Bad Sex: las peores escenas eróticas de la literatura

Bad Sex: las peores escenas eróticas de la literatura
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Está de moda hablar de sexo (malo).

El magazine literario británico Literary Review concede, desde hace veintiséis años, el Bad Sex in Fiction Award, un galardón que, al igual que otros premios en diversos ámbitos artísticos o profesionales como el cine o la publicidad, no subrayan la excelencia de un producto aleatorio en un campo determinado, sino la baja calidad, la mala praxis o el desconocimiento acerca de lo narrado que muestra dicho producto, así señalado con tal dudoso honor.

En el caso concreto de la revista insular, la distinción otorgada se define por llamar la atención sobre "las descripciones de escenas sexuales superficiales, redundantes o pobremente escritas, en la literatura de ficción contemporánea". Este antipremio, establecido en 1993, por la crítica literaria Rhoda Koenig y el editor de la publicación por aquel entonces, Auberon Waugh, es, por lo tanto, un toque de atención sobre el mal tratamiento (por muy diversos motivos) del sexo en las novelas de hoy.

Si buscáramos una traslación al mundo del cine, algún ejemplo rápido podría ocurrirse para poner en imágenes lo que el Bad Sex in Fiction Award pretende conseguir.

¿Los (hombres) blancos no la saben meter?

Una característica común, si repasamos la lista de (des)afortunados ganadores del trofeo literario, es la predominancia de nombres masculinos en su haber. En efecto, en el más de cuarto de siglo transcurrido desde su génesis, sólo tres autoras se han hecho con el (poco) deseado reconocimiento: Rachel Johnson, Nancy Huston y Wendy Perriam.

Senora
Rachel Johnson, una de las escasas ganadoras del Bad Sex Award.

Indagar en las causas del desajuste entre sexos puede llegar a ser una búsqueda inane debido al desconocimiento de la causa original: ¿Don las mujeres mejores conocedoras y narradoras de lo erótico en función de su condición? ¿El desajuste es una sinécdoque, un pequeño microcosmos representativo de un mundo literario desbalanceado genéricamente? Esta desigualdad se ha mantenido en la edición de este año del Bad Sex Award donde todos los finalistas eran, de nuevo, hombres.

Dadas estas circunstancias, el ganador de este año resultó ser un hombre, el estadounidense James Frey, cuya obra más conocida para el público español podría ser Soy el número cuatro, una novela de ciencia ficción de tono Young Adult cuya adaptación cinematográfica recaudó unos 150 millones de euros en todo el mundo.

Soy el número cuatro

La escena vencedora pertenece, en concreto, a su último trabajo, Katerina, que el Washington Post calificó como una de las peores novelas del año. Y se desarrolla así:

Estoy dura y profundamente dentro de ella follándola en el lavabo su pequeño y ajustado vestido negro aun puesto su tanga en el suelo mis pantalones por las rodillas nuestros ojos cerrados, nuestros corazones y almas y cuerpos cerrados. Córrete en mi interior.

Córrete en mi interior

Córrete en mi interior

Cegados sin aliento temblando abrumados explotando Dios Blanco (!) me corro dentro de ella mi polla palpitante ambos gemimos ojos corazones almas cuerpos uno.

Uno.

Blanco.

Dios.

Me corro.

Me corro.

Cierro mis ojos y suelto el aliento.

Me corro.

(Se ha respetado la forma de puntuar del autor de la novela salvo el signo de admiración que es obra del autor de este artículo).

Por continuar con el Dios Blanco (?), también parece obligatorio recordar este texto, finalista en los Premios del 2012 y perteneciente a The Divine Comedy, que firma el poeta y literato británico, Craig Raine:

Y él se corrió. Como un trampolín sollozante. Su eyaculación saltó la longitud de un brazo. Ocho gotas menguantes. La primera demasiado alta para que ella pudiera lamerla. Justo sobre su hombro.

Un Nobelable en la lista

Las estipulaciones del antipremio dejan claro que el mismo se otorga sin tener en cuenta el valor literario de la obra en general, es decir, sólo se tiene en cuenta la descripción de la escena concreta que atañe a lo puramente sexual.

Murakami
Murakami, con un premio que no es el Nobel. (Robert Schlesinger/AP)

Por lo tanto, puede que no extrañe la inclusión entre los finalistas del japonés Haruki Murakami, un habitual de las quinielas para el Nobel de Literatura, tan amado por uno como odiado por otros. El momento elegido por los críticos del Literary Review, perteneciente a la novela Killing Comendatore, es el siguiente:

Mi eyaculación fue violenta. Y repetida. Una y otra vez, el semen surgió de mí, inundando su vagina, volviendo pegajosas las sábanas. No había nada que pudiera hacer para que se detuviera. Si continuaba, empezaba a preocuparme, podría quedarme completamente seco. Yuzu, mientras tanto, dormía profundamente, sin emitir un sonido, con su respiración acompasada. Su sexo, en cambio, se había contraído en torno a mí y no me dejaba marchar. Como si tuviera una inquebrantable voluntad propia y estuviera determinado a extraer hasta la última gota de mi cuerpo.

En realidad, Murakami es un habitual en la lista de elegidos por el boletín literario brit. Parece evidente que, si sólo tenemos en cuenta el cariz erótico de su literatura erótica, el nipón jamás será homenajeado por la Academia sueca, o eso se trasluce de tantas nominaciones a los Bad Sex Awards. Veamos este extracto de Colorless Tsukuru Tazaki and His Years of Pilgrimage para comprobarlo:

Las chicas entrelazaron sus cuerpos tristemente alrededor de Tsukuru. Las tetas de Kuro eran amplias y suaves. Las de Shiro eran pequeñas, pero sus pezones estaban duros como diminutos cantos redondeados. Su vello púbico estaba húmedo como la selva. Su aliento se mezcló con el de él, convirtiéndose en uno, como corrientes venidas de muy lejos, secretamente arrojadas desde las oscuras profundidades del océano.

España también existe

Observando la lista de los finalistas de la edición de 2018, así como de ganadores de otras ediciones, podríamos llegar a la conclusión que el análisis de los títulos se centra, fundamentalmente, en la literatura anglosajona, pero cabría preguntarse si algún nombre patrio podría haberse incluido en la interesante recopilación anual británica, en caso de haber sido reseñadas. Se ha sugerido, por ejemplo, este diálogo de la serie Falcó del popular Arturo Pérez Reverte como un posible aspirante a los laureles del sexo literario más o menos cuestionable.

Aún estando, por así decirlo, en las antípodas del hálito lírico que impregna la prosa murakamiana:

—Estás bien, españolito —dijo— estás muy bien.
—Gracias.

Falcó se arrodilló y le introdujo los dedos en el sexo. Ella sonreía.

—Dime puta.
—Puta.

Se intensificó la sonrisa obscena.

—Ahora dime puerca.
—Puerca.

Quiso tumbarla de espaldas en la alfombra pero se le escabulló, riendo. Después se dio la vuelta, poniéndose a cuatro patas. Los senos germánicos colgaban grandes y pesados. Sólo faltaba música de Wagner.

—Házmelo por detrás —ordenó ella.

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