El streaming está hiriendo de muerte a los trabajadores más humildes del cine. Este tiktoker lo explica

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Zachary Burrabel nos cuenta en este vídeo que una vez, trabajando como actor, dijo una palabra en el popular show The Big Bang Theory. Una única palabra, unos segundos en pantalla en 2009. Hizo ese trabajo, eso sí, a través de algún sindicato para artistas como el Screen Actors Guild o la Associated Actors and Artistes of America. Desde entonces esa aparición le ha reportado 40.685 dólares en forma de derechos derivados o porcentaje de los beneficios generados: cada vez que alguien se compra un DVD o una cadena de televisión de Polonia compra los derechos de exhibición de la serie, a él le llega un cheque. A veces ridículo, a veces cuantioso, pero un cheque.

Pago único y total por adelantado. Así funciona el cobro del trabajo en plataformas de streaming para todos los actores, los protagonistas o los figurantes, pero también para los guionistas, montadores, iluminadores y demás. Los productos producidos por los gigantes del entretenimiento viven para siempre en sus webs, sin ser nunca más (salvo rarísimas excepciones) exhibidos en cines o distribuidos en DVDs. Por tanto, no se generan beneficios derivados. Aunque las plataformas ocupan ya casi la mitad de la audiencia mundial "televisiva", si aquella serie en la que saliste una vez la producían ellos y sigue generando cuantiosas visitas diez años después, tú no recibirás un céntimo porque ya pagaste por las veces que apareciese en su espacio.

La uberización del cine. Como se ha explicado, esto es sobre todo un ataque a los trabajadores de base. Las estrellas cuentan con buenos representantes y son capaces de alcanzar mejores condiciones, y de hecho Netflix ya ha reconocido que firmará mejores acuerdos de back-end para los "talentos" en función del rendimiento de las obras bajo las cifras que ellos quieran enseñar. Pero este acuerdo de back-end no ha llegado a los trabajadores rasos, desde el actor secundario hasta el maquillador. Ellos son más intercambiables y por tanto tienen menor poder de negociación, lo tomas o lo dejas. Una actitud que perjudica tanto a los trabajadores (el tejido laboral se precariza al completo) y que podría incluso perjudicar a los espectadores (sin esas garantías, mucho talento que podría darnos grandes obras abandonará su plan y se irá a praderas laborales más verdes).

Ya existe un ejemplo concreto de este efecto entre un grupo de creadores: los showrunners. Cada vez menos de ellos despegan, se hacen famosos y consiguen mayor libertad creativa, lo que está llevando a la creación de dos clases, los ya asentados de antes, que firman acuerdos muchimillonarios, y la piscina donde está el resto.

¿Cuánta gente ha visto Stranger Things? He ahí el núcleo de la cuestión. Aunque las plataformas hacen bombásticos anuncios cada cierto tiempo divulgando cifras de audiencia de series o películas concretas (que, además, publican como ellos quieren), lo que reina por lo general es el desconocimiento. Y lo que es más, sus cifras no están auditadas. Nadie permite que un notario externo meta sus narices en sus bases de datos para que comparen sus ratings con los de otras plataformas.

Lo sentimos, cancelamos tu serie porque "nadie" la ha visto. Lo explicaba hace poco en un hilo de Twitter el conocido bloguero Film Critic Hulk. Netflix es conocida por cancelar series a pesar de que, al menos en redes sociales, parece que sí tenían audiencia. Es a Netflix a quien más le sucede, pero eso es porque fue el disruptor y el principal competidor de ese mercado, así que a medida que se vayan consolidando el resto de plataformas es probable que les suceda a ellas también.

Así, los de Ted Sarandos nos dicen que deben cancelar Sense8 porque el público no ha respondido, y podrían tener razón al hacerlo, pero la cuestión es que nunca lo sabremos. Salvo contadísimas excepciones, ellos consideran que ninguna serie es merecedora de una continuidad a sus creadores porque los espectadores no se suscriben por una única serie o un director, lo hacen por su catálogo en conjunto. Si la gente con la que hiciste un pequeño éxito ahora te quieren pedir un poco más para hacer la segunda parte, puedes abandonar ese camino y realizar más productos nuevos y más baratos.

Envidia. Todo esto es algo que, no nos equivoquemos, habrían adorado poder aplicar los viejos estudios de haber podido, pero se toparon con los sindicatos (según algunos, a día de hoy la ciudad más sindicalizada de Estados Unidos) cada vez que quisieron llevarse un pellizco mayor de la tarta. Hubo por ejemplo un punto de la industria, con el auge del DVD, que a los estudios les daba igual hacer pérdidas en taquilla por lo jugosas que eran las ventas físicas. O dicho de otro modo, si extra número 18 de The Big Bang Theory se ha sacado 40.000 dólares por un segundo, cuánto se estará llevando Warner Bros.

Nuevos jugadores, las mismas guerras de siempre. Las grandes luchas de los sindicatos el entretenimiento van vinculadas a cada nuevo cambio tecnológico: fue en los años 50 cuando se dieron cuenta del dinero que los estudios se estaban llevando en derechos televisivos y pelearon por una porción, y lo mismo ocurrió en los años 80 cuando con la llegada de las cintas domésticas. Hoy la lucha será distinta porque, si para los anteriores circuitos se contaban con esas auditorías semipúblicas como Nielsen, con las plataformas digitales el vacío informativo es total, no hay datos a los que atenerse para saber quién ha visto y quién no tu serie. Así, la pelea en el futuro estará aquí.

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