Once horas de espera para votar: qué hay detrás de las colas electorales en Estados Unidos

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Estados Unidos afronta el martes que viene unas elecciones cruciales. El carácter extraordinariamente divisivo de Donald Trump ha provocado que los políticos demócratas movilicen a sus bases con entusiasmo, disparando los niveles de participación por adelantado. Como resultado, una estampa se ha repetido en los colegios electorales de muchos puntos de país: largas colas de votantes aguardando su turno para ejercer su derecho.

Imágenes sólo entendibles en el contexto estadounidense.

Testimonios. Los recopila aquí la BBC, pero se pueden encontrar por los cuatro rincones de la red. En Georgia, un estado de fuerte tradición republicana donde las mismas imágenes se repiten a cada ciclo electoral, algunas personas tuvieron que esperar hasta 11 horas para sufragar su voto. Gran parte de las colas se dieron en distritos y barrios de mayoría afroamericana. Muchos de ellos, también en Texas o en Ohio, difundieron su espera con orgullo, prueba de su voluntad en el voto.

Motivos. Dos factores circunstanciales ayudan a explicar las colas. Por un lado, la movilización de gran parte del electorado demócrata en unas elecciones comunicadas como críticas para el futuro inmediato del país. Más de 59 millones de estadounidenses han votado ya por adelantado, un 40% más que en 2016 a una semana de los comicios. Por otro lado, el coronavirus: las restricciones de aforo y las medidas sanitarias impiden las aglomeraciones, multiplicando los tiempos de espera.

Historia. El problema, no obstante, es estructural. Las colas a la entrada de los colegios electorales se convirtieron en objeto de debate y controversia ya en el año 2000, muy en especial en Florida. Apenas 500 votos separaron a Al Gore de George W. Bush, en un recuento y posterior proceso judicial plagados de acusaciones de fraude. ¿Qué tipo de fraude? Uno muy sencillo. Limitar al máximo el número de gente que puede votar en un momento dado. Ralentizar el proceso. Generar colas.

Como explicaba un artículo de la época:

Hubo una variedad de razones por las que aquellos votos no fueron emitidos o contados (...) En algunos colegios electorales las filas de votantes fueron simplemente demasiado largas, y muchos votantes abandonaron su intención de votar porque no estaban dispuestos a hacer cola durante horas.

Similares acontecimientos emborronaron el proceso electoral de 2004. En aquella ocasión, el estado protagonista fue Ohio. Apenas 119.000 votos separaron a George W. Bush de John Kerry, en una ajustada victoria a la postre crucial para el presidente republicano. De nuevo, miles de potenciales votantes fueron desincentivados por las largas colas. Se estima que sólo en uno de los 88 condados del estado hasta 15.000 de ellos prefirieron quedarse en casa ante la perspectiva de horas haciendo fila.

Funcionamiento. ¿Dónde está el problema? En este trabajo (PDF) se esbozan algunas razones. La principal es el sistema de voto. La mayoría de colegios electorales estadounidenses utilizan máquinas específicas, y no siempre hay suficientes. En algunos condados de Arizona, por ejemplo, se instalaron hasta 200 máquinas para las elecciones de 2012. Cuatro años después habían quedado reducidas a 60. En 2004, algunos condados de Ohio contaban con apenas dos máquinas cuando necesitaban 13 para asegurar el normal discurrir de la jornada.

Como se ilustra aquí, existe una correlación entre la inversión que la autoridad destina a cada condado y las colas generadas. Menos dinero equivale a menos máquinas, menos supervisores y menos asistencia técnica si algún aparato se rompe. Esto causa retrasos y, en general, impone trabas. Un último factor son los días hábiles de voto: muchos estados reducen las opciones al mínimo durante las semanas previas a las elecciones, concentrando a muchos votantes en días clave.

Los objetivos. Sólo en 2012 más de 10 millones de personas tardaron más de media hora en emitir su voto. Los tiempos de espera, como evidencia este mapa, varían de estado a estado, pero son más prolongados en el sur. Es allí donde los republicanos controlan las instituciones estatales, pese a amplias minorías en las ciudades. Por lo general, la ausencia de recursos y de máquinas de voto, y por tanto las colas, son predominantes en barrios pobres, afroamericanos y latinos.

Caladeros demócratas.

Estrategia. No es un accidente. Estados Unidos arrastra una larga tradición de supresión del voto por diversas vías. Y las hay más efectivas y sofisticadas. Se puede impedir votar a los ex-convictos, mayoritariamente negros; se pueden eliminar miles de puntos de voto de la noche a la mañana; se puede establecer un registro obligatorio, no automático, para acceder al voto; se puede sacar del registro a los votantes que no participaran en los anteriores comicios; y se pueden extremar los protocolos burocráticos (ID, fotos, formularios) para desincentivar el voto.

En 2018 hablamos de todo ello a cuenta de las midterms. Las vías modernas siguen a las ancestrales (linchamientos, grupos paramilitares vigilando los colegios electorales, violencia general), y a otras complementarias como el gerrymandering (diseñar circunscripciones a medida para que el electorado sea lo más favorable al legislador de turno).

Soluciones. Hay varias vías para reformar el sistema de voto en Estados Unidos. Este artículo de Vox propone algunas. La principal: aunar el proceso en una junta electoral central con autoridad para supervisar las elecciones en todo el país. Por extraño que resulte, las autoridades municipales y estatales diseñan sus propias reglas e instrumentos de voto, resultando en una enorme disparidad y desprotección de las minorías. En total, hay hasta 10.000 "jurisdicciones electorales".

Esto limitaría los abusos, al quedar lejos de órganos de gobierno políticos (ayuntamientos, estados) con evidentes conflictos de intereses (en ocasiones, las reglas las diseñan gobernantes en el cargo). Simplificar el registro (automático y censal, como en España) o la mera acción del voto (una papeleta) contribuiría a reducir las colas. Y a incentivar el voto. La participación en unas presidenciales no ha superado el 60% desde 1968.

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