España sigue sin tomarse en serio el suicidio: en pleno récord, no tiene plan de prevención nacional

Jonathan Rados Sbxt82csmxa Unsplash
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En el año 1980, cuando éramos 37 millones de españoles, se registraban como suicidios 1.652 muertes. Es una tasa de 4,4 muertes por 100.000 habitantes. En 2020 se produjeron 3.914 suicidios, 8,33 muertes por 100.000 habitantes. Las tasas del año 2000 y 2014 fueron más altas, 8,38 y 8,41 por 100.000 habitantes respectivamente, pero la cifra en bruto, esas 3.914 vidas del pasado 2020, es la cifra jamás alcanzada desde que hay registros (1906) y la confirmación de una mala tendencia.

¿La pandemia? Es lo que se especula. Sabemos que en épocas de estabilidad económica tiende a haber ligeramente mejores cifras, y también que hay una predisposición de las personas paradas a padecer problemas psicológicos que las que gozan de un empleo estable, y dado que ha habido crisis económica, algo puede haber afectado. Los resultados de estas siempre difíciles encuestas en algunos países de nuestras mismas características no indican que la covid haya afectado a sus estadísticas de suicidios, más bien todo lo contrario: ha habido países donde ha caído. Pero aquí podría ser que la pandemia haya operado como “factor de riesgo contextual que se suma a la multicausalidad del suicidio”, ya que ha atacado a los “factores de protección, como la cohesión social”. En España parece claro que trastornos mentales como la depresión, la ansiedad o el insomnio han aumentado en este tiempo.

Muchos más hombres que mujeres. El año pasado se suicidaron tres veces más hombres (2.390) que mujeres (1.011). La tendencia siempre ha sido parecida, pero, como muestran las series históricas, desde finales de los 90 se experimentó un aumento de esa brecha de género a este respecto, no porque las mujeres se suicidasen menos, sino porque los hombres pasaron a suicidarse más.

Cada vez más daño a jóvenes. Por otra parte, la “muerte propia” ha crecido el doble entre los menores de 15 años en nuestro país: se pasó de 7 muertes en 2019 a 14 en 2020. Ya adelantaba en octubre el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid que, según sus cifras, las tentativas de suicidio y autolesión en población infantil y juvenil había aumentado un 250% a causa de la crisis sanitaria.

Carecemos de una estrategia nacional de prevención del suicidio, como señaló hace poco un informe de la OMS que detectó que 38 países sí contaban con uno pero que nosotros no. Somos el único de nuestro entorno que carece de él. Otras cifras también son conocidas: estamos a la cola en inversión en salud mental. De cada 100 euros que invertimos en sanidad, sólo 5 van a parar a esta partida frente a los siete de la media europea. Tenemos 9,8 psiquiatras por 100.000 habitantes frente a los 17,2 de media de la UE. Tampoco contamos con una especialidad en psiquiatría de infancia y adolescencia, aunque justamente el último plan del gobierno en esta materia incluye el impulso a la creación de la misma, así como un teléfono 24 horas de prevención y al margen de los teléfonos de las administraciones locales.

El caso danés. El tema del suicidio es por su naturaleza muy complicado. Hay cosas que pueden hacerse en el plano de la prevención poblacional, como rebajando la toxicidad a los pesticidas, pero por lo general hay muchos factores personales que se entremezclan en las circunstancias que llevan al acto. Dinamarca fue un día conocido por ser un país con altas tasas de suicidio, 1.600 en 1980. En 2017 habían caído a 600, uno de los pocos países de su entorno en el que cayeron en ese mismo período. Lo consiguieron, dicen, gracias a una estrategia de concienciación, campañas de sensibilización similares a las que tenemos hoy en día de la DGT, a teléfonos y a intervenciones en colegios. Invertir en salud mental y hablar más de ello.

Frente al “efecto Werther”, el “efecto Papageno”: el primero le conocemos, es la idea de que si difundes información al respecto de aquellos que se quitaron la vida, estás fomentando un clima en el que puede producirse una epidemia por gente que lo copia. El efecto Papageno sería aquel por el que, al exponer los casos de personas que querían quitarse la vida pero que renunciaron a la idea y superaron sus problemas, se puede ayudar a la prevención de aquellos que están tomando ideas. En este sentido, podría ser muy positiva la nueva ola de artistas e influencers que hablan abiertamente a sus seguidores de las malas rachas psicológicas que han pasado. Expertos como los de la asociación Después del Suicidio – Asociación de Supervivientes (DSAS) apuntan a que algunas claves de la prevención es preguntar y hablar con aquellos que den señales, así como escuchar sin juzgar.

Si estás lidiando con problemas de salud mental o necesitas ayuda relacionada con el suicidio puedes contactar aquí con RedAIPIS, la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio. También puedes llamar al Teléfono de la Esperanza.

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