Sí, Rivera ha llamado "gilipollas" a Iglesias en el Congreso. Y es más normal de lo que parece

Sí, Rivera ha llamado "gilipollas" a Iglesias en el Congreso. Y es más normal de lo que parece
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El intenso debate de investidura albergado ayer en el Congreso dejó varios momentos memorables, pura escenografía en la era de la política viral. Desde los diputados de Podemos abandonando sus escaños hasta Mariano Rajoy bromeando sobre sus SMS a Luis Bárcenas. Pero sólo un instante ha acaparado la atención de la red durante todo el día: el momento en el que Albert Rivera, desde su escaño, musitaba "gilipollas" a Pablo Iglesias mientras el líder de Podemos intervenía en la tribuna de oradores.

El vídeo es uno de los más vistos del día en YouTube y fue compartido de forma masiva ayer en las redes sociales. La imagen de Rivera, un líder de centro y que busca emanar una imagen de tolerante y moderado, insultando a otro de sus colegas políticos en público era lo suficientemente impactante. Y ha generado comentarios de todo tipo, a menudo airados sobre el gesto del presidente de Ciudadanos. Y sin embargo, no hay motivo para tanto alboroto: de puertas hacia adentro, la política es menos dramática.

La propia secuencia ofrece pistas sobre la naturaleza más relajada de las relaciones personales entre los políticos detrás de las cámaras. Iglesias había bromeado primero sobre el PNV como la única institución española no en crisis, para después lanzar una puya a Rivera sobre su supuesta talla intelectual a cuenta de la cruz de Borgoña, el símbolo austracista que ha permanecido durante siglos en el escudo de armas español.

En ese momento, las cámaras captaron a un Rivera entre risas decir "Capullo... vaya gilipollas". El chiste se saldó con la risa tonta de Girauta y el gesto de no-tiene-remedio de Aitor Esteban, líder del PNV.

El ejemplo Rajoy: aquí todos somos amigos

Cuando la ciudadanía acusa a los políticos de escenificar un teatro, lleva razón: el Congreso es un gigantesco escenario donde cada político realiza su papel en función de sus intereses electorales. Si algo han permitido entrever los debates realizados en programas como Salvados durante el último año, o el mano-a-mano de Iglesias y Rivera en la Universidad Carlos III de Madrid, es que en política, como en El Padrino, las relaciones personales van por un lado y las relaciones de negocios, de política, van por otro.

Tengan o no Rivera e Iglesias buena sintonía personal, los políticos rebajan dos y tres tonos su retórica cuando se enfrentan en privado.

¿Un ejemplo? Nos lo proporcionó hace poco Mariano Rajoy, que mañana será aupado a la presidencia del Gobierno por segunda vez consecutiva, cuando un programa catalán le gastó una broma a cuenta del nuevo president de la Generalitat, Carles Puigdemont. Un imitador se hizo pasar por el político nacionalista, logró conseguir vía telefónica hasta la Moncloa y, para su propia sorpresa, entabló contacto con Rajoy.

Al otro lado de la línea le esperaba un Rajoy bonachón y apacible que recibía con bastante ligereza discursiva al que, por aquel entonces y aún hoy, era un enemigo político visceral. No en vano, Puigdemont es un reconocido independentista cuya intención primaria tras las elecciones del 27 de septiembre del año pasado es lograr la independencia de Cataluña, a la que el PP se opone. Y allí estaba Rajoy, despachando cierta vivacidad y campechanía a su némesis política.

En las distancias cortas, el drama se reduce. En un mitin, Rajoy hubiera tenido la obligación de mostrarse duro y extremadamente crítico, a su particular modo, con el gobierno catalán. En privado, la escenografía se deja a un lado.

El enemigo político no siempre lo es personal

Incluso la oposición más visceral no tiene que ir acompañada de una agria relación personal. Tanto Zapatero como Rajoy reconocieron en múltiples ocasiones que no había mala sintonía entre ellos, cosa difícil de creer dada la durísima y envenanda oposición de los populares en la primera legislatura de Zapatero. De nuevo, el enemigo político más radical no ha de serlo en el terreno personal, donde las prioridades son otras.

Lo mismo ha sucedido con anterioridad en otros episodios de la historia de la democracia española. Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista de España y ogro negro de la propaganda franquista, tenía mejor relación personal con Adolfo Suárez, ex-dirigente del Movimiento y destacado cargo de la dictadura, que con Felipe González, político socialista y opositor, como Carrillo, al Régimen. Suárez y Carrillo compartían vagos objetivos comunes, y sin embargo sus profundas divergencias ideológicas casaban mal con su cara-a-cara.

En Estados Unidos y otros países del mundo sucede algo parecido. Pese a la intransigente oposición parlamentaria planteada por el Partido Republicano durante el último mandato de Barack Obama, John Boehner, speaker del Congreso y líder de facto de los representantes republicanos, tenía cierta cercanía y talante amistoso con el presidente demócrata. En uno de los muchos homenajes de despedida al presidente, Boehner aparece junto a él escenificando el retiro político de ambos. Ninguno tenía que seguir actuando más.

Lo mismo vale para los amigos de bancada. El propio Boehner, por ejemplo, definió a Ted Cruz, senador republicano, como "Lucifer in the flesh". Siguen existiendo la tensión y las rencillas personales más allá de los titulares de prensa, pero es menos acuciado y tiene menos carácter melodramático (en ocasiones).

De modo que, ¿ha llamado Rivera "gilipollas" a Iglesias? Sí. ¿Debería importarnos o denota lo agrio de nuestro debate político? Probablemente no.

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