Santiago ha logrado convertirse en un gran destino turístico. Los vecinos exigen ahora que sea compatible con su vida

Santiago ha logrado convertirse en un gran destino turístico. Los vecinos exigen ahora que sea compatible con su vida
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Hay ingredientes difíciles de maridar. Explotación turística y tranquilidad cotidiana, como experimentan cada vez con mayor fastidio los vecinos de Santiago, es un buen ejemplo. Además de la capital de Galicia, polo cultural y hogar de un valioso patrimonio reconocido por la UNESCO desde hace más de 35 años, Compostela es el colofón del Camino de Santiago, una de las grandes rutas de peregrinación religiosa europea y reclamo que atrae cada año a miles de visitantes.

Eso es una bendición económica para quienes viven en la ciudad y sus alrededores. Y, en cierto modo también, un martirio que convierte a la plácida urbe gallega, de 97.900 vecinos censados, en el último ejemplo del complicadísimo equilibrio entre ser una ciudad residencial y destino turístico.

¿Qué dicen los datos? Pues que hay poco margen para la interpretación. Santiago de Compostela soporta, sobre todo en años como 2022, considerados “Santos”, una fuerte presión turística que poco tiene que envidiar a otros destinos como Barcelona o Sevilla. Entre julio y septiembre de 2019, último año libre del “efecto pandemia”, el INE registró 283.700 turistas en los alojamientos hosteleros de la ciudad. No está mal para una urbe que no llega a 98.000 censados de forma oficial, si bien es cierto que en el municipio también residen estudiantes sin empadronar ligados a su universidad.

Tras el varapalo de la pandemia todo indica que el flujo de peregrinos y turistas será especialmente alto en 2022. El 24 de julio la Oficina del Peregrino repartía la Compostela —el certificado de haber completado al menos una mínima parte del Camino— número 200.000 del año, marca que nunca antes se había logrado tan pronto. Solo en julio la institución despachó casi 67.400 certificados. El flujo total es probablemente mucho mayor porque no todos los peregrinos deciden recoger su credencial. Se le suman, además, otros muchos visitantes ajenos al Camino.

¿Se nota en la economía? Sí, desde luego. Hace años un estudio de la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino concluía que en 2012 los peregrinos se dejaron en Compostela 22,4 millones de euros y en 2010, otro año Xacobeo, se alcanzaron los 36 millones. A esas sumas se añade la riqueza generada a lo largo de todo el Camino. “No solo afecta a Galicia, también a otros 140 ayuntamientos y a toda la comunidad indirectamente”, destaca la Xunta.

Los peregrinos no son además los únicos turistas que acuden a la capital gallega para disfrutar de su patrimonio, gastronomía y los paisajes de la región. Los últimos datos del INE muestran que en Santiago hay 155 establecimientos hoteleros que emplean de forma directa a 930 personas.

¿Y en las calles? Pues en las calles también se nota. Y no siempre para bien. Los residentes de la ciudad ya han mostrado su malestar por la masificación turística y el tema se ha colado de lleno en el debate político local. Desde hace semanas tres entidades vecinales reparten un “decálogo de buenas prácticas para el tramo final del Camino” para lograr una tarea nada sencilla: armonizar la avalancha de visitantes y peregrinos con la vida que ellos siguen haciendo en sus hogares y ciudad.

Consciente del problema, el Ayuntamiento compostelano habla incluso de un “pacto local para un turismo sostenible”. Según precisa La Vanguardia, el gran trasiego de peregrinos de este verano ha provocado incluso quejas vecinales en Sarria, localidad en la que muchos empiezan el Camino.

¿Hay polémica? Sí, en las redes sociales y en las instituciones públicas. Hace varios días se hicieron virales fotos en las que se ven cómo copan las calles de la ciudad los jóvenes atraídos por la Peregrinación Europea Juvenil 2022, una cita que —según los datos facilitados por la Iglesia— atrajo a Santiago a alrededor de 12.000 chavales. El despliegue vino acompañado, al menos en algunos casos, de gritos y cánticos en plena calle, entre alojamientos y edificios habitados.

BNG o Compostela Aberta ya han señalado un modelo turístico que ven “invasivo” e “insostenible”. Y si bien desde el Gobierno local, gobernado por el PSOE, se asegura que las tensiones vecinales no son generales —las acotan a “ámbitos y momentos concretos”— reconoce su “preocupación”.

La visión es distinta en la Xunta, con sede también en Compostela pero en manos del PP. Hace unos días el presidente Alfonso Rueda deslizaba que tras las críticas se ocultan “posiciones ideológicas” y zanjaba, en declaraciones recogidas por elDiario.es: “mientras la afluencia de peregrinos se produzca con civismo, con orden y sin molestar a nadie, más allá de lo que pueda suponer la presencia de muchas personas en un momento dado, eso no perjudica a nadie, sino todo lo contrario”.

¿Es Santiago un caso aislado? Para nada. Otros grandes destinos turísticos han lidiado ya con el difícil equilibrio que exige ser una gran ciudad turística, entre acoger miles de visitantes que llegan en busca de descanso, diversión o como colofón a un largo camino, y vecinos que siguen madrugando y yendo a la oficina. Reto similar afrontan, entre otras ciudades de España, Sevilla, Valencia, Málaga, Palma de Mallorca, Madrid o Barcelona, urbe en la que el turismo desempeña también un rol económico vital y que encara desde hace años un complejo debate ante la turismofobia.

Imágenes | Alberto Cabrera (Flickr)

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