La disputa política más absurda del año enfrenta a Canadá y Arabia Saudí. Y se está poniendo fea

La disputa política más absurda del año enfrenta a Canadá y Arabia Saudí. Y se está poniendo fea
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Todo empezó con un simple mensaje en Twitter: "Canadá está tremendamente preocupada por los arrestos adicionales de activistas por la sociedad civil y por los derechos de las mujeres en Arabia Saudí, incluyendo a Samar Badawi. Urgimos a las autoridades saudíes a liberarla inmediatamente y a todas las demás activistas pacíficas por los derechos humanos". El mensaje resonó en las cuatro esquinas de Riyadh, y provocó que el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS) respondiera expulsando al embajador e imponiendo sanciones económicas a Canadá.

¿Todo por un tuit? Veamos.

¿Quién es Samar Badawi? Badawi es una activista por los derechos de las mujeres saudíes, clave para que las mujeres hayan accedido a la conducción (otorgada por MBS). Su relación con Canadá surge de su hermano: otrora bloguero opositor, fue apresado y represaliado por la monarquía saudí. En consecuencia, su mujer y sus hijos huyeron a Canadá. Este año accedieron a la ciudadanía. Su relación con el gobierno es tenue, pero suficiente para que, tras el arresto de su hermana, el liberal gobierno de Justin Trudeau mostrara su rechazo.

Era un gesto de cara a la galería, sin consecuencias políticas.

¿Qué ha pasado? Tras el tuit el Ministerio de Exteriores saudí respondió con un hilo en el que despachaba durísimas palabras contra Canadá: "[Su posición] es grave y una inaceptable violación de las leyes y de los procedimientos del Reino. Además de violar la judicatura del Reino y de romper el principio de soberanía". Dicho de otro modo, Arabia Saudí recomendaba a Canadá que se metiera en sus asuntos. Algo no del todo extraño, pero sí excepcional por la retórica encendida.

Lo sorprendente llegó poco después: más allá de Twitter, MBS ordenaba a su gobierno expulsar al embajador candiense de Riyadh, cerrar todas las líneas aéreas entre ambos países, congelar cualquier tipo de inversión o proyecto comercial conjunto entre Canadá y Arabia Saudí, y ordenar el regreso de más de 16.000 estudiantes saudíes en el país americano. Lo que comenzó en un tuit se convirtió en una de las crisis diplomáticas más graves del año.

¿Por qué? Es la gran pregunta: ¿todo esto por 280 caracteres? Diversos analistas internacionales sospechan que, más allá del teatralizado despecho saudí, lo que Mohammed bin Salman pretende es reforzar su imagen de líder fuerte. Pese a su supuesto carácter reformista e incluso, ejem, liberal, MBS ha optado por políticas diplomáticas e internacionales duras: ya sea en Yemen, donde continúa una guerra catastrófica desde el punto de vista humanitario; en Qatar, donde mantiene el bloqueo; o en Irán, donde ha forzado el fin del acuerdo nuclear, MBS quiere dejar claro quién manda.

¿Qué dice Canadá? Trudeau ha optado por pocas concesiones. En lo político su imagen sale reforzada de cara a la opinión pública. En lo económico las sanciones de Arabia Saudí son irrelevantes (apenas el 0,4% de las exportaciones canadienses se dirigen a la monarquía saudí). Y en lo humanitario, desescalar ahora no va a lograr que Badawi y las otras activistas salgan de prisión. El gobierno ha insistido, de nuevo, en su defensa de los derechos humanos.

¿Qué gana MBS? De puertas hacia adentro, su imagen puede salir reforzada en el contexto de las intrigas y los vodeviles palaciegos que determinan el poder saudí. De cara al exterior contribuye a moldear la imagen de Arabia Saudí como un país totalitario e irreflexivo. Quizá sea útil frente a sus múltiples enemigos regionales, pero al mismo tiempo puede espantar a los inversores europeos y americanos (y siguen en caída libre desde el acceso al poder de MBS).

Como indican otros expertos, Canadá y sus mensajes en Twitter son la excusa. MBS está interpretando un papel para sus múltiples adversarios. De paso, eso sí, ha provocado una inesperadísima y rarísima crisis diplomática y ha dejado para el recuerdo veladas amenazas a Canadá evocando el 11-S. Porque en Arabia Saudí, al parecer, todo es posible.

Imagen: Víctor J Blanco/GTRES

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