La desigualdad económica nos hace infelices. Literalmente

La desigualdad económica nos hace infelices. Literalmente
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La desigualdad es el gran tema de nuestra generación. Nos afecta en todos los sentidos imaginables. A nivel de renta. A nivel de acceso a estudios superiores. A nivel de acceso a las instituciones políticas. A nivel medioambiental. A nivel de raza y de género. Incluso a nivel de edad. Ahora, gracias a un estudio realizado por investigadores de la London School of Economics and Political Science, también sabemos que nos afecta en nuestra felicidad diaria, en nuestro bienestar emocional. La desigualdad económica nos hace más infelices. A menor igualdad social, menos felices nos declaramos.

De forma resumida, el grupo de investigadores han encontrado una correlación entre bienestar general declarado por los ciudadanos de un país y volumen de riqueza amasado por el 1% más rico. Así, en Dinamarca, uno de los países menos desiguales del mundo, el índice de satisfacción vital es mucho más alto que en Colombia, donde el 1% de la población controla el 20% de la riqueza nacional. Sucede de forma más o menos generalizada en todos los países, y se ve a golpe de regresión en este post publicado por los propios autores en Harvard Business Review.

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Hay que matizar, sin embargo. El gráfico anterior muestra el índice de "satisfacción vital" de los encuestados, dependiente en gran medida de grandes cuestiones socioeconómicas tales como el nivel de renta disponible o el estatus laboral alcanzado. Hay otra forma de medir la felicidad colectiva de un grupo poblacional concreto, y es preguntando por el "bienestar emocional", relacionado con cuestiones menos estructurales y más experienciales en el día a día (cómo pasamos nuestro tiempo).

Medidas las "experiencias positivas" en nuestra vida, la desigualdad era menos importante para nuestra felicidad.

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¿Cómo salir de la encrucijada? Dando la vuelta al dilema: quizá la medición de las "experiencias positivas" no era el mejor modo de observar si existía alguna correlación con la desigualdad de renta del país. ¿Qué tal si medimos las "experiencias negativas" declaradas por los encuestados, se debieron preguntar los investigadores? En efecto, al tomar en consideración el índice contrario, el efecto de la desigualdad era mucho más evidente. De nuevo, a golpe de regresión:

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"Pero esto era previsible". Y lo era: la desigualdad es intrínsecamente negativa. Ahora bien, el hallazgo del estudio consiste en detectar menores índices de felicidad declarados por la sociedad en su conjunto, incluso de aquellos sectores demográficos que cuentan con un buen estatus social y económico. Es decir, la desigualdad no sólo hace infelices a los más pobres, sino también a los que no lo son (pero que tampoco pertenecen al privilegiado 1% más rico de cada país). Nos afecta a todos.

¿Por qué? Según los investigadores, la concentración de la riqueza en manos de unos pocos provoca que, para quien están en percentiles poblacionales de renta media-alta, sea más complicado acceder a cosas como una casa en tu barrio favorito o una plaza en el colegio privado al que querías enviar a tu hijo. Es decir, hace más difícil la movilidad social incluso para clases acomodadas. Ni que decir tiene que a mayor riqueza concentrada por unos pocos, mayor número de personas en situación precaria. Por tanto, sí, la desigualdad no sólo son números y gráficas. También es menor felicidad.

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