Disfrazarte de tu hija: la última tendencia entre los presos brasileños para salir de la cárcel

Clauvino
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Con más de 811.000 presos, Brasil cuenta con una de las poblaciones carcelarias más numerosas del planeta. Su volumen ha aumentado dramáticamente durante las últimas dos décadas, fruto de políticas penales más punitivas y de una tasa de criminalidad (casi) siempre al alza. Dadas las circunstancias, y dado el elevado volumen de presos, es normal que algunos de ellos traten de escapar. Algunos de formas cada vez más imaginativas. El último ejemplo habla por sí solo: disfrazarse de su propia hija.

¿Cómo? Nuestro héroe responde al nombre de Clauvino da Silva, un hombre de 42 años sentenciado a 73 años de cautiverio. Da Silva aprovechó las visitas de sus familiares para hacer acopio de una máscara de silicona, unas gafas , ropa femenina y una peluca. Cuando su hija de 19 años acudió a verle, se disfrazó y trató de salir de la prisión, Bangu 3, en Rio de Janeiro, haciéndose pasar por ella. El disfraz no funcionó: los funcionarios de prisiones, probablemente alucinados, le detuvieron y grabaron un vídeo desmontando el truco.

Consecuencias. Da Silva ha vuelto a su celda a cumplir el resto de su pena, mientras su hija podría afrontar ahora consecuencias penales. Las autoridades sospechan que fueron otros familiares quienes introdujeron los elementos del disfraz dentro de la cárcel. Están siendo interrogados, incluida una mujer embarazada que pudo haber escondido la peluca, bastante escandalosa, aprovechando su estado. Da Silva creyó que su escasa estatura y lo ¿logrado? del disfraz servirían para salir de la cárcel.

Cuesta encontrar a una persona más equivocada en la historia.

Antecedentes. Es probable que Da Silva sea trasladado a un centro de máxima seguridad, dado que se trata de su segunda intentona. Su caso no es excepcional: hace un año, un preso peruano llevó la sustitución de identidades al extremo. Aprovechó la visita de su hermano gemelo para drogarle, intercambiarse por él y salir del centro presidiario sin mayores problemas. Inexplicablemente, pasó más de un año a la fuga sin que las autoridades cayeran en la cuenta.

Números. ¿Por qué en Brasil? Quizá porque las probabilidades de escenas así son superiores a las de en otros países. El número de presidiarios ha aumentado de forma espectacular durante los últimos años: había 232.000 en el 200, frente a los más de 800.000 de 2019. Su tasa de encarcelados ronda los 400 por cada 100.000 habitantes, cifras sólo comparables a las de países extremadamente violentos (como El Salvador), a dictaduras totalitarias (como Turkmenistán) o a Estados Unidos, el país con más población reclusa del planeta.

Razones. Como muchos otros países latinoamericanos, Brasil sufre un persistente problema de criminalidad y violencia en las calles de sus principales ciudades. Durante los últimos años la tasa ha caído: un 13% en 2017 y 2018, muy en especial los homicidios, un 25% sólo en los dos primeros meses de 2019. Lo cierto es que la caída sucede a dos años extraordinariamente violentos (2016 y 2017), y que, entre tanto, los asesinatos de policías se han disparado. Pese a ello, es probable que Bolsonaro amortice las cifras a nivel político. Y que elogie las virtudes de la mano dura en el sistema penal.

La realidad es que, bajo cualquier estándar, Brasil sigue siendo uno de los países más violentos y peligrosos del mundo.

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