La epidemia silenciosa de Estados Unidos: los opiáceos matan ocho veces más que la heroína en su día

Epidemia Silenciosa
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Una versión anterior de este artículo se publicó en 2017.

Una pandemia ha captado la atención de la humanidad durante el último año y medio. También el de Estados Unidos, uno de los países con mayores tasas de contagio y mortandad en el mundo desarrollado. Antes que ella, sin embargo, otra igual de brutal arrasaba en determinados sectores de la sociedad estadounidense: la de los opiáceos. O dicho de forma más mediática: la de las drogas. Los últimos datos del CDC no dejan lugar a muchas duras: entre mayo de 2019 y mayo de 2020 las muertes por sobredosis superaron las 81.000 en todo el país.

Un récord histórico.

Años atrás, The New York Times publicó un reportaje alertando sobre la dimensión descomunal del fenómeno. Por entonces los fallecidos por opiáceos se situaban entre los 59.000 y las 65.000 personas. Desde entonces la estadística o bien se ha mantenido estable o bien ha crecido. En cualquier caso y comparada con tras grandes "epidemias" recientes se trata del mayor problema de salud pública que Estados Unidos había afrontado hasta la aparición del coronavirus. Por encima de otros mucho más mediáticos, como la heroína, o combatidos, como los accidentes de tráfico.

Pese a lo alarmante de los datos, la crisis de los opiáceos no ha ocupado un lugar tan prominente en las políticas públicas de gobierno como el terrorismo o la criminalidad (vinculada estrechamente al consumo de drogas). En parte porque las estadísticas oficiales siempre son difusas. El diagnóstico final de las pruebas de toxicología de los fallecidos puede llegar a posponerse más de un año y medio. De los que han muerto por alguna sustancia siempre hay que quitar un pequeño porcentaje de muerte causada por el consumo sostenido o el abuso de alcohol y no directamente por la última dosis, como es en la mayoría de muertes por drogas.

Pero hasta que no se determina concretamente si el sujeto ha entrado en una categoría u otra no puede incluirse su muerte en las estadísticas. Pese a todo, los resultados de todos los años siguen siendo sólidos. Más de 80.000 muertes pueden parecer abstractas (incluso en un contexto como el del covid, donde países como India han roto por completo la escala de lo comprensible) puede parecer un número abstracto, pero si lo ponemos en contexto notaremos su gravedad: en 1990 perdían la vida 8.413 personas por esta misma causa. Y la cifra no ha hecho más que crecer.

Da más miedo una pastilla que un coche

Es decir, que en los últimos años Estados Unidos ha visto cómo la categoría "accidente mortal", una etiqueta que contiene las muertes involuntarias de muchos tipos (de drogas, pero también accidentes de coches y otros tipos) ha pasado de ser la quinta a la cuarta categoría principal de mortandad. Y son las drogas las que han hecho crecer este número. En los últimos tres años sólo las muertes anuales por sobredosis han sobrepasado a las muertes por arma de fuego en el pico de los violentos '90; las de la epidemia del SIDA o las muertes por accidente de coche en los '70.

Vamos a comparar lo que ha pasado entre las muertes de dos categorías distintas de "accidentes mortales". Por un lado, la responsabilidad al volante y la mejora de los sistemas de seguridad en los vehículos ha hecho que el país haya pasado de perder a 25 personas de cada 100.000 circulando por las carreteras, como pasaba en 1950, a 10. La concienciación en el consumo de opiáceos, por el contrario, ha fracasado: sabemos que 18 personas de cada 100.000 murieron en 2017 por sobredosis. En 2014 éstos eran 14 personas. Y en 1999 sólo eran 6 de cada 100.000. Hablan por sí mismos este espectacular¡ gráfico¡ (en el peor sentido de la palabra).

Muertes Chungas
Tasa de mortandad por sobredosis entre 1970 y 2007. Según estadísticas del gobierno y calculando el porcentaje de expansión por cada 100.000 ciudadanos, las drogas ya estaban matando a ocho veces más personas en 2008.

Sí: la mortandad, que no el consumo, causado por las drogas es ocho veces mayor hoy en día que en el la ola de heroína que asoló a Estados Unidos en los '70 o que la catástrofe del crack en los '90. Ya hay centros funerarios de ciertas regiones que alertan de que los cuerpos que entran cada día sobrepasan sus capacidades y tienen que alquilar tráilers para apilar cadáveres. Los centros de desintoxicación no dan abasto, y no todos los seguros médicos cubren tratamientos de opioides.

Para entenderlo no hay que recurrir al tráfico ilícito de sustancias. Sino al sistema de salud. Desde años las autoridades sanitarias habían venido alarmando del nuevo repunte de la heroína. Los artículos contextualizaban: ahora que hay un inmenso nivel de desempleo, de insatisfacción laboral y de dificultades para el mantenimiento económico, cada vez más estadounidenses, sobre todo blancos pobres de zonas humildes, se están enganchando a aquella droga mortal que causó una oleada de pánico en los '70 y que es a día de hoy relativamente fácil de conseguir.

Pero a esta foto le falta la parte más importante. El problema del repunte de muerte por drogas no se entiende sin otros dos conceptos: adicción a los medicamentos y fentanilo.

La culpa, del psiquiatra (involuntaria)

Los psicólogos y psiquiatras han hecho cargo de conciencia sobre la irresponsable extensión de medicamentos adictivos entre la población general, como pasó sobre todo con la oxicodona. Desde los años' 80 cada vez más estadounidenses viven medicados tomando sustancias que rebajan su ansiedad o su estrés. Se estima que 95 millones de ciudadanos han tomado pastillas con receta cada año (más gente toma analgésicos que fuma), que se extienden más de 300 millones recetas de fármacos al año y que casi dos millones de personas del país son dependientes de los opiáceos.

Y esta expansión y normalización en todos los aspectos de la vida diaria, presentable, de las drogas legales ha tenido otro efecto perverso: la aceptación y normalización de las ilegales. Muchos de los que alguna vez han tenido acceso a estos analgésicos los sigue consumiendo años después buscándolos en el mercado negro. O no necesariamente el mismo producto que tomó entonces, ya que el mercado es variado y es posible ir comprando compuestos cada vez más muertes para ir superando el punto de tolerancia (el último eslabón de la cadena, la heroína).

También otros se apuntan al plan por contagio, y como las barreras para adquirir los medicamentos cada vez son más estrictas, sobre todo desde una nueva normativa en 2005, y sus precios más caros, se lanzan al mercado sumergido. Como explican las autoridades, no están muriendo jóvenes irresponsables enganchados a las drogas desde su juventud, sino personas de todo el espectro demográfico.

Y ahí entramos con lo que se ha vendido en la prensa como "la droga cincuenta veces más potente que la heroína". El fentanilo y sus múltiples variantes son un inmenso peligro público muy difícil de controlar. Esta droga sintética se ha comercializado (y sigue comercializándose) como analgésico para distintos dolores, aunque cuando se empezó a ver su potencia y adicción las autoridades sanitarias fueron eliminándola del mercado. Pero los laboratorios ilegales también tomaron nota de la fórmula.

(Michael Longmire/Unsplash)

Desde el año 2005 los traficantes experimentaron con su venta. ¿Resultado? Un pico brutal de muertes entre 2005 y 2007 causado por una mala remesa de un centro de producción mexicano. Los traficantes lo mezclaban con la heroína, ya que el fentanilo es más potente, más barato de producir (un traficante puede comprar un kilo de polvo de fentanilo por 3.000$ y venderlo por un millón en la calle después de cortarlo) y no puede distinguirse del jaco a simple vista. Además, en las estadísticas de muertes por heroína debemos tener en cuenta que una buena parte de la sustancia consumida contiene trazas de fentanilo o de sus variantes.

El episodio sirvió como aviso. Se tumbó a los responsables de aquella cadena de muertes, pero no la idea comercial: los traficantes empezaron a fabricar el compuesto con más cuidado y a venderlo explicando sus condiciones. Una dosis de 0,25 miligramos puede ser mortal y la velocidad del efecto se ha multiplicado durante los últimos años, por lo que es muy difícil llegar a tiempo para salvar a la gente de una sobredosis. Es un chute 50 veces más potente a 100$ el gramo.

Como hemos comentado, no sólo los heroinómanos están en el mercado, sino también los que buscan unas pastillas que les relajen. Estudiantes, conductores de camiones, oficinistas estresados, amas de casa. Los narcotraficantes también venden desde hace años derivados de analgésicos cortados con fentanilo, en muchos casos sin informar al consumidor, y de ahí que muchas de estas muertes por sobredosis ocurran sin la consciencia del usuario de lo que está consumiendo, tal y como le pasó a Prince, acaso el símbolo de todo este fenómeno. La droga hace efecto inmediato y se muere al cabo de unos minutos.

La solución a esta crisis sanitaria tiene difícil encaje, y el horizonte no es demasiado esperanzador: la DEA ha empezado a ver cómo se extiende mínimamente el consumo del carfentanil, literalmente un tranquilizador de elefantes cien veces más potente que el fentanilo. En China no es una sustancia controlada, así que hay quien la está introduciendo en el país donde mueren cada año más de 15.000 personas por sobredosis de medicamentos con prescripción médica y, ahora, también 60.000 personas por sobredosis de sustancias ilegales.

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