas y al uso de las tecnologías está creciendo de tal manera que los expertos sanitarios ya han puesto nombre a este nuevo trastorno: la nomofobia. Según los expertos, es el miedo irracional que sienten muchos usuarios a no disponer del teléfono móvil, bien porque se lo han dejado en casa, se les ha gastado la batería, están fuera de cobertura, han agotado el saldo, se lo han robado o, simplemente, se les ha estropeado. El mismo estudio de YouGov concluía que en total el 44% de sus encuestados sentirían este tipo de ansiedad si no pudieran disponer de su móvil para "seguir en contacto" con su círculo.

Y sin saber qué hacer. Uno de los hallazgos más reveladores de estos estudios, y que a pocos les sorprendería, es que poco menos de la mitad (45%) de los jóvenes de 18 a 24 años dicen que se sentirían “raros” porque no sabrían qué hacer sin su teléfono por un día. Seamos sinceros, yo mismo me quedé sin datos el otro día y mi mundo se trastocó por completo, sintiéndome en cierta manera desprotegido.

Y no es que sea algo propio de la generación más jóven: un tercio (36%) de las personas de 25 a 34 años se siente igual, al igual que una de cada diez (10%) de las personas de 55 años o más.

Menos concentración. Los usuarios de los smartphones son significativamente más propensos a decir que se sentirían más concentrados en lo que estaban haciendo (el 43% está de acuerdo) sin su teléfono y que prestarían más atención a lo que sucede a su alrededor (49%). Esta generación ya ve los episodios de sus series a medio fuego, que si suena el WhatsApp aquí, te comentan la foto de Instagram allá, un match nuevo en Bumble y el repartidor de Glovo llegando. Sinceramente: no estamos donde hay que estar.

Sobre todo los jóvenes de hasta 24 años, cuyo 63% dice que se sentiría más concentrado y prestaría más atención sin su móvil cerca. Y cuando se les preguntó si se sentirían "aliviados" al estar alejados de sus teléfonos por un día, hubo más gente que estuvo en desacuerdo (34%) que los que estuvieron de acuerdo (29%), como si el yugo de las redes sociales aún nos asfixiara.

Problemas mentales. Para completar la ristra de efectos negativos que tienen los móviles y las redes sociales en nuestra conducta, un estudio publicado por Society for Research in Child Development afirma que el consumo tecnológico excesivo en adolescentes está asociado con un incremento del riesgo a padecer problemas mentales, como trastornos por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y trastornos de la conducta, además de aumentar la probabilidad de padecer insomnio y una reducción del tiempo de los ciclos del sueño. ¿Por qué? Pues porque el 70% de los usuarios utiliza las redes sociales dentro de la cama y, de ellos, un 15% lo hace durante una hora o más.

Rodeados de pantallas. Y la pandemia ha agravado todo esto. Ocho de cada diez españoles asegura hacer mayor uso de dispositivos con pantallas desde el confinamiento, pasando de 11 a 14 horas de consumo diarias. Esto equivale a estar 210 días al año mirando algún tipo de pantalla. La adicción digital es tal que un 80% de la población española, lo primero y último que hace cada día es mirar un dispositivo con pantalla.

Y en este mundo las reinas que mandan son las redes sociales. El informe Digital 2020 July Global Statshot, elaborado por Data Reportal en colaboración con We Are social y Hootsuite, demuestra que el número de usuarios en redes sociales aumentó más de un 10% en 12 meses –de julio de 2019 a julio de 2020– hasta situarse en los 3.960 millones. El 51% de la población mundial tiene, al menos, una cuenta creada en alguna de las plataformas de redes existentes.

La solución es desinstalar. Con todo esto, ¿cuál es la solución menos dolorosa? Tendríamos que reducir las horas que dedicamos a esta práctica. Pero es tan complicado que la espiral tan bien pensada por los creadores de Instagram o Facebook nos atraería de nuevo. Lo veíamos en aquel documental de Netflix del que se habló tanto hace poco.

¿Entonces? La Universidad de Stanford llevó a cabo una investigación para medir los efectos psicológicos derivados de integrar Facebook como un hábito más de la vida cotidiana. Los usuarios que desactivaron Facebook de sus smartphones reportaron niveles más bajos de ansiedad y depresión. Lo hemos contado en Magnet. Y, en términos generales, una mayor satisfacción con la vida que el grupo que se mantuvo conectado. El propio estudio califica que los beneficios obtenidos equivalen a un 25-40% del efecto positivo de acudir a terapia psicológica. Aquel preciado tiempo que cedíamos a las redes se invirtió en actividades del entorno offline como pasar tiempo con familia o amigos. Lo que era la felicidad, al final.

Imagen: Pexels

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