La historia negra de Diogo Alves, el asesino en serie que acabó con su cabeza envasada en formol

La historia negra de Diogo Alves, el asesino en serie que acabó con su cabeza envasada en formol
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Durante años, en los ojos de Diogo Alves se reflejaron todas las expresiones del miedo. Las que se dibujaban en la mirada agónica de sus víctimas cuando las asaltaba en Lisboa, o en sus muecas crispadas y sorprendidas mientras se abalanzaba sobre ellas los oscuros recovecos del acueducto de Aguas Libres. Miedo era lo que veía Alves cuando blandía su cachiporra sobre sus cráneos. O en el confuso balbuceo con el que intentaban pedirle clemencia antes de que las arrojara desde lo alto del acueducto al valle de Alcántara.

Imágenes como aquellas se plasmaron en la retina de Alves decenas de veces entre 1836 y 1840. Casi dos siglos después sus ojos siguen abiertos, pero reflejan otra cosa. Desde 1841 a sus pupilas se asoman doctores y estudiantes de medicina. Solo muy de tarde en tarde lo hacen otros rostros, cuando el frasco repleto de formol en el que flota su cráneo sale de la Facultad de la Medicina de la Universidad de Lisboa (donde lo custodian) rumbo a algún museo luso.

El final de Alves es uno de los más rocambolescos de la crónica negra de Portugal. Poco después de que lo ahorcasen, un frenólogo solicitó al rey la cabeza del reo. Sin embargo, el curioso destino de su cráneo no es lo más sorprendente de la atribulada vida de Diogo Alves, el gallego que emigró a Lisboa a principios del siglo XIX para escapar de la pobreza y que, según sostienen algunos historiadores, se convirtió en el primer asesino en serie de Portugal.

Un sórdido asesino gallego

Su historia arranca en la aldea lucense de Santa Gertrudis de Samos. Allí nació Alves en 1810, en una familia de modestos campesinos. Al igual que otros compatriotas, cuando tuvo edad para trabajar recogió sus bártulos y cruzó el río Miño para buscarse la vida en Portugal. Como explica José Viale Moutinho en el prefacio de Os Crimes de Diogo Alves, para los gallegos el país vecino "parecía algo más próximo y menos incierto que las Indias Americanas".

En Lisboa la mayoría ocupaba puestos de aguador o carretero. Solo en la capital lusa se calcula que vivían a finales del siglo XVIII 40.000 gallegos.

Alves Dos
Diogo Alves retratado en un grabado de 1840. (Wikipedia)

Alves tuvo bastante suerte. En Lisboa logró empleos de sirviente en algunas de las casas más acaudaladas, entre ellas la de los marqueses de Penalva y Castelo Melhor. Los testimonios de aquella época lo retratan como un joven honesto, de fiar y trabajador que tras unos inicios como mozo de cuadras había logrado convertirse en cochero. Entre esas virtudes no estaría la inteligencia, lo que le valió el apodo de "O Pancada".

En 1836, cuando tenía 26 años, su historia empezó a teñirse con el tono de la crónica negra. Su patrón de entonces, el doctor Joao Tomás de Carvalho, decidió despedirlo porque le "desagradaban los instintos feroces" de los que daba muestra de vez en cuando Alves.

Alves simulaba sus asesinatos en forma de suicidio, lanzando a sus víctimas acueducto abajo tras robarles sus pertenencias a punta de navaja

El rechazo de Carvalho fue quizás la puntilla que Diogo necesitaba para iniciar su carrera criminal. Sin empleo y con la etiqueta de persona iracunda, Alves decidió cambiar las caballerizas y el pescante de los carruajes por los recovecos del acueducto de Aguas Libres. Allí, en vez de azotar a caballos para que tirasen del carro, golpeaba a los transeúntes solitarios para robarles. Después de despojarlos de lo poco que llevaban los arrojaba desde lo alto del canal.

¿Por qué el acueducto? Si la fama de hombre de corta inteligencia que arrastraba Alves estaba justificada, lo cierto es que cuando escogió el escenario de sus crímenes actuó con bastante criterio. El canal principal del acueducto es muy extenso y el más elevado de sus 35 arcos se alza a 65 metros de altura. La estructura incluye un camino público que durante la primera mitad del siglo XIX empleaban con frecuencia los campesinos. Alves los asaltaba de noche a punta de navaja y después de robarles todo lo que llevaban encima los arrojaba al valle de Alcántara.

Acueducto
El Acueducto de Aguas Libres, hoy en el centro urbano de Lisboa, retratado aquí en un dibujo de mediados del siglo XVIII. (Iconographic Collections/Wikipedia)

A la mañana siguiente policía y lugareños se encontraban solo un cadáver magullado. A pesar de que aquella imagen se repetía con frecuencia, la conclusión a la que llegaban las autoridades era siempre la misma: una oleada de suicidios.

Alves mantuvo su espiral criminal a lo largo de varios años, hasta 1839. Su carrera de vándalo se torció cuando una noche asaltó a la persona equivocada: un hombre que (quizás alertado por la sospechosa ristra de suicidios) caminaba con una pistola. A Diogo no le quedó más remedio que dar media vuelta y huir. Cuando el desconocido alertó a la policía de Lisboa, sus agentes comprendieron que el reguero de cadáveres que amanecían a los pies del canal quizás tuviera otra causa.

Por precaución cerraron el paso al acueducto, con lo que Alves se quedó sin su principal aliado.

Decidido a seguir delinquiendo, el gallego fundó una banda que se dedicó a robar. Su segundo gran error fue la falta de visión a la hora de escoger a sus víctimas. La jet set lisboeta podía tolerar que no se dedicasen demasiados esfuerzos a esclarecer la muerte de unos cuantos campesinos, pero cuando la cuadrilla de Alves asaltó la casa de un destacado médico de la capital y lo asesinó a él y a su familia los resortes de la justicia portuguesa se pusieron a funcionar.

La ejecución y la fascinación

La policía detuvo a Alves poco después, en 1839. En 1840 fue juzgado y condenado y en febrero de 1841 pasó por la horca. A pesar de su periplo como bandolero en Aguas Libres, el juicio y la sentencia de muerte los motivó solo el asalto a la casa del médico. Desde el instante en el que la soga se cerró alrededor de su cuello (o puede que incluso antes), el mito de Alves empezó a crecer.

Además de señalarlo como el primer asesino en serie de Portugal, algunas voces aseguran que mató a cerca de 70 personas. La historiadora Anabela Natário, que en 2014 publicó la novela O Assasino do Auqeduto, cree que esa cifra está hinchada por la fantasía popular y reduce el número a una veintena. "Daba a sus víctimas un golpe en la cabeza, les robaba y luego los tiraba desde lo alto del acueducto”, relata. Menos optimista, Viale Moutinho cree que nunca se llegará a saber con exactitud cuántos cadáveres dejó Alves en Lisboa.

Asesinos
En 1909 se filmó la película "Os crimes de Diogo Alves", en el que un variado cásting, arriba fotografiado, interpretó a su banda.

En la leyenda de Alves juega un papel destacado una tabernera de Mafra que regentaba un local en Palhava, Lisboa: Gertrudes María, conocida como "A Parreirinha". Se dice que, además de su pareja, Gertrudes era la instigadora de los crímenes e incluso le ayudó a formar la banda con la que Alves empezó a robar tras el cierre del acueducto. El testimonio de una hija pequeña de Gertrudes, de apenas 10 años, habría sido determinante en el juicio que protagonizó Alves en 1840.

Lo que sí se conoce con más detalle es qué ocurrió en febrero de 1941, después de que el asesino pasase por la horca. Una de las personas que siguió el caso con más atención fue José Lourenço da Luz Gomes, uno de los cirujanos más respetados de Portugal. Además de un reconocido galeno, Da Luz Gomes era un estudioso de la frenología, la pseudociencia que sostiene que se puede reconocer el carácter de una persona si se analiza bien la forma de su cráneo.

Fascinado por la historia y la trayectoria de Alves, el médico quiso estudiar con calma la cabeza del criminal. Para conseguirlo tiró de sus contactos en las más altas esferas (era cirujano honorario de la Real Cámara), a las que formuló una petición descabellada: quería quedarse con su cabeza. Su propuesta fue bien recibida y el cráneo preservado terminó en las estanterías de la Escola Médico-Cirúrgica, de donde pasó a su ubicación actual: la Facultad de Medicina de Lisboa.

Medicina
El infausto acueducto visto hoy desde el barrio de Amoreiras. (Wikipedia)

Hoy permanece en un espacio del centro de acceso exclusivo para estudiantes. Solo de vez en cuando se convierte en la estrella de alguna exposición. En 2004, por ejemplo, acaparó miradas en una muestra organizada en el Museo Nacional de Arte Antiguo de la capital portuguesa.

Para poner el broche a la fascinante historia de Alves, incluso la identidad del cráneo está envuelta en sombras. En la etiqueta del frasco se lee "posiblemente de Diogo Alves". Para Viale Moutinho no hay duda de que se trata del asesino gallego. Consta la autorización que recibió Lourenço da Luz. El autor reconoce, eso sí, que en la estantería del famoso frenólogo llegó a haber más de un cráneo y que como mínimo contó también con el de otro famoso criminal, Matos Lobo. Natário no es tan contundente y se resiste a afirmar con rotundidad que la testa pertenezca a Alves.

Con los ojos claros abiertos de par en par, la boca cerrada en una mueca relajada, las mejillas hinchadas y el cabello rojizo flotando en el formol, la cabeza de Alves sigue acaparando miradas furtivas de los estudiantes de Medicina de Lisboa desde su tarro de cristal.

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