Cuando los hijos de Darwin fueron víctima de las propias leyes de selección natural de su padre

Darwin Hijos
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Charles Darwin fue un tipo curioso. La historia de su hallazgo se salpica por, como en muchos casos de la historia de la ciencia, reivindicaciones cruzadas de autoría del descubrimiento y una actitud bastante beata y remilgada condicionada por su mala salud que le impidió de hecho convertirse en médico o llevar bien aquello de los viajes marinos. Como cuentan en el libro El fuego secreto de los filósofos de Patrick Harpur, Darwin odiaba su objeto de estudio: la naturaleza.

Le tenía un temor absoluto, especialmente al mar, en el que tenía que vivir largas travesías. Convirtió al concepto de "natural" en una especie de némesis que, si no se debía controlar, sí había que, al menos, comprender al dedillo para poder prever sus leyes. La naturaleza aparece en sus escritos personales como una deidad maligna y, aun así, le dedicó toda su vida.

Darwin fue, como sabemos, el autor de El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, la radical teoría científica que descubrió que las poblaciones evolucionan durante el transcurso de las generaciones mediante un proceso conocido como selección natural. Y él mismo decidió casarse con su prima.

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No lo hizo por un amor incontrolable, sino por cuestiones prácticas. Hasta tal punto que hay en sus memorias una lista de pros y contras que elaboró antes de decidirse a desposar a Emma Wedgwood. Casarse con ella le daría "hijos (si Dios quiere), compañía constante (mejor que la de un perro), cuidados de la casa... Todas estas cosas son buenas para la salud pero una terrible pérdida de tiempo". Eso sí, "sin hijos, nadie que te cuide en la vejez, aunque con libertad para ir donde me apetezca".

Las terribles consecuencias de ser hijos de Darwin

Al tiempo de casarse Darwin anotó durante un período de estudio el descubrimiento de la fragilidad que sufrían las plantas congénitas. A la vez iría descubriendo cómo esa misma debilidad acosaba a su familia. Tuvo diez hijos, de los cuales murieron tres siendo muy pequeños y otros tres crecerían para descubrir que eran infértiles. Cuando murió una de sus hijas más queridas Darwin acabó por perder la fe en Dios que tanto le había ayudado a sobrellevar el hostil mundo hasta ahora.

Los investigadores descubrieron años después que la herencia de la familia de Darwin había estado de hecho mucho más unida de lo que los novios sabían. Durante cuatro generaciones se habían producido alianzas entre las dos casas, y fue esa insistencia en el incesto lo que terminó por afectar a la salud de sus hijos.

La consanguinidad entre Darwin y su prima no es nada comparado con la herencia de otros monarcas europeos. Carlos I y Carlos II tienen, de hecho, mucho más que contar al respecto, y la mayoría de hogares europeos tiene alguna de estas uniones en su árbol genealógico.

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Como descubrió en un estudio extenso el antropólogo Robin Fox, más de la mitad de los matrimonios de la historia hasta ahora se han podido llevar a cabo entre parejas con un grado de separación similar al que tenemos con nuestro primo segundo. Algo lógico en la era rural, en las que las poblaciones eran muy pequeñas y en algunos casos estaban separadas por varios kilómetros del siguiente grupo de gente más cercano.

Pero no deja de ser curioso que aquel que más de cerca había estudiado la historia de la evolución de las especies, quien de ninguna manera podía evadir el tabú del incesto que, de hecho, ya se trataba de evitar lo máximo posible en la sociedad (si los hombres lo pedían, los curas divorciaban a los jóvenes matrimonios de primos o hermanos que demostrasen que eran incapaces de gestar un hijo), fuese el mismo que jugó con las probabilidades hereditarias de su propia descendencia.

Una versión anterior de este artículo fue publicada en mayo de 2017.

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