Liberad a Lelush: el joven ruso atrapado en un "talent show" chino en contra de su voluntad

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¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para cumplir tu sueño? La respuesta de miles de jóvenes en todo el mundo es sencilla: "Hasta donde haga falta". De ellos se nutre el aluvión de talent shows que han copado de un tiempo a esta parte las televisiones asiáticas. Éxito originario de Corea del Sur, hoy dominan la programación china gracias a una mezcla de hiperrealismo televisivo, relato aspiracional y obsesión por las boys band. De recorrido interno, uno de ellos, Chuang 2021, traducido al inglés como Produce Camp 2021, ha llegado a oídos internacionales.

Por motivos inesperados.

El inicio. La protagoniza un joven ruso llamado Vladimir Ivanov (también citado como Vladimir Sidorov en otras publicaciones) de 27 años. Natural de Vladivostok, llevaba ocho años estudiando mandarín y residía en China cuando recibió la llamada de un amigo próximo, Ivan Wang, y dueño de una agencia de representación. Wang deseaba introducir en Chuang 2021 a dos de sus jóvenes talentos, Amu and Yuu, ambos japoneses. No sabían mandarín. Ivanov viajaría con ellos a la isla donde se rodaría el programa para ejercer de profesor. De profesor y nada más.

El giro. A partir de aquí la historia toma un inesperado giro. Una vez en la isla Ivanov llamó la atención de los productores del programa. Alto y guapo, modelo ocasional, cumplía los requisitos idóneos para participar en el concurso. Ivanov aceptó. Tomó el nombre artístico de Lelush, inspirado en su serie de animación japonesa favorita, y se enroló al resto de noventa aspirantes. El objetivo de todos ellos: sobrevivir a las pruebas semanales y llegar a la fase final del programa, donde pasarían a formar parte de una nueva boy band, al esitlo BTS, de once miembros.

Todos menos Lelush.

El arrepentimiento. Encerrados en una isla artificial, alojados en barracones multitudinarios y despojados de sus teléfonos móviles, Lelush se arrepintió desde el primer momento. Así se lo hizo saber a la audiencia y al resto de concursantes. Como se relata aquí, cuando llegó la primera prueba de baile lo hizo tan mal que fue relegado al grupo de los suspendidos (F), señal que Ivanov interpretó inequívocamente: "F for Freedom". Suspender y recibir la reprimenda del jurado implicaba acercarse a la libertad. Salir de aquella isla y del programa que tan infeliz le hacía.

La dictadura. Como quiera que Lelush destacaba por su apatía y falta de interés en todo lo que acontecía dentro del programa, la audiencia se enamoró de él. Era una nota discordante en un mar de aspirantes-réplica sin personalidad ni originalidad. "No sé bailar ni cantar", confesaría a la audiencia semana tras semana, demandando su marcha. Para su desgracia, millones de espectadores habían encontrado en su desdicha un paralelismo con su vida. Lelush se convirtió en el símbolo del joven chino extenuado por la filosofía 996, una jornada laboral demencial y eterna.

La desmotivación existencial de Lelush y su negativa a cumplir con las tareas que imponía la academia (entrenamientos, cursos, evaluaciones) reflejaba una actitud de apatía generacional hacia el trabajo y hacia la permamente presión social por ascender en la pirámide laboral (la "sang culture"). En el camino, además, una audiencia joven se empoderó. Como relata una experta en Vice: "La gente no puede desconectar del trabajo por sus jefes. En este programa, ellos son los jefes que explotan a otras personas". Lelush se había convertido en su rehén.

Avanzando. Lelush se convirtió en el capricho de los telespectadores chinos. Tanto que llegó con posibilidades a la fase final del programa, pese a sus actuaciones visiblemente desganadas y falta de chispa. Ronda a ronda, Ivanov expresaría su temor a ganar el concurso y formar parte de la futura boy band. No dependía de él. Los concursantes están obligados por contrato a cumplir con las pautas del programa y, en caso de triunfar, a enrolarse en su grupo y su sello discográfica. Ahí está la ganancia. Romper el acuerdo impondría severas sanciones económicas sobre ellos.

Lelush se había convertido en un prisionero.

Final ¿feliz? Hasta que llegó el día clave y la audiencia, acaso conmovida por su deseo expreso de salir del programa, le liberó de sus responsabilidades. "Creo que mis seguidores respetarán mi deseo de no unirme al grupo [la boy band]. Creo que saben dónde está el límite", expresaría en su alegato final, tan distinto de cualquier otro concursante de un talent show. A última hora, Ivanov pasó de estar clasificado el 10º a 17º, quedando libre de toda implicación con el programa y con el grupo resultante. Para entonces arrastraba a casi un millón de seguidores en Facebook hipermovilizados por su causa.

Lo que comenzó como una ocurrencia fruto del aburrimiento derivó en una obsesión nacional a pequeña escala y en un hombre postrado ante un temor ancestral de todo ser humano: que tus sueños se cumplan.

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