"Una serie de catastróficas desdichas": los macabros secretos detrás del último bombazo de Netflix

"Una serie de catastróficas desdichas": los macabros secretos detrás del último bombazo de Netflix
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El estreno este mes de la primera temporada de Una serie de catastróficas desdichas en Netflix nos da la excusa perfecta para explorar no solo estupenda serie, sino también la anterior encarnación de la historia, la película protagonizada por Jim Carrey. Pero sobre todo, para indagar en el origen de la desgraciada historia de los huérfanos Baudelaire, una saga de 13 libros escritos por un misterioso autor que se oculta bajo el seudónimo de Lemony Snicket.

Tenéis dos opciones: si sois personas sensibles y con juicio, renunciad a este macabro artículo y visitad un texto más jovial, en esta misma web tenéis muchos. O bien asumid que en la vida no todo son alegrías, y acompañadnos en este tenebroso descenso hacia el origen de las malhadadas vidas de los huérfanos Baudelaire y hacia la terrible mente maestra que entretejió sus catastróficas desdichas.

Trece libros, mucha mala suerte

Una serie de catastróficas desdichas cuenta las turbulentas existencias (no diréis que no avisamos) de los tres huérfanos Baudelaire: la inventora —y mayor— Violet, el lector Klaus y la bebé mordedora Sunny. Los tres pierden a sus padres en un incendio, y no tienen más remedio —hasta que Violet sea mayor de edad y herede la inmensa fortuna de los Baudelaire— que andar probando fortuna con distintos tutores, todos conocidos de sus padres, mientras evitan los maquiavélicos planes del primero de ellos, el Conde Olaf.

Olaf es un actor pésimo que, sin embargo, es capaz de adoptar distintas personalidades que engañan a todos los adultos. Pero no lo a los huérfanos Baudelaire, que pasan por innumerables calamidades escapando de Olaf y de sus planes para quedarse con la fortuna. La segunda mitad de la serie de libros contará cómo los huérfanos descubren una sociedad secreta llamada VFD, conectada tanto con Olaf como con sus padres.

Series Unfortunate Events First Three Books

El primer libro de la serie, Un mal principio, fue publicado en Estados Unidos en 1999 donde las aventuras de los Baudelaire han continuado hasta una última entrega, El fin, que apareció en 2006. En España los seis primeros fueron editados por Montena en 2004, los dos siguientes por Círculo de Lectores en 2007, y los cinco últimos permanecen inéditos, aunque cómo no, la bendita Internet te puede procurar buenas traducciones hechas por aficionados.

En cualquier caso, las ediciones en nuestro idioma están agotadísimas, pero que ese dato no te llame a engaño: la saga de Lemony Snicket ha vendido más de 65 millones de copias, ha sido traducida a 41 lenguajes y ha generado unos cuantos spin-offs (por ejemplo, la precuela de Una serie de catastróficas desdichas, la saga Preguntas equivocadas, de la que en España se han editado dos volúmenes —¿Quién puede ser a estas horas? y ¿Cuándo la vio por última vez?—, en tono de biografías ficticias del propio Lemony Snicket, una construcción fascinante por sí misma).

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Pero... ¿qué tiene de particular esta serie para haberse convertido en un best-seller juvenil con su par de correspondientes encarnaciones audiovisuales? Posiblemente lo que caracteriza a la saga es su estilo —marcadamente literario hasta lo arcaico, incluso—, algo de lo que no pueden presumir otras franquicias young adult ni contemporáneas (Harry Potter nació solo tres años antes) ni posteriores (como Los juegos del hambre o Crepúsculo). De hecho, su estilo narrativo, retorcido, juguetón y metaliterario, aunque no pierde nunca su orientación juvenil, es tan acusado que ha acabado contaminando a la película y la serie, donde incluso ha adquirido rasgos más adultos.

Ese estilo literario está bañado en humor negro, en intertextualidad y en continuas rupturas de la cuarta pared gracias a la predominante presencia de Lemony Snicket, no exactamente un personaje más de la trama, pero tampoco exactamente un narrador omnisciente.

Referencias clásicas y un tono macabro y oscuro

Continuamente advierte que los hechos que va a narrar son demasiado terribles y macabros para los posiblemente impresionables lectores de los libros y les invita a que dejen la lectura a un lado o, como mínimo, que miren en otra dirección. Unos consejos que se repiten una y otra vez acentuando a la vez el tono ominoso y autoparódico de las historias, y que se refleja perfectamente en la letra de los fantásticos créditos iniciales de la serie de Netflix.

En una entrevista con AV Club, el autor que se esconde tras el seudónimo de Lemony Snicket, Daniel Handler, afirmaba que no eran una maniobra de marketing inverso (no compres, no leas, no mires), sino la forma natural en la que concibe su mundo de ficción: "Las historias están llenas de desgracias, y aún así, la desgracia acaba siendo levemente graciosa".

Caricaturas

Handler afirma, por ello, que adora a la gente que no tiene el sentido de la ironía imprescindible para entender los libros: "De vez en cuando me topo con gente que está honestamente impactada por los libros y que no entienden por qué alguien podría encontrarlos atractivos... encuentro encantadores, de algún modo, a este tipo de personas, aunque normalmente yo mismo no les gusto nada".

Este estilo nació de forma casi casual, cuando desde la editorial pidieron a Snicket que escribiera un resumen para la contraportada, y abrumado por la medianía estilística que abundaba en otros libros del género (afirma para AV Club, "llenas de falso entusiasmo y preguntas retóricas cutres") decidió incitar la curiosidad de los lectores con sentencias como "Yo tengo la triste obligación de escribir esos desagradables acontecimientos, pero a ti nada te impide cerrar inmediatamente este libro y leer algo más alegre, si es eso lo que prefieres".

Poca broma con esta metacuestión: posiblemente para muchos lectores juveniles la serie sea el primer contacto con un estilo de literatura posmoderna que han cultivado, para paladares más curtidos, gente como Thomas Pynchon, Jorge Luis Borges, Zadie Smirgh o David Foster Wallace. En Una serie de catastróficas desdichas la ficción se pliega sobre sí misma desde la presencia del autor como personaje a la forma de vender los volúmenes, y desde las continuas disgresiones sobre el idioma a las reflexiones acerca del poderoso material que se encuentra en los libros.

La historia en sí es el eterno relato del proceso de madurez de unos protagonistas inocentes, muy similar al de, sin ir más lejos, Harry Potter. Pero Lemony Snicket lo llena todo de referencias literarias y lingüísticas, así como chistes para entendidos en cultura gótica-pop. Entre los primeros, Lemony Snicket usa deliciosas aliteraciones y otros juegos formales en el lenguaje que, por desgracia, a menudo se pierden en las traducciones (por ejemplo, en muchos títulos de los libros: The Bad Beginning, The Wide Window, The Austere Academy).

En cuanto a los chistes y guiños que reverencian la cultura siniestra (de la novela gótica al cine de terror), son innumerables, empezando por el apellido de los protagonistas, que remite al autor de Las flores del mal (más aún, los nombres de pila son guiños a TS Eliot —Violet— y al turbio caso real del matrimonio Von Bülow —Sunny y Klaus—). Por supuesto, el banquero Poe es una referencia al creador de El cuervo, y uno de los disfraces de Olaf —de singular parecido fonético con el Conde Orloff, es decir, Nosferatu—, el Detective Dupin, es un guiño al investigador precedente de Sherlock Holmes, Auguste Dupin, creado por el propio Edgar Allan Poe.

Y así, un auténtico torrente de homenajes literarios o-no-tanto: el tío Monty, por supuesto, tiene una Pitón (y hace un guiño oscurísimo a un sketch de los Monty Python), y hay un Carnaval Caligari. Hay personajes que se llaman como los de La tempestad shakesperiana, hay una tal Georgina Orwell y, en fin, la amada Beatrice fallecida y añorada por Lemony Snicket con una dedicatoria al principio de cada libro puede ser la protagonista de La Beatrice, poema de (cómo no) Charles Baudelaire o la amada de Dante por la que éste bajó a los infiernos en La Divina Comedia.

Difuminando la línea de la literatura adulta y juvenil

Estos guiños van más allá de meras citas ocasionales o de un ir soltando nombres: toda la saga está empapada de una atmósfera de folletín, reforzada no solo por la historia de unos huérfanos desdichados, sino por los propios tics narrativos de Snicket. El autor juega continuamente a adelantarse a lo que va a suceder (lo que estáis leyendo es terrible, pero no es nada comparado con lo que queda por venir) o a resumir lo que ha pasado (a veces incluso re-narrándolo), todo ello acorde con el tono grotesco y de caricatura de todos los libros que da a la serie un delicioso tono serial.

Todo ello, por supuesto, va sumergido en un humor oscuro y macabro, pero no lo suficiente como para espantar a los lectores más jóvenes. Ese humor le ha valido a Snicket comparaciones con maestros de la sorna macabra como Roald Dahl o Edward Gorey, al que sin duda se puede sumar Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas, que revolucionó la literatura para niños al negarse a incluir cualquier tipo de moraleja o enseñanza en las aventuras oníricas de su heroína, tal y como era habitual en los plomizos libros infantiles de la Inglaterra victoriana.

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Estos tres autores también tienen en común un humor turbio que los hace comprensibles para un público infantil y juvenil (que aún así, perciben que algo se les escapa, y ese algo es una fruta prohibida sumamente apetitosa), y ciertas connotaciones entre líneas que triplican la perversidad de las historias. Lemony Snicket afirmó, rebatiendo las acusaciones de que en realidad sus libros estaban pensados para un público adulto, que "la cosa con las referencias literarias y otras bromas es que algunos jóvenes las pescan y otros, no; y algunos adultos las pescan y otros, no. Por eso me resisto a hacer generalizaciones acerca de qué es para jóvenes y qué no lo es".

De hecho, es en el tema de las enseñanzas a los lectores más pequeños donde Lemony encuentra uno de sus gags recurrentes más utilizados: el de hacer un paréntesis extranarrativo para definir palabras que pueden parecer complicadas. Lo que al principio parece un mero running gag, con Lemony Snicket parodiando los libros que escondían lecciones de gramática tras una trama de aventuras, se convierte en un recurso más para definir a los personajes.

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Donde también hay cierta sorna con respecto a las tradiciones de los libros juveniles es en la reasignación de las personalidades del trío protagonista. La creadora de máquinas es Violet, una niña, mientras que Klaus suele tener un acercamiento más creativo y emocional a los dilemas, papel tradicionalmente asignado a los personajes femeninos. Finalmente, el bebé (una niña, además), es la fuerza bruta del trío, y la solución de última hora para muchas de las tramas por la vía del trompazo. Esas convenciones pervertidas son solo la punta del iceberg de una sistemática demolición que efectúa Snicket contra las normas impuestas, cómo no, por los adultos.

Todos los guiños están reforzados, además, por las ilustraciones originales de Brett Helquist, colaborador de Snicket desde la primera entrega, y que con sus diseños, portadas, ex libris y demás adornos gráficos refuerza el salto del lector a algo más próximo a un libro decimonónico que a un best-seller young adult.

Pero... ¿quién es Lemony Snicket?

Por supuesto, hay que diferenciar entre el personaje de ficción que transmite al lector, con ese tono entre la sorna y la honesta preocupación, las aventuras de los Baudelaire, y el autor real que se esconde tras el seudónimo: Daniel Handler.

Lemony Snicket, dice su biografía oficial, "nació antes que ustedes, y probablemente muera también antes que ustedes". Su vida parece haber estado llena de emociones e infortunios. Snicket vive consagrado a contar la historia de los Baudelaire pese a poner con ello en peligro su propia vida, y por eso al final de cada libro de Una serie de catastróficas desdichas hay una nota de Snicket al editor indicándole dónde encontrar el siguiente manuscrito de la serie, indicaciones que según avanza ésta se vuelven más y más crípticas y complicadas de interpretar.

Entre los chistes más logrados en torno a esta eterna vida de huída y ocultación está la edición original en 2002 de Lemony Snicket: Unauthorized Autobiography (prologada, irónicamente, por Daniel Handler), y que incluye una sobrecubierta falsa, perteneciente al libro The Pony Party (La fiesta del pony), de Lenoy M. Setnick (anagrama de Lemony Snicket), autor de la saga The Luckiest Kids in the World ("Los chicos más afortunados del mundo”). Otro chiste intertextual que esta vez interpela directamente al lector, pidiéndole que entre en el jocoso mundo de espías de tebeo de Lemony Snicket.

Por su parte, Daniel Handler, su alter ego, es un autor de San Francisco poco publicado en español. Por ejemplo, sus novelas para adultos permanecen inéditas. Es amigo del también muy lemonysnicketiano Stephin Merrit, de los Magnetic Fields, con los que ha colaborado en algún momento tocando el acordeón: juntos fundaron The Gothic Archies, una banda de que puso banda sonora a las versiones en audiolibro de las primeras entregas de la serie, así como algún inquietante videoclip de promoción de la última entrega.

Un accidentado largometraje

El desarrollo de la película inspirada en la saga comenzó en cuanto los primeros libros salieron a la venta y se certificó su asombroso éxito. Nickelodeon Movies compró los derechos, Paramount Pictures (dueña de Nickelodeon) decidió producirla y Scott Rudin, productor de la misma, escogió como director a Barry Sonnenfeld, director de las películas de La familia Addams, y que muy acertadamente veía afines en tono y estética a la posible película. Ya en 2002 había unas cuantas cosas claras sobre la mesa: Jim Carrey sería Olaf, el guión lo escribiría el propio Daniel Handler y sería un musical.

Los problemas comenzaron en 2003 cuando Sonnenfeld consideró que el presupuesto de Paramount de cien millones de dólares era insuficiente y decidió abandonar la producción junto a Rudin, aunque ambos acabaron recibiendo crédito de productores ejecutivos. Para entonces Handler llevaba escritos ocho borradores del guion, y su falta de entendimiento con el nuevo director, Brad Silberling, le llevó a ser sustituído por Robert Gordon mientras le fecha de estreno se seguía retrasando.

El resultado de los vaivenes es una película muy interesante debido, principalmente, a que a menudo sabe entender el tono de los libros originales y adaptarlo al lenguaje cinematográfico. A la película le cuesta mantener el tono del arranque y elimina a Lemony Snicket de la narración, convirtiéndolo en una ominosa sombra que desde una torre desvencijada cuenta la historia. Es cierto que todo apunta a que en una hipotética secuela la presencia de Lemony Snicket habría estado más acentuada, como sucede en la serie de Netflix.

No es el peor problema de la adaptación: los subversión de los roles clásicos de los niños se sabotean, por algún motivo, y Klaus deja de ser un ratón de biblioteca y adopta un más tradicional papel de eterno salvador de sus hermanas en peligro. En algún momento incluso llega a crear inventos disparatados para salir de los aprietos, un papel que habitualmente tenía adjudicado Violet y que aquí incluso llega a ser la encargada de preparar la comida para el Conde Olaf y sus secuaces porque... bueno, es lo que hacen las niñas.

Lemony Snicket Di
Jim Carrey como Olaf.

En todo lo demás, sin embargo, el trabajo de Silberling es estupendo: el diseño de producción se encargó a Rick Heinrichs —los decorados, en una de las decisiones más acertadas de la película, no son digitales, sino que están construidos de verdad—, el diseño de vestuario a Colleen Atwood y la fotografía a Emmanuel Lubezki. Todos los actores están excepcionales empezando, cómo no, por Jim Carrey como el Conde Orlof y continuando por Meryl Streep como la histérica tía Josephine. Es cierto que las interpretaciones de ambos son caricaturescas en exceso, lo que hace que sean más grotescos que siniestros, pero tienen bien pillado el tono febril y de eterno desprecio a quienes no son adultos.

Una (de momento) afortunada adaptación en formato serie

Aunque la película estuvo lejos de ser un fracaso (140 millones de dólares de presupuesto, más de 200 de recaudación), una serie de, digamos, catastróficas desdichas impidieron que se produjera una secuela. Paramount vivió una serie de cambios en su directiva que paralizó unos cuantos proyectos, entre ellos el de esta secuela. Pronto quedó claro que la única forma de continuar la historia de los gemelos Baudelaire era reiniciando la historia, ya que los jóvenes protagonistas habían crecido.

Netflix, por su parte ha afrontado esta producción con un objetivo claro: hacer una serie familiar que a nivel de factura visual e impacto mediático consiga lo que House of Cards llevó a un público adulto. Para ello se dirigió a la raíz del problema de la película, y contactó con Barry Sonnenfeld para que la produjera y dirigiera y a Daniel Handler para que la escribiera, adaptando sus propios libros y dándoles total libertad creativa. La idea, según Brian Wright, responsable de Contenido Familiar de Netflix, era "permanecer fiel al tono del original”.

Paradojicamente (o no), los grandes logros de la película se repiten aquí. Uno de ellos son los escenarios, que muy acertadamente no son digitales: Bo Welch, colaborador habitual de Tim Burton, se encarga de construir escenarios, gigantescos y pictóricos, que pierden ese aire steampunk del film y retoman la brumosa atmósfera triste de las portadas de los libros.

Otro de los grandes logros de la película que aquí no solo se respetan, sino que se multiplican, es la confianza en un monumental reparto: Neil Patrick Harris está sencillamente perfecto como Olaf, limando lo grotesco de la interpretación de Jim Carrey y devolviendo algo de esa amenaza viscosa que había en los libros. Handler, ya inmerso en la escritura de la confirmada segunda temporada, garantiza que habrá más momentos de lucimiento melódico para Harris. Y no es el único actor brillante: junto a nombres como Joan Cusack, Will Arnett o Catherine O’Hara destaca sin duda Patrick Warburton, que da vida a un delicioso Lemony Snicket mucho más presente en la historia que en los libros originales.

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Aunque sin duda, y por encima de todo ello, el principal logro de la serie es no bajar el nivel de exigencia que ya los libros tenían para con sus espectadores. Divertida pero muy inteligente, Una serie de catastróficas desdichas encontró quizás su principal seña de identidad en su insistente negativa a tratar a los lectores más jóvenes como idiotas. Y eso es, básicamente, lo que convierte a esta joyita de Netflix —quizás la mejor producción propia de la historia del canal— en una adaptación imprescindible.

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