La desmovilización es un mito: los españoles nos manifestamos más ahora que en los años ochenta

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Es un clásico en las conversaciones sobre nuestro descontento político: hoy en día estamos dormidos, somos más sumisos. Ya no hay movimientos sociales de protesta como los de los años 80, como los del masivo 14-D o aquella lucha contra el cierre de astilleros en el norte de España. Como antes había más compromiso del personal con las causas, mayor entrega a ellas, nuestros mayores consiguieron más conquistas políticas que nosotros.

Como todo lugar común, éste merece ser analizado. Hoy contamos con dos estudios que podrían ayudar a desmontar o al menos poner en entredicho este tipo de afirmaciones.

Un planeta protestón: así ha ido el mundo entre 2006 y 2020

El think tank alemán Friedrich-Ebert-Stiftung (FES) y la Iniciativa para el Diálogo de Políticas, una ONG con sede en la Universidad de Columbia, publicaron la semana pasada Protestas mundiales: un estudio de los problemas clave de las protestas en el siglo XXI. Los investigadores analizaron miles de artículos publicados en web de cientos de medios escritos en árabe, inglés, francés, español, portugués, alemán, chino e hindi.

Cubrieron 16 años, desde 2006 hasta 2020, y lo que ocurrió en 101 países. Su conclusión principal es que estamos en un período de gran agitación y rebeldía, similar al grado de protestas que se dieron en momentos convulsos como fueron 1848, 1917 y 1968. El número de movimientos de protesta se ha triplicado con respecto a los que había a mediados de los 2000, y el mayor incremento de las protestas ha tenido lugar en Asia central y Europa. Señalan también que hay más protestas en los países con población de más nivel de ingresos, aunque el grado del aumento de protestas es idéntico en todos los países analizados.

¿Por qué? La mayoría de protestas de estos últimos años, un 54%, giraba en torno a una sensación de fracaso democrático, contra los sistemas políticos o sus representantes. El 28% del total incluía demandas del estilo de “democracia real”, la demanda más común de todas las producidas. La inmensa mayoría de las protestas ha tenido un cariz pacífico, sin embargo, y siempre según lo que se vislumbra por lo publicado en prensa sobre las mismas, ha habido un lento pero continuo aumento de la violencia dentro de las mismas, hasta el punto de que en un 20% de ellas hay arranques de violencia grupal de algún tipo, vandalismo o saqueos. En la mitad de las protestas se dieron arrestos y en casi el 30% de ellas se registra alguna forma de violencia policial.

¿Y cuál es la otra gran conclusión del estudio? Que, según los investigadores, si ha habido un aumento de protestas lo que no se ha producido es una respuesta adecuada por parte de los políticos. Un 42% de las protestas se marcaron como “exitosas” total o parcialmente a la hora de conseguir sus objetivos (el cual es un porcentaje mayor al de otros estudios de este tipo), aunque si cogemos sólo los datos de Europa, el porcentaje baja al 33%. Además, a medida que aumentan las protestas en el mundo, se va reduciendo su grado de éxito político.

Por supuesto, los investigadores reconocen que su estudio, al basarse en lo publicado en prensa digital, es limitado. Existe un riesgo de sesgo de publicación, la posibilidad de que, por ejemplo, no es que ahora haya más manifestaciones, sino que antes no se hablara de ellas, que hubiera un silenciamiento mediático. Hay que plantearse por ejemplo si en la China, los Estados Unidos o la España de 2006 se silenciaban más o menos las protestas ciudadanas que ahora.

Como anécdota, este trabajo da algunos detalles curiosos sobre nuestro país. Si miramos el total de episodios de protesta de todo el mundo, un total de 900 registrados en el estudio, en Francia tuvieron lugar 11 mientras que en España 18, los mismos que en Italia. Además, la manifestación feminista de España de 2018 fue la undécima más concurrida de todos esos años, y por tanto, fue la más importante de España, con 5,9 millones de asistentes estimados, y también la más importante para el movimiento feminista, con más participación incluso que las marchas de la mujer de Estados Unidos cuando Trump llegó al poder. En el top mundial también se cuelan otras manis españolas: los puestos 29, 33 y 35º los ocupan la macha de 2010 contra la austeridad fiscal y las protestas por la independencia de Cataluña de 2017 y 2012.

El sueño nostálgico de la España que se movilizaba

Ahora vamos con el trabajo de 2011 titulado La Normalización De La Protesta: El caso de las manifestaciones en España (1980-2008), basado en encuestas del CIS y datos de otros organismos oficiales.

Sus resultados son llamativos, incluso contraintuitivos: cogiendo como muestra lo ocurrido entre los años 2002 y 2008, un período especialmente tranquilo en todo el mundo, salió en algún momento a las calles uno de cada cinco españoles, el 21,3%. Somos los que más nos manifestamos de todos los analizados de Europa: en Francia se manifestaron un 15%, en Noruega un 8,8%, un 8,6% de alemanes o un 4,1% de británicos, entre todos. Faltarían datos de Italia.

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Promedio de participación en manifestaciones autorizadas en Europa (2002-2008)

Según los investigadores, en España se manifiesta todo quisqui, también la gente mayor, la gente de derechas y la religiosa, algo que, por norma general, no pasa (o más bien pasaba) en otros países. En lo que sí vamos por detrás que otras sociedades en cuanto a participación política es en lo de estar metidos en asociaciones o en consumerismo político (la lucha política centrada en lo que consumimos o dejamos de consumir, como por ejemplo, lo que comemos o la energía que contratamos).

Lo que nos ha hecho especialmente proclives a la protesta fue el “aprendizaje político” que supusieron las mayoritarias marchas contra el terrorismo y el “reaprendizaje” de las manifestaciones de corte conservador de la segunda mitad de la década del 2000 contra las medidas sociales de Zapatero (matrimonio homosexual, “divorcio exprés”, etc), así como que, según los autores, existen en nuestro país “déficits democráticos del sistema político” que hacen más normal que en otros entornos que tengamos que echarnos a las calles a protestar.

Y sí, también puede darse algo de nostalgia: ahora no nos manifestamos menos. “Los datos oficiales […] desde la década de los ochenta hasta la actualidad indican un aumento del número de manifestaciones y manifestantes. Así, el porcentaje de personas que declaran haber participado en alguna manifestación se dobla en el transcurso de estos casi treinta años, pasando del 20 por ciento a principios de los ochenta al 50 por ciento a finales de la primera década del siglo”, se explica.

Lo que nos ha pasado, y algo común a otros países, es un cúmulo de cosas: las manifas han dejado de estar caracterizadas por la represión física, por lo que más gente se anima a acudir a ellas; ha aumentado el nivel de estudios poblacional, ya que tradicionalmente tienden a manifestarse más las personas de alta formación; la mujer se ha incorporado a la vida pública, por lo que las manis han dejado de estar masculinizadas; han aumentado también los manifestantes “poco interesados de la política”; internet ha hecho más fácil conectar a gente que ya no debe organizarse en torno a asociaciones y colectivos para movilizarse; y los grupos de edades intermedias han pasado a ser los protagonistas de las manifestaciones.

Es decir, que ese el incremento en la participación ha modificado el perfil tradicional del manifestante (tendían a ser hombres jóvenes de izquierda, con estudios y de grandes ciudades) a uno más heterogéneo y, en definitiva, más parecido al conjunto de la población.

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Evolución del porcentaje de asistentes a manifestaciones (1980-2008)

Por si quieres ver la foto completa, esta es la evolución en el número de manifestaciones y de manifestantes en nuestro país entre 1984 y 2009, justo antes del período poscrisis que sí recogía el trabajo del Friedrich-Ebert-Stiftung y al que le faltarían las movilizaciones del 15M, Democracia Real Ya, el feminismo o Cataluña, lo que nos hace pensar que, aunque hubo un bajón en las protestas entre los años 2005 y 2008, es muy posible que haya crecido el grado de participación ciudadana si bien no como en los picos del 97 o el 2004 (manifestaciones antiterroristas), sí al menos como la media de la serie histórica.

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Evolución anual del número de manifestaciones (columna) y manifestantes (línea, en miles) 1984-2009. Datos del Ministerio del Interior sobre ejercicio del derecho de reunión.

“Si consideramos el promedio de asistentes anuales por cada mil habitantes, se pasa de un promedio anual de 59 participantes en la segunda mitad de los ochenta, a 74 en los noventa y 89 en la primera década del siglo XX”.

¿Y si lo que pasa es que ya no nos manifestamos por el tema laboral? Que es lo que se opina muchas veces desde algunos sectores, que perciben que hay menos interés por causas relacionadas con las cuestiones prácticas de la vida. Que tampoco podría ser así: según el trabajo, entre 2008 y 2009, los últimos años de la serie, el porcentaje de manifestaciones con motivación laboral representó el 40%, una proporción sobre el total que sólo se habría alcanzado en otros períodos de crisis económica como fue en la transición y a principios de los 90.

Curiosamente, y al igual que concluyen los otros expertos del trabajo internacional, en España se ha producido una “normalización” de la protesta como herramienta de muestra del descontento en un país que percibe que el sistema democrático tiene grandes carencias a la hora de responder a sus demandas sociales. Que protestamos, pero esas protestas no son invariablemente respondidas por los políticos.

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