El imperio del fracking: así ha vuelto Estados Unidos a la cabeza de la producción del petróleo

El imperio del fracking: así ha vuelto Estados Unidos a la cabeza de la producción del petróleo
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A mediados de la década de los '70, Estados Unidos se plantó. Ralentizada la fiebre productora que siguió al descubrimiento de gigantescas reservas en Alaska y, ante todo, paralizada la economía mundial por la gravísima crisis del petróleo, la producción de crudo del país comenzó a descender paulatinamente. De un pico de más de 10 millones de barriles diarios a principios de la década se pasó a aproximadamente la mitad en 2009.

En el camino, Estados Unidos había dejado de ser el gran productor de petróleo del mundo para mantenerse, con mayor timidez, en un segundo plano. La desaceleración de la producción estadounidense permitió que otros países, mucho más dependientes del crudo para la revitalización de su economía, acapararan la primera plana mundial. Irán, Arabia Saudí, Venezuela, Irak, Qatar y más recientemente Rusia dominaron la escena.

Hasta hoy.

Según las previsiones de la Agencia Internacional de Energía, Estados Unidos está a dos pasos de recuperar el liderazgo perdido cinco décadas después. El motivo, simple y llanamente, es el fracking, la extracción de "shale oil" que ha modificado de forma radical la geografía económica (y física) del país, que ha causado una disrupción tremenda en los precios del barril y que ha generado multitud de preocupaciones medioambientales e incluso sísmicas.

Sea como fuere, Estados Unidos ha vuelto. Para quedarse.

Inflar la oferta para acabar con EEUU

El año clave fue 2010: entonces, las explotaciones antaño experimentales dedicadas a la perforación de la roca de esquito tuvieron una oportunidad en el mercado. Diversos productores mostraron su viabilidad técnica, y la capacidad de perforar el subsuelo hasta alcanzar pequeñas bolsas de gas natural y petróleo antaño descartadas. Más pequeñas que las plataformas de perforación tradicionales y sobre tierra, disfrutaron de un boom creciente.

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Desde 2010, las producciones de fracking en EEUU no han hecho sino crecer. (Mihai Barbu/PantherMedia)

En un periodo de cuatro años, las explotaciones de fracking se multiplicaron por el interior estadounidense. Regiones como el oeste de Texas o Dakota del Norte se convirtieron, de la noche a la mañana, en escenario de vivaces competiciones económicas por la apertura de nuevas exploraciones. Estados Unidos pasó de una producción ralentizada durante décadas a una explosión de producción, llevando sus barriles diarios a los casi 10 millones.

A mediados de 2014, pues, Estados Unidos había vuelto a la cabeza de la producción mundial, lo que generó cierta inquietud en el resto de actores. Tras la crisis de los '70, el país se había convertido en el primer mercado mundial al que exportar. Con un consumo creciente de más de 18 millones de barriles diarios, la antaño limitada explotación de crudo estadounidense a duras penas cubría un tercio de la demanda local. Para la OPEC y otros actores, eso implicaba negocio.

Para Arabia Saudí, Rusia y el resto de la OPEC, el fracking suponía una amenaza: el exceso de producción que tiró los precios del petróleo entre 2014 y 2016 buscaba debilitarlo

El fracking imponía un coto futuro al tradicional estado de las cosas. Y lo que es peor, amenazaba con arrebatar de su posición hegemónica y monopolística a los tradicionales productores del golfo pérsico.

A mediados de 2014, una conjunción de factores reventaba el precio del barril. Por un lado, la crisis financiera china limitó el tamaño del mercado, reduciendo la demanda. Por otro, Arabia Saudí y Rusia acordaron inundar el escenario multiplicando la producción. El objetivo, de forma muy resumida, fue doble: dañar a Irán (que volvía al tablero tras el fin de las sanciones) y tirar por tierra las caras explotaciones de fracking estadounidenses.

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El fracking ha transformado por completo la geografía de estados como Texas. (Simon Fraser University/Flickr)

El aumento de producción de la OPEC y de Rusia colocó en el mercado dos millones de barriles diarios por encima de la demanda. De forma automática, el precio del brent se desplomó: si superaba los 100$ en 2014 quedaba por debajo de los 30$ en enero de 2016. Dada la relativa mayor inversión requerida por los productores de shale oil, muchas plantas pararon, frenando el repunte productor de Estados Unidos. A corto plazo, el plan saudí funcionó.

A largo, sin embargo, las consecuencias fueron más complejas. La caída del precio del barril no arrinconó a la industria del fracking norteamericano: los pozos canadienses y estadounidenses optaron por paralizar su actividad en muchos casos (al ser proyectos más pequeños, su flexibilidad aumenta), pero también invirtieron en mejoras técnicas que a la postre reducirían el costo y dispararían (aún más) el volumen extraído. EEUU cayó, pero no lo suficiente.

Sube el barril, aplaude el fracking

Y la táctica de la OPEC entregó amargos frutos. Para países netamente exportadores como Rusia, Venezuela o los pérsicos, el bajísimo precio del brent perjudicaba a sus economías. Muchos de ellos (como Venezuela) entraron en franca barrena, y otros, como Rusia, se asomaron al precipicio. A principios de 2017, los países del cartel acordaban cortar la producción, lo que permitió recuperar el precio del barril.

De forma paralela, la subida de precios ha permitido que muchas explotaciones de fracking antaño paralizadas vuelvan a florecer, disparando, de nuevo, el volumen productor de Estados Unidos. Perforar volvía a ser rentable.

Un año después, el resultado es nítido: EEUU vuelca al mercado hoy casi 1,3 millones más de barriles que el año pasado por estas fechas, y su explotación estimada amenaza con superar a la de Arabia Saudí. En un corto periodo de tiempo, podría colocarse por encima de la de Rusia. Estados Unidos camina ya cerca de los 10 millones de barriles diarios, y los cortes a la producción decretados por la OPEC (algo por debajo de los 100.000 millones de barriles anuales) favorece su preeminencia a corto plazo.

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El impacto, visto desde el aire. (NASA)

En gran medida, el éxito del fracking ha venido determinado por la caída de los precios del barril, en muchos casos ruinosa, cuando el modelo de negocio iniciaba su despegue. Para una gran plataforma tradicional, el éxito depende de perforar acertadamente en el lugar exacto. Para una no convencional, la mayor rentabilidad está hipotecada a métodos de extracción y transformación más agresivos. Una mayor agresividad en la perforación implica un mayor coste.

Con los precios del petróleo en caída libre, las plantas de fracking sólo tenían una opción: reducir costes para seguir produciendo más. Entre 2014 y 2016 el coste de una explotación cualquiera se había reducido, de media, un 30%. A largo plazo la tendencia es similar. En esencia, las plantas de fracking han aprendido a recuperar cada vez más petróleo de cada pozo (el fracking rompe la roca liberando gas, no extrae el crudo directamente como las plataformas convencionales).

En el futuro, el porcentaje de conversión puede alcanzar al 25%. Las mejoras tecnológicas permiten que las extracciones sean cada vez más rentables, lo que las hace menos dependientes de elevados precios del petróleo.

Pozos Fracking Estados Unidos
Pozos de extracción en Dakota del Norte. (NPAC/Flickr)

Esto significa que, a largo plazo, es probable que los países de la OPEC no tengan especial interés en repetir la costosa operación de 2014-2016. Y que Estados Unidos, como se cuenta aquí, se haya asegurado una definitiva posición preeminente en la producción mundial gracias a una técnica cada vez más atractiva (pese a sus efectos medioambientales). Pese a todo, hay dudas tanto de las previsiones de la AIE como de lo mucho que alargará la OPEC su corte a la producción.

Sea como fuere, el fracking ha vuelto para quedarse. Para Estados Unidos es una excelente noticia, que le permite no sólo cubrir la mayor parte de su demanda interna, sino también, tímidamente, comenzar a exportar. Para países como Arabia Saudí o Rusia, no tanto: un nuevo competidor, con una mayor flexibilidad para quitar y poner pozos rentables y ajustarse a las exigencias de la demanda, capaz de romper su virtual monopolio del mercado y ajuste de precios permamente.

Imagen | Cristopher Boswell/AP

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