Hedy Lamarr, la diva de Hollywood que interpretó el primer orgasmo del cine y sentó las bases del WiFi

Hedy Lamarr, la diva de Hollywood que interpretó el primer orgasmo del cine y sentó las bases del WiFi
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A lo largo de sus 85 años Hedy Lamarr se dedicó a encadenar vidas. Primero fue Hedwig Eva Maria Kiesler, el nombre que le pusieron sus padres cuando nació, en la Viena de 1914, y con el que fue una niña superdotada y actriz pionera: la primera en mostrarse desnuda de los pies a la cabeza y fingir un orgasmo en una película comercial.

Durante unos años fue también la Señora de Mandl, la esposa y "esclava" (como ella misma definiría más tarde aquella etapa) del vienés Fritz Mandl, un magnate celoso, controlador y tiránico, que proveía de armas a Hitler y Mussolini. Hacia finales de la década de los 30, en Hollywood, se reconvirtió en Hedy Lamarr, el nombre con el que la bautizó el productor Louis B. Mayer y con el que saltaría a la fama.

Ya como diva del cine, fue la ingeniera Lamarr, que dedicaba las noches a cultivar su faceta de inventora y logró desarrollar una tecnología clave para el posterior desarrollo de la comunicación inalámbrica de los teléfonos móviles, el GPS o la tecnología WiFi. Ya en los últimos años de su vida le tocó asumir el papel más triste: se recluyó en su mansión de Florida, obsesionada con los quirófanos, cleptómana y enganchada a las pastillas.

La vida en tres actos de una mujer que pasó por el mundo como si interpretara su mejor y más exigente papel de Hollywood. Lamarr se granjeó el título de "mujer más bella" del cine dorado y (ya al final de sus días), cuando se dio eco a sus aportaciones tecnológicas, obtuvo numerosos reconocimientos de la comunidad científica: el Pioner Award, de la Electronic Frontier Foundation (EFF), o la medalla Viktor Kaplan de la Asociación Austriaca de Inventores y Titulares de Patentes, entre otros.La fecha de su nacimiento, el 9 de noviembre, se ha convertido en el Día del Inventor Internacional.

Acto primero: el primer desnudo del cine

La futura Hedy Lamarr nació en Viena, en 1914, con el nombre de Edwig Eva Maria Kiesler. La suya era una familia judía, culta y acaudalada. Su padre era un próspero banquero de Lemberg y su madre, una pianista de Budapest criada en el catolicismo. Desde niña recibió una educación esmerada que no tardó en dejar a la vista su portentosa inteligencia. Se cuenta que con solo cinco años saciaba su curiosidad científica destripando cajas musicales que luego volvía a armar pieza a pieza.

Hedy Lamarr

Kiesler empezó la carrera de Ingeniería, pero la abandonó para dedicarse a su otra gran vocación: la interpretación. En 1932, con solo 19 años, protagonizó su primer bombazo: Éxtasis, una film de Gustav Machaty en el que rompió moldes al salir en pantalla como Dios la trajo al mundo y fingiendo un orgasmo. Esa valentía se topó con el enfado de su familia, la indignación de buena parte de la mojigata sociedad de entonces e incluso provocó las iras del Vaticano.

La sensual e inteligente vienesa fascinó a Fritz Mandl, 14 años mayor que ella. El magnate consiguió que los padres de Kiesler aprobasen la boda y la pareja pasó por el altar en 1933. Mandl, empresario armamentístico que trabajaba con los nazis, no tardó en mostrarse como un tirano machista. En un arrebato de celos intentó comprar todas las cintas de Éxtasis para que nadie pudiese ver las escenas de Kiesler, a la que incluso prohibió bañarse o desnudarse si él no estaba delante. También la obligó a acompañarle a sus comidas de negocios.

Harta de aquella esclavitud, en 1937 la joven tiró de ingenio para fugarse: contrató a una criada que se le parecía, la sedó, se vistió como ella y logró burlar la vigilancia de su encierro. Vendió sus joyas y zarpó rumbo a EE UU previa escala en Londres. "Había jugado a tenerme prisionera. Yo jugué a escaparme. Él perdió", relataría más tarde. Este primer acto de su vida se cierra con una trepidante fuga mientras los matones de Mandl le pisaban los talones para obligarla a volver a su jaula dorada.

Acto segundo: la gran diva de Hollywood

El destino esperaba a Kiesler a la vuelta de la esquina. En concreto, en el buque en el que se embarcó para viajar a Norteamérica. Allí se topó con Louis B. Mayer, el célebre productor, que hizo gala de su infalible buen ojo para el celuloide. Le ofreció trabajo y la rebautizó como Hedy Lamarr, un peculiar homenaje a la actriz Bárbara La Marr, a quien la tuberculosis y la nefritis le habían arrebatado la vida de forma prematura solo una década antes.

Hedy
Lamarr con George Sanders.

En Hollywood, Lamarr desplegó todo su talento ante las cámaras, conquistó el título de "mujer más bella" y colmó el papel de femme fatal. Actuó en Argel, Lady of Tropics, Comrade X... Y otras decenas de títulos. Compartió cartel con algunas de las estrellas más fulgurantes de Hollywood y cuentan que los creadores de Blancanieves y Catwoman se inspiraron en su despampanante belleza.

El papel más célebre que encarnó fue el de Dalila en Sansón y Dalila. Su fama hubiese podido ser mucho mayor si Lamarr o quienes la asesoraban hubiesen tenido más puntería a la hora de escoger papeles. Rechazó los personajes protagonistas en dos bombazos que pasarían a la historia del cine: Casablanca (!) y Luz que agoniza, que juntas sumaron casi una veintena de nominaciones a los Óscar.

A lo largo de su carrera, Lamarr produjo sus propias películas. En su vida privada, encadenó seis matrimonios que se defenestraron en otros tantos divorcios. Sus días los terminó retirada en Florida, cleptómana, obsesionada con la cirugía estética, sucumbiendo a las drogas y protagonizando sonados escándalos. Falleció al despuntar el nuevo siglo: el 19 de enero de 2000. "Fue víctima del sistema", comenta uno de sus hijos en uno de los documentales rodados sobre ella.

Prueba de lo poco que supo valorarla la sociedad es la anécdota que le ocurrió cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, ofreció su colaboración a EEUU como brillante ingeniera. La respuesta que obtuvo es que interesaba más su físico que su intelecto. Se la animó a promover la venta de bonos para las tropas e incluso participó en una campaña que compensaba cada adquisición de 25.000 dólares en bonos con un beso suyo. En una noche recaudó siete millones.

Acto tercero: la ingeniera brillante

La fascinación que sentía aquella niña vienesa en la Austria de entreguerras al desmontar y volver a ensamblar sus cajas musicales tiene mucho que ver con que tú puedas conectar hoy tu smartphopne a la red WiFi. En vez de sumirse en la depresión por el encierro al que la sometía Mandl, Kiesler retomó con más intensidad sus estudios de Ingeniería. Años después ese conocimiento le permitió desarrollar la técnica de transmisión en el espectro ensanchado, decisiva para las tecnologías inalámbricas, el WiFi o BlueTooth. En su labor jugó un papel clave también la ayuda del músico George Antheil.

La patente sobre el sistema de comunicación secreta de Lamarr despertó el interés del ejército de EEUU, que terminó descartándolo sin embargo durante la Segunda Guerra Mundial. Sus aplicaciones militares sí se aprovecharon décadas más tarde, en la crisis de los misiles de Cuba. A pesar del impacto que alcanzaron sus aportaciones, Kiesler no obtuvo reconocimiento hasta casi el final de su vida.

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Hedy Lamarr en Éxtasis, en una escena que, posiblemente, representó el primer desnudo femenino en el cine.

Resulta triste e irónico imaginársela ya anciana, sentada en uno de los sofás de su mansión de Florida, con una copa de vino en una mano mientras seguía por televisión el avance imparable de las telecomunicaciones. En su rostro, una sonrisa amarga por la convicción de que gran parte de aquel boom tecnológico enraizaba en sus esfuerzos y el trabajo que había realizado por las noches, en sus años de diva en Hollywood, a escondidas de una opinión pública fascinada con su belleza e intimidada por su inteligencia.

"Cualquier chica puede ser glamurosa. Lo único que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida", dijo en una ocasión. Un consejo amargo, que nunca siguió, y que retrata la sociedad de su tiempo.

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