Hacia un turismo más elitista: el plan de Islandia para filtrar a las rentas más altas

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Una cifra ayuda a contextualizar el calamitoso año de la industria turística: 440 millones. Es el número cesante de viajeros a causa de la pandemia durante los primeros seis meses del año. Una caída del 65% que se habría traducido en pérdidas equivalentes a los €385 millones. Un drama. El sector necesita reinventarse para sobrevivir. Pero la pandemia, en el camino, ha abierto la puerta para rediseñar el modelo de turismo.

¿Hacia uno más elitista y selectivo?

El caso islandés. Así parece creerlo el gobierno de Islandia. La pequeña isla se convirtió a mediados de la pasada década en el símbolo del turismo masivo, de sus gigantescos beneficios y de sus descomunales perjuicios. En su punto álgido, Islandia recibía más de 2,3 millones de turistas internacionales, siete veces más que su escueta población. Un maná para el comercio turístico, una amenaza sobre su entorno natural y un modelo económico que parasitaba la vida normal del país.

Solución. A lo largo de este año, Islandia ha perdido al 79% de sus visitantes. Un problema para los miles de negocios dependientes de ellos, pero una oportunidad para repensar la relación del país con el turismo. ¿Cómo? Sustituyendo cantidad por calidad. Cribando. El gobierno, al parecer, trabaja en un permiso de residencia temporal (seis meses) que habilitaría a quien lo deseara a disfrutar sin cortapisas de las maravillas de Islandia. A instalarse allí durante un tiempo. Eso sí, con dinero.

El umbral. La medida se orienta a los "nómadas digitales", trabajadores con una buena posición económica que, gracias a la deslocalización y a las herramientas telemáticas, pueden vivir y trabajar donde deseen. Islandia tantea un umbral altísimo y sin precedentes: los candidatos al visado deberán acreditar unos ingresos mensuales superiores a los 6.000€ o, en su defecto, a los 80.000€ anuales. Palabras mayores.

Diferencias. Se trata de una vía ya explorada por otros países, como Croacia o Estonia. La diferencia estriba en las exigencias económicas de cada país. Islandia eleva sus requisitos a las seis cifras anuales, mientras que Estonia los reduce a los 3.500€ mensuales. La idea tiene sentido en tiempos de teletrabajo y deslocalización: atraer a mano de obra cualificada, empleada por empresas extranjeras o internacionales, sin costear sus gastos (cada nómada deberá sufragar su propio seguro privado).

Una tendencia que el coronavirus, fruto de la explosión del teletrabajo, ha acrecentado. Y en la que España podría jugar un papel preeminente.

Un giro. En la práctica y en un país como Islandia, la táctica representa un giro estratégico. Menos turismo masivo y más estancias prolongadas y cualitativas. La isla lleva años discutiendo sobre el "alto precio" (medioambiental, de saturación de infraestructuras, de encarecimiento del alquiler) que ha pagado por convertir al turismo en su principal fuente de divisas (un 10% del PIB nacional). Afrontaba, pues, la cuadratura del círculo: maximizar sus ventajas (ingresos) y minimizar sus costes.

Todo ello en una transición idealmente sin traumas. Es un dilema que afrontan otros puntos del planeta saturados por el turismo, como Venecia. La epidemia ha permitido a Islandia acelerar una idea añeja: potenciar los hoteles de lujo ($2.000 la noche), las experiencias exclusivas, los rincones del país que atraían menos visitas. Menos turistas, sí, pero con una capacidad de gasto e inversión muy superior.

Otros caminos. Virar hacia un modelo de turismo "sostenible" es una cuestión abierta en múltiples destinos. Venecia es el mejor ejemplo. Cuando sus calles se vaciaron en la primavera, miles de comercios afrontaron la bancarrota. Pero la ciudad se dio un respiro. Y tiempo. ¿Merecía la pena seguir con un maná económico que había expulsado a la mayoría de sus residentes? Unas voces reclamaron "cuotas" turísticas, detener los cruceros o incentivar, en abstracto, "turismo de calidad".

A pagar. Sin cuotas de visitantes, difíciles de ejecutar, la única forma de cribar el turismo es... Encareciendo los costes. Obligando, como hizo Ámsterdam, a tasas de 10€ la noche para filtrar las visitas orientadas al turismo low-cost. O como poco a poco desea hacer Islandia. Más aún en un contexto de crisis epidémica donde cualquier visita se puede traducir en gastos sanitarios asociados (trazabilidad, pruebas PCR, atención primaria, etcétera). Es una decisión legítima, pero desigual.

Quizá sea el futuro del turismo en algunos países cansados de la masificación.

Imagen: SnappyGoat

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