El flamenco en Cataluña: flamencos puros, cantaores y cantaoras (II)

El flamenco en Cataluña: flamencos puros, cantaores y cantaoras (II)

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El flamenco en Cataluña: flamencos puros, cantaores y cantaoras (II)

La historia del flamenco es la de una cultura transhumante que no conoce fronteras. Pocos estilos musicales tradicionales han conseguido superar la prueba del tiempo, salir de su zona natural y establecerse con éxito en todo el planeta.

El flamenco fue primero andaluz, después español y, ahora, internacional. Esta internacionalidad no se la da solamente el hecho de que haya 'tablaos' en Tokio o que se aplauda a los artistas flamencos en lugares tan dispares como el Olympia de Paris o los clubes de la calle 42 neoyorquina.

Esta plurinacionalidad, que está inmersa en sus raíces, se la regala el hecho de que sea entendido y comprendido en todas partes y, en mayor o menor medida, absorbido como lo fueron el jazz o el blues.

En definitiva: el flamenco es la expresión musical de un lamento. De contar las penas con alegría o de transformar estas en cante y en baile. De expresar sentimientos universales de una forma tan peculiar que es imposible resistirse a ella, acercarse a ella e intentar asimilarla como propia porque, en el fondo, la tristeza o la alegría pertenecen a todo el mundo.

Garlochi
Tablao flamenco 'Garlochí' de Tokio

El flamenco en Cataluña viaja primero con los gitanos, como viaja por toda España, un pueblo tradicionalmente transhumante también. Pero no hay que dejar que el topicazo nos nuble la mente. El flamenco también viaja en barco.

Una ruta en barco: industrial y dirección Barcelona

Lo hace por medio de la ruta mediterránea que une las ciudades de Barcelona y Sevilla con América a partir del siglo XV que es un hecho anterior al asentamiento de los gitanos en Catalunya y en el Roselló (de donde se extenderían por todo el sur de Francia).

Barcelon

Además de estos “viajes” la cultura flamenca comienza a asentarse a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando Barcelona, metida de lleno en su industrialización, se llena de inmigrantes pero también de cafés y de espectáculos de raigambre española.

La capital queda para esta nueva moda mientras que las celebraciones catalanas tradicionales quedan fuera del foco urbano. No es hasta finales del siglo XIX cuando hay un esfuerzo por recuperar la tradición en detrimento de lo que se llama “flamenquismo”. El movimiento se llama 'Renaixensa' y pretende que no se pierdan las tradiciones catalanas en favor de lo que viene de fuera.

Renaixensa

Así, la revista “La Renaixensa”, órgano informativo del asunto, publica en 1899: ‘Los hermosos cantos de la tierra han de ser el arma principal para combatir el flamenquismo’.

No se puede decir, sin embargo, que el esfuerzo tuviera muy buenos resultados. Sí para conservar lo propio, como así ha sido (los movimientos proteccionistas de lo regional se vieron favorecidos por el auge del romanticismo primero y por nuestro secular carácter, algo que prevalece en la actualidad... y con cierta razón, la cultura no ocupa lugar y hay que protegerla), y sí para aceptar definitivamente que lo nuevo, lo percibido como “flamenco”, había llegado a Cataluña para quedarse.

La Cataluña cosmopolita comienza a convertirse al flamenquismo (y a la tauromaquia... aunque ambos fenómenos vengan por separado) a comienzos de siglo y, desde entonces, ofrece a sus ciudadanos y visitantes espectáculos de este corte que tienen su explosión en la Exposición Universal de 1929.

Villa Rosa
El 'Villa Rosa' barcelonés.

Antes de esto se fundan tablaos flamencos y cafés cantantes como el Eden Concert, Villa Rosa (el actual Moog que ha recuperado el viejo nombre del cabaret) y diversos cafés como el De la Mezquita, de la Bolsa, Del Puerto... incluso pintores autóctonos como Isidre Nonell, Ricard Canals, Josep Llovera, Ramon Casas, Felip Pedrell y Robert Gerhard plasman escenas flamencas porque aquello es digno de quedar retratado para siempre.

El poder de las mujeres

La primera artista flamenca que nace en Cataluña, sin embargo, no es una cantaora si no una bailaora. Se llama Carmen Amaya y nace en las chabolas del Somorrostro. Se convierte en una estrella internacional y en una de las primeras artistas flamencas de renombre.

Antonia Santiago, “La Chana” (que enseñó a Antonio Canales), Aurora Pons –directora de Ballet Nacional en dos ocasiones- o Micaela Flores Amaya “La Chunga” (prima de Carmen Amaya) fueron algunas de las más destacadas bailaoras que recogieron el testigo de Carmen Amaya.

La Chana Foto Colita Danza Elhype
'La Chana' en su máximo esplendor

Joaquina Caparrós Simón “Gloria Romero”, es también la primera artista de renombre del flamenco autóctono. Una cantaora relacionada con el mundo de los espectáculos flamencos que tuvo muchísimo nombre tanto en España como en América Latina donde tuvo varios de sus espectáculos entre los años 50 y 60.

Pero la que se lleva la palma es Matilde Giménez ‘La galleguita’. A comienzos de los 60 irrumpe “la Galleguita” en el Teatro Victoria de Barcelona donde consigue un éxito sin igual equiparándose a grandes de la época como Juanito Valderrama.

Su público está compuesto, por inmigrantes andaluces y gallegos. Ella es gallega, por cierto. Sus discos, editados por Belter, se cuentan por hits porque conservan la tradición pero, a la vez, suenan a completamente nuevos. Es la primera artista flamenca que tiene en Barcelona una peña flamenca con su nombre. También es la primera en cantar flamenco en catalán, adelantándose al rumbero Gato Pérez.

Gitanos catalanes en Francia

El flujo de inmigración gitana nos lleva hasta Perpiñán donde los gitanos cantan con normalidad en francés, catalán y español y donde se establecen rumberos de raigambre flamenca como los Gipsy Kings o el guitarrista, este sí muy ortodoxo, Ricardo Baliardo “Manitas de plata”, padre de Tonnino Baliardo, miembro original del grupo de rumba.

Desde el Roselló a La Camarga los descendientes de gitanos catalanes (que fueron expulsados de España después de los edictos de Fernando VI) establecen su propia cultura flamenca allí. Una cultura libérrima que tiene una enorme expresión cultural a través del cine de Tony Gatlif (director de la estupenda 'Vengo') o, asómbrense, incluso un ganador de la edición francesa de “la Voz” de 2014 llamado Kendji Girac.

La peregrinación anual a Saintes Maries de la Mer para ver los restos de la patrona de todos los gitanos, Santa Sara Kali, se convierte en una celebración de lo étnico, de la confluencia de varias culturas, de varios sonidos y, sobre todo, de la explosión del flamenco como algo internacional que ha saltado todas las fronteras.

Cantaoras y cantaores

En la Cataluña que queda a este lado de los Pirineos el peso de la traslación de la tradición se establece a través de las peñas flamencas inauguradas por inmigrantes en los flujos masivos de población que acontecen entre mediados de los años 50 y los 60.

Son las peñas flamencas la salvaguarda de la pureza y donde emergen cantaores como José Miguel Cerro 'Chiqui', Blas Córdoba 'El Kejío' o Diego Garrido que desarrollan su carrera en Cataluña pero que son todos nacidos en Andalucía. Cantaores solventes, muy solventes, que, sin embargo, no consiguen dar el salto comercial a grandes audiencias.

No lo conseguiría tampoco Juan Amaya “Juan el de la Vara”, catalán de pura cepa, pese a que sus fandangos son grabados por Camarón de la Isla. El primo de Carmen Amaya no resalta en grandes festivales flamencos pero si tiene una carrera alargada en espectáculos de tablao.

Habría que esperar a la explosión de Juan Rafael Cortes Santiago “Duquende”, nacido en Sabadell. Debuta en un escenario cuando Camarón le invita a cantar con él. Tiene solo ocho años. Sus padres se niegan a que comience una carrera artística a tan tierna edad y no es hasta mediados de los años 80 cuando comienza su andadura.

Un cantaor enérgico, de pellizco, que ha triunfado por todo el mundo y que pertenece, por derecho propio, a la lista de nuevos flamencos. Sus colaboraciones con gente como Manzanita, Paco de Lucía, Tomatito, Niño Josele…dan una buena perspectiva de su calidad. Su disco ‘Samaruco' (1992) es uno de los mejores grabados por un flamenco catalán.

Montse Cortés, originaria del barrio de la Mina, es una gitana catalana que comenzó su carrera artística en los tablaos a la edad de 13 años donde fue descubierta por el siempre atento Antonio Canales que la incluyó como artista en su espectáculo. Montse representa, como Duquende, la pureza flamenca más allá de lo geográfico.

Su disco ‘Alabanza’ (2000) fue nominado a un Grammy Latino y, después, solo hemos podido disfrutarla en otros dos discos cargados de arte. Quizás su ascendencia granadina es lo que ha dotado a la cantaora de esa especial forma de entender el flamenco como algo que hay que venerar.

No es el único caso de cantaora acogida, por derecho, a la tradición donde se encuentra también Mayte Martín. Mayte es cantaora, guitarrista, en definitiva, música. Un alma flamenca al 100% que ha sabido mezclarse con otros ritmos y que ofrece, a la vez, un repertorio clásico y contemporáneo que está unido al ansia del flamenco catalán por romper fronteras dentro de su propia zona. Por hacerse comprender y entender. Su irrupción a mediados de los 90 en el escenario flamenco, tan restringido a veces para las aventuras, supuso una pequeña revolución que aún sigue en marcha.

El flamenco Miguel Poveda

Pero es, sin duda, Miguel Poveda (Barcelona, 1973) la gran estrella que ha parido el flamenco catalán. Una estrella rara porque Poveda no viene de una larga tradición flamenca, su familia no tenía ninguna conexión con la música profesional y nace un talento nato (y universal) como de la nada.

Y, seguramente, no hay nada más flamenco que eso de que “er cante no cabe en un papé” y que hay una cosa ahí, dicha por Lorca, que se llama “duende” o “age” que es inexplicable. Ese 1% de talento que completa el 99% de trabajo diario y que separa a unos artistas de otros.

En 1988 se sube por primera vez a un escenario, el de la Peña Flamenca de Nuestra Señora de la Esperanza de Badalona, para dejar a todo el mundo con cara de haber asistido a algo único. Hasta la fecha había sido un niño tímido al que gustaba escuchar flamenco por la radio. Desde entonces comienza una carrera imparable.

Su fama en Cataluña crece en los años siguientes hasta que se hace nacional gracias a los 4 de los 5 premios que gana en el Festival de Nacional de Cante de Las Minas donde se presenta con el guitarrista Juan Ramón Caro. También catalán, de Badalona, y uno de los mejores guitarristas flamencos de la actualidad.

El cante de Poveda ha pasado de la heterodoxia flamenca, de la pureza total, a las mezclas y remezclas actuales que le han hecho enlazar con otros palos menores, considerados menores, como la copla que el cantante catalán se está encargando de reverdecer.

Antes, en 2005, se había atrevido a grabar ‘Desglaç’, un disco flamenco con letras en catalán. Por garganta, por “pellizco” y por actitud flamenca es imposible diferenciar a Poveda de los grandes del flamenco.

Quizás, los más puristas, le acusen de que sus hechuras son modernas o de que su espectáculo ya tiene que ver más con los dirigidos a las grandes audiencias que con los que ofrecía el cantante, en sus inicios, dirigidos a las pequeñas audiencias del purismo flamenco.

Da igual porque su grandeza como artista le permite ir y volver cuando quiera y grabar versiones o devolvernos la tradición. En el fondo es la consumación de “lo flamenco”, es la culminación de un viaje y una consolidación: el artista flamenco puro que, sin venir de la tradición, emerge en una zona geográfica alejada de Andalucía, no tiene ninguna conexión con ancestros gitanos y pasa por no tener aspecto de flamenco.

Es esa transformación del flamenco que lo ha llevado, a través de los siglos, de lo local a lo internacional.

El cante de Poveda ha pasado de la heterodoxia flamenca, de la pureza total, a las mezclas y remezclas actuales que le han hecho enlazar con otros palos menores, considerados menores, como la copla que el cantante catalán se está encargando de reverdecer.

Rosalía, la nueva Carmen Amaya

En 2015 el cantaor Joan Clota ‘El Nen’, descendiente de una familia flamenca del barrio de Hostafrancs (una de las cunas de la rumba catalana), publicó junto al guitarrista 'El Perla', el bajista Agustí Espín y el percusionista Paco de Mode el disco 'Cants oblidats'. La grabación fue el intento de poner sobre la mesa la tradición catalana flamenca más allá de ese monstruo que se lo comió todo llamado “rumba”.

Redescubrir la raigambre más pura del flamenco gitano catalán fue el objetivo de este grandísimo trabajo que quería poner en circulación de nuevo a los palos antiguos del flamenco pero, también, reivindicar la mezcla y la aparición de palos como el tanguillo catalán. Un reconocimiento a la mixtura, sí. A que la guerra había terminado, al fin, y un recordatorio de que existe una aportación catalana al flamenco.

‘El Nen’ representa ese medio camino entre la heterodoxia y la ortodoxia flamencas y una de las vías para hacer entender como propio un estilo que siempre ha sido rechazado por ser entendido como ajeno o como traído por gente de fuera y que no podía encajar en la tradición cultural de la región.

Posiblemente la aceptación definitiva la encontremos en Rosalía, la cantaora barcelonesa de 24 años, que ha emergido como la grandísima promesa del flamenco español. Ni a los flamencos más ortodoxos pueden evitar reconocer que, al menos, ‘canta bonito’. Lo que es bastante si nos atenemos a los altísimos estándares de calidad de los flamencos ortodoxos.

Más que nada porque Rosalía es una de ellos. Lleva desde los 13 puliéndose el cobre por tablaos de todo el mundo. Da igual que a Rosalía la acompañe Juan Gómez ‘Chicuelo’, excelso guitarrista de Cornellá de Llobregat, o que se deje producir por Raül Refree porque la voz de Rosalía emerge siempre de un lugar especial. Único.

Ella también representa mejor que nadie ese medio camino entre el pasado y el futuro. Pocas artistas tienen, a nivel internacional, tanta personalidad y son capaces de ser reclamadas por revistas de moda y tendencias o para ocupar un par de páginas en un suplemento cultural de un diario. Sin despeinarse.

Rosalía pertenece, por cuestiones meramente de tiempo, a eso que se llama ‘generación milennial’ pero, a la vez, representa un cante antiguo que se pierde en el tiempo. Igual encaja a la perfección en un videoclip rodado en Los Ángeles que vestida de cantaora clásica. No hay fronteras.

Sin empacho reivindica el trap y a Estrella Morente entre sus influencias directas porque Rosalía es el futuro del flamenco. De una tradición que permanece en continuo cambio y, a la vez, permanece intocable. De una forma de entender la vida (con sus alegrías y sus penas) que tiene como objetivo la expresión de un sentimiento que no entiende de territorios, que nace y crece donde quiere. Da igual que sea Cataluña, Andalucía o Detroit.

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