Los suizos han detectado el problema de su industria ganadera: han creado vacas demasiado grandes

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¿Te imaginas a centenares de granjeros clamando por que lleguen las vacas flacas? Algo así es lo que ha sucedido en Suiza. New Swiss Cow, un grupo de interés de la industria ganadera, ha lanzado un informe que analiza las flaquezas de su modelo de aprovechamiento. Y lo cierto es que están hartos de sus animales. Necesitan demasiada atención sanitaria, espacio en los establos y comida. Este último punto, que preocupa también a los ganaderos de toda Europa (en el verano más caluroso de todos los tiempos) les ha empujado a defender un tabú: quieren revertir 50 años de selección genética. Suiza necesita vacas más pequeñas.

Más grande, más rápido. Porque todo lo contrario ha sido el mantra por el que se regía el sector y los ganaderos. Y razón, al menos bajo una mirada superficial, no les faltaba: como economía de escala que es la crianza de animales, cuanto más, mejor. Desde la década de los '60, las vacas suizas han aumentado hasta los 800 kilos de peso gracias a la mezcla de sus especies autóctonas con sementales estadounidenses. Han ido creciendo 30 centímetros de tamaño cada año durante las últimas décadas hasta convertirse en enormes mastodontes.

Menos es más. La producción láctea anual se ha doblado en este medio siglo hasta los 7.500 litros por vaca. Sin embargo, el trabajo de estos expertos indica que reses de menor tamaño producirían más leche en proporción a su demanda de recursos: un ejemplar de 500 kilos hace la misma leche consumiendo mucho menos. Y además, al ser más ágiles, llegan a zonas más altas del territorio alpino, dando más opciones para la explotación del terreno ganadero.

Gallinas gordas. Ago similar le ocurre a nuestras amigas avícolas. Hemos logrado modificarlas de tal manera que su masa muscular crece a un ritmo demasiado veloz para que sus sistemas cardiovasculares o su estructura ósea pueda resistirlo. Las gallinas hacinadas en pequeños campos de concentración mueren asfixiadas o notan quebrar sus patas por el peso de sus cuerpos, lo que deriva en una gran mortalidad, gasto médico y una alta reposición del producto. Los activistas y ganaderos han discutido ya ampliamente cómo es mejor para todos que crezcan de forma más lenta (a un ritmo diario de 55 gramos) que al que nuestras capacidades permiten (70 gramos).

Y cerdos asmáticos. Lo mismo. Todas estas modificaciones genéticas explotaron entre los años 90 y los 2000. Ahora lidiamos con las consecuencias: por ejemplo, y en el caso de los cerdos, las deficiencias reproductivas y respiratorias tienen un coste estimado de 1.500 millones de euros anuales en pérdida de productividad. De ahí que haya científicos estudiando cómo eliminar las secciones del ADN porcino que provocan estos fallos. Aunque los animales genéticamente modificados están prohibidos en la cadena alimenticia de la Unión Europea, se prevé que nuevas técnicas de desarrollo permitan su llegada a nuestros platos en pocos años.

El tamaño sí importa. Las granjas industriales consumen más cantidad de antibióticos que ningún otro sector, contribuyendo a la progresiva y alarmante inmunización a la que nos estamos sometiendo. Por otro, su alto consumo de recursos ahonda en la carencia de tierra cultivable y reservas o fuentes de agua dulce. Llevamos siglos modificar la evolución de la especie de estos animales, pero en orden de seguir creciendo hay ocasiones en las que, como ahora, vamos a tener que retroceder.

Imagen: Jenny Hill/Unsplash

Una versión anterior de este artículo fue publicada en agosto de 2018.

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