Los suecos están dejando de coger aviones para subirse al tren. Es el efecto Greta Thunberg

Greta Thunberg Barco
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El nombre de Greta Thunberg resuena hoy por las cuatro esquinas del planeta. La activista de 16 años ha puesto cara y voz a un movimiento juvenil consternado por las consecuencias del cambio climático. Desde manifestaciones masivas en Europa durante la pasada primavera hasta su estelar participación en Davos y otros foros, Thunberg es, ante todo, una potencia mediática; pero también una figura capaz de modificar hábitos de consumo y tendencias. Suecia, su país natal, es el mejor ejemplo: la cantidad de suecos dispuestos a subirse a un avión se está desplomando. Y es en parte gracias a ella.

Cifras. Lo ilustra The Economist en un gráfico: el volumen de pasajeros para vuelos nacionales ha caído un 8% en lo que llevamos de 2019, continuando la tendencia ya registrada en 2018 (un 3% de caída anual). Las cifras, recopiladas por Swedavia, la operadora de los diez principales aeropuertos del país, son algo más modestas para los vuelos internacionales (2,8%), pero ilustran una tendencia clara. Los suecos están dejando de acudir a los aeropuertos. Es el triunfo del movimiento "flygskam", o la "vergüenza a volar" por su enorme impacto medioambiental.

Alternativa. Frente al avión, el tren. Su huella ecológica es menor (consume menos combustibles fósiles, la mayor parte de las líneas están electrificadas) y es útil para distancias cercanas y dentro de un mismo territorio. No por casualidad la principal caída de pasajeros se registra en vuelos nacionales. Según SJ, la compañía pública de ferrocarriles, el número de suecos que optan por el tren siempre y cuando sea posible ha aumentado del 20% al 37%; sus cifras corroboran el interés: en 2018 vendió 1,5 millones de tickets, un 5% que durante el curso anterior.

¿Es global? De momento no. Se trata de un movimiento aún localizado. La aviación comercial europea disfruta de un crecimiento prolongado gracias al abaratamiento de los vuelos y a la explosión del turismo. El volumen de pasajeros ha aumentado un 4% en 2019. Un crecimiento acompasado a sus emisiones: la industria aeroportuaria emitió un 5% más de CO2 durante el año pasado, frente a la caída general del 4% en el resto de sectores económicos de la Unión Europea. Los aviones son contribuidores netos al cambio climático: emite 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro, frente a los 14 gramos del tren. 

Soluciones. ¿Es extensible al resto de Europa? Está por ver. El impacto de Thunberg es mayor en Suecia (sus campañas se iniciaron frente al parlamento sueco), por lo demás un país extenso, llano y bien mallado por la red ferroviaria. La activista ha reafirmado su oposición al avión viajando a Nueva York en barco: ahora mismo se encuentra en algún punto del Atlántico, cruzando el océano a bordo del velero de un multimillonario. Su trayecto requerirá de más de veinte días. Como vimos en su día, el viaje tiene un valor puramente mediático: no es una alternativa razonable para el resto de la humanidad.

Las políticas. Si algo revela el ejemplo sueco es la creciente concienciación de sectores de la sociedad en materia medioambiental. No sólo se trata de consumir de forma más sostenible, sino de aplicar la sostenibilidad a todas las facetas de la vida. Para el caso de la aviación hay numerosos obstáculos: estamos muy, muy lejos del avión eléctrico; el turismo es una industria creciente a la que muy pocos turistas o ciudades quieren renunciar; la caída de los precios ha democratizado los viajes; y las alternativas para viajes de media distancia (Estocolmo-París) son costosas y muy largas.

Parte de las soluciones pueden provenir de las políticas públicas. Hablamos de ello hace algunos días: Ryanair recibe generosos subsidios públicos para operar vuelos baratos. En la práctica, Europa está subvencionando la contaminación de la aviación comercial, en vez de gravarla. 

Los privados. El gran problema, sin embargo, no reside en el turista ocasional que coge dos aviones al año, sino en el impacto de los jets privados y la aviación empresarial. El mejor ejemplo fue Davos: una cumbre dedicada excepcionalmente al medioambiente mientras sus invitados batían records de asistencia en aviones personales, los de mayor huella ecológica. Hay otro movimiento creciente de científicos y académicos que se niegan a cruzar medio mundo para asistir a las conferencias internacionales, optando por soluciones tan sencillas como Skype.

Eventos como Google Camp, discursos como el de Ruger Bregman o polémicas como la que rodean hoy a Meghan Markle y el príncipe Harry apuntan hacia una mayor vigilancia pública sobre la aviación privada.

Imagen: Kirsty Wigglesworth/AP

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