Hablar de "filetes llenos de antibióticos" es una idea terriblemente equivocada

Hablar de "filetes llenos de antibióticos" es una idea terriblemente equivocada
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Sí, tenemos un problema con el uso de los antibióticos. Un problema serio. Es más, un problema tan serio que probablemente nos estamos jugando la salud en cientos de miles de granjas repartidas por todo el mundo. Eso es cierto y es necesario que lo denunciemos.

Sin embargo, también necesitamos entenderlo bien. Y, ayer, en Salvados, el eurodiputado verde Florent Marcellesi hizo una exposición del problema que no tiene nada que ver con la realidad: no, las resistencias a las medicinas no surgen de comer "carne llena de antibióticos". De ninguna manera.

Un problema en aumento

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En primer lugar, porque esa carne no se come. Como nos dice Gemma del Caño, es virtualmente imposible «sacrificar un animal que no ha superado el periodo de seguridad después de haber estado expuesto a antibióticos». Los controles son mejorables, claro; pero tan exhaustivos que la posibilidad de que se comercialice «carne, leche o huevos» con antibióticos es muy remota.

Y segundo, porque a diferencia de los que afirmaba Marcellesi, nosotros no «desarrollamos resistencias a este tipo de enfermedades». Son las enfermedades las que desarrollan las resistencias a los antibióticos. Y el peligro es que esas superenfermedades que "estamos seleccionando" con el abuso de medicamentos, se nos vuelvan en contra.

La carne, en términos generales, es uno de los productos alimenticios más seguros que existen. El problema es otro: que al producirla, estamos creando un monstruo que no podemos controlar. Nuestra capacidad de encontrar nuevos antibióticos, como ya señaló Alexander Flemming, es menor a la capacidad de las bacterias para volverse resistentes a ellos.

Y, según los datos que tenemos, más el 70% de antibióticos que son médicamente relevantes para los seres humanos se usan también en animales. Pero el problema se vuelve especialmente peligroso cuando se usan antibióticos de último recurso para los que no tenemos sustituto. Eso (y la resistencia subsecuente) ya ha ocurrido en China, por ejemplo.

Las sospechas son muy firmes, sin embargo la evidencia aún no es lo suficientemente sólida: las revisiones sistemáticas nos dicen que solo un 5% de los estudios que han examinado el vínculo entre los antibióticos animales y las resistencias a los antibióticos sostienen que no existe ese vínculo. Sin embargo, un 72% señala que la evidencia es insuficiente.

¿Cómo hemos podido llegar a este punto?

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El uso indiscriminado está muy relacionado con que, en 2009, se produjeron 272.7 millones de toneladas de carne, tres veces más de las que se produjeron en 1970. A medida en que las inmensas poblaciones de países en desarrollo se incorporan a lo que podríamos llamar "dietas occidentalizadas", la demanda de carne se ha disparado.

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Esto ha impulsado el uso (a veces, indiscriminado) de antibióticos y medicamentos en la industria. Y es que cuando se usan bien, los antibióticos son esenciales para tratar infecciones animales, haciendo las explotaciones más productivas y bajando el precio de la carne en todo el mundo.

Sin embargo, el uso excesivo e inapropiado es un problema. Sobre todo cuando no se usa para tratar enfermedades, sino para prevenirlas o para acelerar el crecimiento de animales en granjas intensivas. El asunto es que una cantidad considerable de todos los antibióticos que se usan se destinan para ello.

Sin embargo, suspender el uso de antibióticos no es una solución sencilla. El aumento del precio de la carne afectaría, sobre todo, a entornos de bajos recursos y su impacto está injustificado hasta que la relación no esté mucho más clara.

¿Qué podemos hacer?

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Por lo pronto, necesitamos reducir de forma drástica la cantidad de antibióticos utilizados. Tanto en ganadería, como en la sanidad humana. Y necesitamos hacerlo urgentemente. En pocos años, podríamos estar ante consecuencias médicas, sociales y económicas muy graves.

Unas consecuencias que amenazan con devolvernos al siglo XIX. Es hora de tomar nota de los éxitos del movimiento contra el cambio climático y comenzar a desarrollar un discurso social y científico que tome conciencia de este problema que ya podemos decir que es uno de los problemas del siglo.

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