De la estafa piramidal a la guerra civil: cuando Albania sucumbió a la anarquía por los esquemas Ponzi

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1989 supuso un punto de no retorno para la mayor parte de economías planificadas. La paulatina, repentina y calamitosa caída del comunismo provocó una crisis gigantesca allá donde fue el único sistema existente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las economías de Europa del Este se hundieron en un abrir y cerrar de ojos y millones de personas fueron empujadas sin remedio a la pobreza.

El calado de sus consecuencias supera con mucho al de las dos grandes crisis recientes del capitalismo, ya sea la de 1929 o la de 2008. Países como Rusia o Ucrania perdieron entre el 14% y el 22% de su producto interior bruto en un año. La brusca transición de una economía centralizada a otra basada en el libre mercado generó heridas profundas que aún hoy son visibles en gran parte de los países post-comunistas.

En el medio plazo, sin embargo, todos se recuperaron. Todos menos uno.

Albania siempre fue un verso suelto dentro del gran orden comunista europeo. Lacerado por las terroríficas consecuencias humanas y demográficas de la Segunda Guerra Mundial (perdió alrededor de un 6% de su población), el país sucumbió al control total de Enver Hoxha. Stalinista militante, Hoxha cerró el país a cal y canto, convencido de las virtudes autogestionarias de la economía planificada.

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Vista general de Tirana. (Albinfo/Commons)

El régimen de Hoxha representó una excepción dentro de los ya excepcionales países balcánicos: aislado en lo político y en lo económico, quedaba tan lejos del Pacto de Varsovia como del proyecto particular de la Yugoslavia de Tito. No es de extrañar que sus estructuras, tan rígidas y brutales tras cincuenta años de poder absoluto de Hoxha, cayeran de un modo muy distinto a las del resto de estados comunistas.

La gestación de un desastre

Distinto y algo tardío: la caída formal del comunismo no llegaría a Albania hasta 1991, año de celebración de las primeras elecciones libres desde 1923. Un año después otros comicios entregarían el control del nuevo estado albanés, diseñado bajo las líneas maestras de la democracia liberal y de la economía capitalista, al Partido Democrático de Sali Berisha, primer presidente de Albania.

Al igual que en muchos otras naciones de Europa del Este, la transición albanesa fue brusca y rápida. Sus particularidades crearon un caldo de cultivo idóneo para la gran crisis de timos piramidales que arrastrarían al país a un estado de virtual anarquía y guerra civil un lustro más tarde. La Albania de 1991 era un país agrario en su práctica totalidad, cerrado al mundo externo, y cuya economía había estado bajo el total control del estado durante más de cinco décadas.

De la noche a la mañana, sin embargo, había abrazado el libre mercado. Sin apenas regulación, y sin apenas supervisión estatal.

Dos anécdotas ilustran hasta qué punto la transición albanesa representó el equivalente culinario a freír una camisa: según el Washington Post, cuando el régimen comunista cayó no había un sólo semáforo en todo el país, y tan sólo 5.500 coches circulaban por su exigua red de carreteras; Tirana, su capital, tan sólo contaba con una docena de ascensores en toda la ciudad. Era un país paupérrimo, fruto de la distopía comunista de Hoxha.

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Sali Berisha en 2013. (GTRES)

Ni las élites albanesas ni su población, desconocedora de las dinámicas económicas del libre mercado y en la mayoría de las ocasiones analfabeta a nivel financiero, estaban preparados para la irrupción del capitalismo. 

Con todo, las instituciones internacionales trataron de impulsar estructuras que regularan el futuro económico de Albania. Así, el banco central albanés impuso severas restricciones al crédito a las tres principales entidades bancarias del país (públicas). Juntas acumulaban el 90% de los depósitos de los albaneses, pero su vulnerabilidad estructural y la fuerte deuda acumulada las colocaban en una situación delicada.

Se produjo así una paradoja: mientras los albaneses anhelaban préstamos que les permitieran mejorar su posición social, los bancos coartaban con dureza el flujo monetario. ¿Solución? Entre 1991 y 1996 surgieron "instituciones" privadas que comenzaron a ofrecer atractivos tipos de interés a cambio del dinero de los albaneses. Empresas no reguladas y opacas que saciaron la sed de crédito en Albania.

Prestamistas
Prestamistas callejeros en Vlorä, 1997. (Robert Nagle/Commons)

A largo plazo, los prestamistas no resultarían ser más que esquemas Ponzi diseñados para obtener el mayor dinero posible estafando a sus participantes. Su funcionamiento era simple: los fondos ofrecían intereses de hasta el 10% mensual a los primeros inversores; conforme la base de negocio aumentaba, utilizaban los depósitos de los inversores recién llegados para pagar a los más antiguos.

Pese a que algunas de las instutuciones, como Vefa, sí mantenían inversiones tangibles más allá del esquema piramidal, la gran mayoría de ellas eran meros instrumentos de ingeniería financiera. Alrededor de veinticinco firmas operaban en Albania en el cénit del sistema. Algunas, como Sudja o Gjallica, estaban controladas por antiguos hombres del aparato comunista; otras, como Xhaferri o Populli, por familias enteras.

Del fraude a la insurrección en las calles

La escala de la estafa piramidal supera cualquier otra en la historia. Se calcula que para 1996 alrededor de dos tercios de la población albanesa había invertido dinero en alguna de las instituciones. Algunas familias, como acreditan reportajes de la época, llegaron a invertir todos sus ahorros, más de $5.000 dólares, cuando el salario medio apenas superaba los $80 al mes Tirana se llenó de ganaderos vendiendo todas sus magras posesiones con la esperanza de réditos futuros.

Varios factores ayudan a explicar la fiebre piramidal de Albania. El primero es el desconocimiento: la población albanesa no disponía de la información suficiente para discernir entre inversiones seguras y fraudes, en parte por los más de cincuenta años de modelo comunista bajo el que había crecido. El segundo, lo atractivo de los créditos: la competencia entre firmas provocó que la rentabilidad de los préstamos se disparara, llegando a extremos de entre el 25% y el 30% mensual.

A mediados de los noventa, los albaneses habían invertido más de $1.300 millones en los timos piramidales. Algunos fondos, como Vefa o Xhaferri, habían acumulado un capital ficticio equivalente al 5% o al 10% del PIB nacional. 

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Un grupo de albaneses entrega parte de las armas robadas en 1997 en un punto de colección habilitado por Naciones Unidas en 1999. (Hektor Pustina/AP)

Todas las luces de alarma fueron insuficientes. Cuando a principios de 1996 el Fondo Monetario Internacional advirtió al gobierno albanés de la escala del fraude las autoridades de Tirana hicieron caso omiso. Pusieron coto a algunas firmas, pero permitieron seguir operando a aquellas que parecían tener beneficios significativos derivados de otras inversiones. Pese a que en su mayor parte fueran timos piramidales.

El virtual respaldo del gobierno (o su criminal acquiescencia) provocó que muchos albaneses, pese a los rumores de insolvencia de muchos fondos, siguieran invirtiendo masivamente. Los ingredientes para un colapso económico total se habían cocinado a fuego lento durante cinco años. Una economía renqueante sin demasiadas alternativas para una masa agricultora pobre se asomaba al borde del abismo a cauas de un esquema de Ponzi de calibre nacional.

La tragedia se consumó en enero de 1997, cuando dos de los principales fondos se declararon insolventes. Miles de ciudadanos de Lushnje, una ciudad treinta kilómetros al sur de Tirana, salieron a las calles demandando recuperar sus inversiones. Sin éxito. La ira tornó rápidamente en insurrección: diversos edificios gubernamentales fueron asaltados y quemados, exigiendo responsabilidades a las autoridades.

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Ciudadanos lanzando rocas contra el mobiliario público. (Robert Nagle/Commons)

Tanto el gobierno como la figura de Berisha quedaron en una posición delicada. Los rumores sobre la involucración de miembros del ejecutivo en los timos piramidales se extendieron por todo el país. La proliferación de protestas y manifestaciones, a cual más violenta, provocó que Berisha entregara el control de la situación a las fuerzas del orden. La violencia se convirtió en la tónica dominante a principios de 1997.

La situación no haría sino empeorar. El ejecutivo albanés prohibió todo tipo de manifestaciones públicas y escogió la vía represiva, pero rápidamente perdió el control de la situación. Miles de trabajadores estatales, parlamentarios, policías o soldados, enfurecidos a su vez por la pérdida de sus ahorros en fraudes piramidales, abandonaron sus puestos. El estado perdió toda legitimidad y se hundió con rapidez.

Lo que siguió en los meses primaverales de 1997 fue la anarquía pura y dura, y lo que algunos analistas han bautizado como "guerra civil". Lo cierto es que las líneas del conflicto encajan sólo parcialmente en una confrontación bélica directa. El ejecutivo trató de mantener el poder y el orden sin demasiado éxito, mientras un sinfín de guerrillas y grupos armados proliferaban por todo el país.

Guerra civil abierta y caos

La ausencia de orden y la dejación de funciones de las fuerzas armadas provocó que un sinfín de arsenales quedaran desprotegidos. En un abrir y cerrar de ojos casi un millón de armas se repartieron entre la población albanesa. La inseguridad y el colapso repentino del orden civil hicieron que muchos albaneses entrevieran en la posesión de armas la única forma de protección posible.

Las cárceles se abrieron. Miles de reos, muchos de ellos relacionados con el crimen organizado, salieron a la calle. Una vez armados, lograron hacerse con el poder de algunas regiones del país. La situación fue de particular dramatismo en el sur de Albania, donde ciudades como Vlorä quedaron vedadas a cualquier tipo de autoridad del estado. Rincones de la geografía albanesa estaban en control de milicias armadas.

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Un helicóptero estadounidense rescata a ciudadanos estadounidenses en Tirana. (U.S. Navy/Commons)

El ejemplo de Vlorä es significativo: la ciudad se hundió en el caos y la violencia a consecuencia de la competencia de diversas organizaciones criminales. La más célebre es la de Myrteza Çaushi, también conocido como Zani. Ajena a cualquier tipo de supervisión estatal, la banda de Zani impuso su ley en las calles de la urbe a golpe de decapitaciones, fusilamientos sumarios, toques de queda y tráfico de drogas.

Albania, convertida en un país sin ley, quedó fragmentada en dos. El sur del país, menos desarrollado y habitado históricamente por tosks (una de las dos etnias que componen la comunidad lingüística albanesa; predominantemente musulmana u ortodoxa), alineado en torno a los grupos opositores relacionados con el Partido Socialista y gobernado informalmente por guerrillas y grupos milicianos.

Y el norte, habitado por ghegs, de cariz católico y próximo al Partido Democrático de Berisha (nativo de la región), aún gobernado en gran medida por el ejecutivo. Las líneas maestras de la guerra civil se entremezclaban con la ruina de millones de albaneses, la parálisis total de la economía nacional y el estado generalizado de rabia y anarquía entre la población del país.

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Dos hombres tratan de alcanzar un barco con destino Italia desde el puerto de Dürres. (Santiago Lyon/AP)

Tras diversas operaciones militares unilaterales por parte de Alemania y Estados Unidos, con objeto de extraer a sus ciudadanos del interior albanés, Naciones Unidas tomó la resolución de actuar en abril de 1997. El impulso lo aportó Italia, preocupada por la creciente diáspora albanesa a consecuencia de la crisis. Más de 7.000 tropas italianas (con la colaboración de otros efectivos internacionales) entraron en Tirana bajo la bandera de la Operación Alba.

La misión de la ONU tomó rápidamente el control de la capital, y ayudó a las autoridades de la capital a imponer la ley en el resto del país. A sugerencia del Fondo Monetario Internacional, el gobierno se negó a restituir las inversiones perdidas de los albaneses. Las tropas internacionales procedieron a requisar todo el armamento saqueado mientras una comisión técnica ordenaba las cuentas del país.

Se calcula que murieron más de 2.000 personas a causa de los enfrentamientos.

Los acontecimientos de 1997 culminarían una traumática transición del comunismo al capitalismo en Albania, impulsados por una estafa piramidal de proporciones inéditas. El país se estabilizaría en los años siguientes y lograría cierto desarrollo económico hasta nuestros días. Hoy Albania sigue siendo un país pobre, lastrado por la dictadura de Hoxha y la insurrección de 1997, pero lejos ya del fraude masivo de los noventa.

Sus consecuencias son notorias aún hoy. Miles de albaneses quedaron en la ruina. Otros tantos optaron por la emigración, una constante en la memoria nacional albanesa: sólo en Turquía e Italia hay más de 500.000 albaneses. La violencia, el caos, la ruina y el éxodo marcaron a toda una generación de albaneses, en la que fue una de las historias más traumáticas y menos glosadas de los convulsos años noventa en los Balcanes.

Imagen: Baba King/Commons

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