Rebelión en la Iglesia: la bendición de matrimonios homosexuales amenaza con romper al catolicismo

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La Iglesia Católica es una organización lenta. Cada transición se gesta tras siglos de interminables debates donde la ortodoxia se ve empujada lentamente hacia el sentido de su tiempo. Hablamos al fin y al cabo de la institución que tardó un milenio en dirigirse a sus feligreses en su lengua vernácula. Hoy el catolicismo afronta un impás más importante: el que plantea el colectivo LGBT. La legalización del matrimonio homosexual en muchos países ha obligado a las iglesias locales a lidiar con una realidad legal y social. ¿Deben aceptarla o ignorarla?

Lo segundo. El pasado 15 de marzo la Congregación para la Doctrina de la Fe, la institución centenaria encargada de preservar los fundamentos teológicos e ideológicos de la Iglesia, emitía una nota aclaratoria (Responsum ad dubium) sobre el matrimonio homosexual: ningún párroco podía ofrecer su bendición a la unión de dos personas del mismo sexo dado que Dios no puede bendecir el pecado. El mensaje, por más obvio que resulte viniendo de la Iglesia, buscaba zanjar un debate de creciente intensidad en su seno. Uno que el Santo Oficio sólo ha logrado avivar.

El contexto. El comunicado respondía a una práctica de creciente popularidad en Centroeuropa. De un tiempo a esta parte son numerosos los párrocos alemanes y austriacos que han otorgado su "bendición" a matrimonios homosexuales. La iniciativa nació de la mano de Pfarrer-Initiative, un colectivo de eclesiásticos austriacos muy progresistas, y ha ganado el apoyo de figuras como Christoph Schönborn, cardenal y arzobispo de Viena; Johan Bonny, obispo de Amberes; Jozef De Kesel, cardenal y arzobispo de Bruselas; o Peter Kohlgraf, obispo de Mainz.

Su tesis queda resumida aquí por el teólogo Jesús Martínez Gordo en un texto muy interesante y explicativo: la Iglesia Católica no puede dar la espalda a quienes acuden a ella por más que su orientación sexual se salga de la doctrina de la institución, esa "verdad innegociable" que Juan Pablo II y Benedicto XVI defendieron con tanta fiereza. No puede negar, en resumen, una realidad insoslayable. Debe adaptarse.

La rebelión. Pfarrer-Initiative respondió al texto del Santo Oficio de forma inmediata: "No rechazaremos en el futuro a ninguna pareja de enamorados que nos pida celebrar la bendición de Dios, la cual viven cada día, también en misa". La Congregación ignoraba así el mensaje "liberador" de Jesús y se plegaba a visiones reaccionarias sobre la espiritualidad. Fue una llamada a la rebelión. Una consumada este fin de semana: más de cien templos alemanes han celebrado "bendiciones" de parejas homosexuales, en abierto desafío a la prohibición fijada por Roma.

Graves implicaciones. La iniciativa se difundió por las redes sociales austriaco-alemanas bajo el hashtag #liebewinnt ("el amor gana"). En algunas localidades algunos sacerdotes colgaron pancartas en la entrada de los templos donde se podía leer: "¿Ustedes se aman? Los bendecimos". Se trata de un movimiento importante por la ruptura tan radical que plantea en países donde la homosexualidad ha dejado de ser un tabú social (y religioso). No obstante, son limitados los cardenales favorables a las bendiciones (y bastante visibles los partidarios de la prohibición).

A vueltas. Si algo subraya la rebelión, que irá a más en el futuro, es la inevitabilidad de la homosexualidad en el futuro de la Iglesia Católica. Hace dos años el Papa Francisco sentaba las bases de una transición gradual hacia la tolerancia con las siguientes palabras: "La gente homosexual tiene derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o sentirse miserable por ello". Fue un gesto histórico, pero no pasó de ahí. Jamás se tradujo a la doctrina oficial de la Iglesia ni entró en el catecismo.

Algunas figuras de relieve, como el cardenal mexicano Carlos Aguiar, apoyaron a Francisco. Pero la Secretaría de Estado de El Vaticano se apresuró a aclarar aquellas declaraciones: estaban sacadas de contexto y fueron malinterpretadas. La Iglesia no reconocía de ningún modo el matrimonio homosexual. Dos años antes, no obstante, Francisco había sentado las bases de una desestigmatización y aceptación futura en su Amoris Laetitia: "Se nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad".

Incertidumbre. Un pasito hacia adelante, un pasito hacia detrás. La nota aclaratoria del Santo Oficio ha contado con el (inevitable) visto bueno de Francisco. Por lo que estaríamos ante una de cal. La de arena la estarían poniendo los párrocos alemanes y austriacos en abierta rebeldía. Ambos protagonizan una tensión que atraviesa al corazón de la Iglesia Católica y que amenaza con romperla paso a paso. Hay una pugna por institucionalizar lo que en muchas sociedades ya es normal. Quinientos años después, Alemania vuelve a replicar a Roma.

Imagen: Andrew Medichini/AP

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