Hay una guerra por el espacio público en las ciudades. Y su próxima víctima son los aparcamientos

Aparcamientos
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Una cuestión domina todas las conversaciones y debates sobre el urbanismo del futuro: el predominio del vehículo privado en las calles. El coche sigue siendo dominante en las ciudades modernas, herencia de modelos urbanísticos anclados en las tendencias del siglo XX. Pero muchos ayuntamientos desean reducir su impacto y protagonismo. Las soluciones para conseguirlo son variopintas, desde los carriles bici hasta las restricciones específicas, pero hay una simple y muy efectiva.

Reducir los aparcamientos.

¿Por qué? Primero, por el impacto que generan en los barrios. El tráfico de agitación, es decir, los trayectos que realizan los conductores en busca de un aparcamiento en la calle, puede llegar a representar el 30% de todas las circulaciones en un momento dado. De media, un coche pasa alrededor de 20 minutos en busca de una plaza. Eso se traduce en más ruido y más contaminación, dos problemas básicos de las ciudades. Sabemos que tanto el uno como el otro van en detrimento de la salud de los vecinos.

Medidas. Tradicionalmente, los ayuntamientos habían combatido el fenómeno restringiendo el derecho a estacionar, ya sea mediante pagos fraccionados y temporales o mediante zonas exclusivas para residentes. ¿Buena idea, no? Por un lado sí, porque permite ahuyentar al conductor-visitante, contribuidor neto al tráfico de agitación del que habláhamos antes... Y por otro lado no, como ilustra un estudio elaborado por los investigadores Daniel Albalate y Albert Gragera.

Se puede leer aquí (PDF).

Más coches. El trabajo analiza el impacto de las políticas de aparcamiento aplicadas por Barcelona entre 2007 y 2014. De media, el estacionamiento regulado (zonas azules, comerciales; y verdes, residenciales, dentro del programa ÀREA) provocó que el número de vehículos en los barrios afectados aumentara en 0,29 por cada 1.000 habitantes. En aquellas zonas exclusivamente residenciales el impacto fue  aún mayor: 3,59 coches más por cada 1.000 habitantes. Un resultado que camina en la dirección contraria a lo que, en teoría, busca la medida.

Como explican los autores:

Los resultados muestran cómo la segunda y la tercera ola de implementación de ÀREA aumentaron los niveles de propiedad de vehículos en una media de 11 coches por cada 1.000 habitantes (...) Esto equivale a un incremento del 2,9% en relación a los valores medios de los barrios analizados.

El motivo. La delimitación de aparcamientos exclusivos para residentes generó un incentivo natural para poseer un coche. Así, Barcelona pudo recudir en cierto modo el tráfico de agitación y las consecuencias indeseadas de atraer conductores en busca de aparcamiento; pero neutralizó su éxito incentivado que los vecinos se hicieran con más coches, y por tanto los utilizaran más. A largo plazo, concluye el trabajo, el estacionamiento regulado tiene más externalidades negativas que positivas.

Una lectura valiosa para el ayuntamiento, especialmente dadas sus nítidas políticas pro-pacificación del centro urbano.

¿Solución? Los autores son bastante francos al respecto: eliminar los estacionamientos, del tipo que sean. Es la idea que algunas ciudades ya están aplicando. El ejemplo más notorio es Oslo: en 2017 decidió cerrar su casco antiguo a cualquier tipo de aparcamiento, dado que tan sólo el 12% de los residentes tenían coche. El éxito fue casi inmediato. Los carriles bici ocuparon las antiguas líneas de estacionamiento y los coches dejaron de acudir al centro. Fue una peatonalización de facto.

Otras. Ámsterdam ha seguido sus pasos, si bien a su modo. Su principal herramienta contra el tráfico de agitación es la hora de aparcamiento al aire libre más cara del mundo: 13€ por dos horas. En octubre, además, eliminaba alrededor de 11.000 plazas públicas. El objetivo del ayuntamiento era reducir en hasta 1.500 el número de conductores anuales. Bruselas tiene planes similares, y desea retirar 65.000 plazas para 2030.

Londres ha llevado la batalla un pasito más lejos. Su última medida queda lejos incluso del "centro" de la ciudad, depositaria tradicional de las restricciones al coche, y llega al extrarradio. Aquellos residentes que deseen aparcar en la calle tendrán que abonar unos 800€ anuales. Un desincentivo claro a la posesión de un vehículo.

Nueva batalla. En un contexto de alta polarización política y social en torno al rol del coche en las grandes ciudades, los aparcamientos pueden convertirse en la siguiente batalla, algo que la pandemia, con sus terrazas tomando el lugar de los estacionamientos, ha adelantado. Es una batalla crucial, quizá por encima del carril bici o de las restricciones físicas. El motivo, como hemos visto, es simple: son fáciles de retirar y su impacto es elevado. Sin plazas, el incentivo para coger el coche cae.

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