Efecto inesperado de la Covid: barrios pobres se desenganchan de la comida rápida en favor de la casera

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A muchos estadounidenses les reconforta coger el coche para ir a por una hamburguesa, optando por establecimientos con caras familiares detrás del mostrador. Durante la pandemia del coronavirus seguramente hayan echado de menos su restaurante favorito de "comida barata" mientras se veían de la obligación de tener que cocinar en casa.

Las personas sienten un apego emocional a la comida y a las rutinas asociadas con el consumo de alimentos. Estos rituales proporcionan una sensación reconfortante y de pertenecer a un grupo, incluso cuando la comida procede de una cadena de comida rápida y hay que hacer cola para conseguirla.

Soy estudiante de seguridad alimentaria en California, irónicamente una de las zonas agrícolas más productivas del mundo. La seguridad alimentaria significa mantener un acceso seguro y constante a los alimentos y para ello hace falta tiempo y recursos que a menudo son escasos en los hogares con una mala seguridad alimentaria.

Son muchas las personas que viven en el Valle Central de California, una zona rica en alimentos, pero que experimentan un alto grado de inseguridad alimentaria, puesto que dependen de más comida rápida y platos precocinados para su sustento y comodidad que la población en general.

La poderosa relación entre el apego que tiene la gente a los restaurantes de comida rápida y su incapacidad para conseguir buenos alimentos frescos crea una espiral descendente. Las cadenas de comida rápida perjudican la seguridad alimentaria debilitando el control local sobre la producción de alimentos. A su vez, la disminución del control local sobre la producción de alimentos hace que la inseguridad alimentaria perdure. En la actualidad, en un momento en el que la pandemia del coronavirus ha cambiado tanto nuestras rutinas, veo que existe una oportunidad para romper este círculo vicioso.

Los restaurantes de comida rápida como "terceros espacios"

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Las personas desarrollan estrechos vínculos emocionales hacia los lugares a los que acuden con asiduidad. Según mi investigación, dichos vínculos se pueden extender a la jardinería, la agricultura y la preparación de alimentos, como puede ser en la cocina o a través de la caza.

Las personas también establecen vínculos personales con los restaurantes que frecuentan. Los restaurantes pueden funcionar como "terceros espacios", un término acuñado por el sociólogo Ray Oldenburg para aquellos lugares donde podemos conversar y tener una sensación de comunidad. Los huertos comunitarios y los centros culturales suelen considerarse terceros espacios. Oldenburg desarrolló esta idea a partir de los "primeros espacios" y "segundos espacios" para describir aquellos sitios donde la gente encuentra confort o familiaridad fuera de sus hogares o del trabajo.

Los restaurantes de comida rápida también pueden servir como terceros lugares. Las personas mayores en Estados Unidos suelen socializar y relajarse en dichos lugares. La atmósfera de este tipo de restaurantes ha pasado de lo rápido y fácil a lo hogareño y acogedor, proporcionando servicios como Wi-Fi para los que quieran pasar más tiempo en el local. El hecho de que el barista de Starbucks se acuerde de tu nombre hace que mucha gente vuelva al local para un café rápido o para reunirse en grupo.

La comida rápida es un pilar de la inseguridad alimentaria

Las familias en situación de inseguridad alimentaria tienen problemas a la hora de adquirir frutas y verduras frescas, en parte porque son demasiado caras para sus presupuestos. La falta de tiempo y recursos para la preparación de platos también contribuye a la inseguridad alimentaria, junto con la segregación racial y la pobreza.

Por todos esos motivos, muchos hogares con bajos ingresos e inseguridad alimentaria dependen de los restaurantes de comida rápida. La comida rápida puede dar la sensación de ofrecer una buena relación calidad-precio, puesto que se puede obtener mucha cantidad de comida a un precio asequible, por mucho que en realidad pueda ser más cara que los alimentos frescos.

A nivel mundial, los hogares monoparentales son más propensos a experimentar la inseguridad alimentaria. Las madres y padres solteros también suelen tener varios puestos de trabajo y poco tiempo para preparar comidas en casa. Los estudiantes, los discapacitados y los ancianos suelen carecer de espacio físico y de almacenamiento para una preparación de platos adecuada en el hogar, recurriendo a la comida rápida y a los platos precocinados.

Inseguridad alimentaria en el Valle Central de California

Durante los meses de otoño de 2019 y la primavera de 2020, los asistentes de investigación de posgrado y yo realizamos encuestas entre los estudiantes universitarios del campus de la Universidad de California en Merced sobre la seguridad alimentaria y su apego a los restaurantes. Muchos estudiantes universitarios estadounidenses sufren constantemente la inseguridad alimentaria por varias razones, incluyendo las limitaciones de recursos y de tiempo.

Nuestros estudiantes cuentan con un trasfondo social: el 73,2% son estudiantes universitarios de primera generación, el 63,8% recibe una beca Pell para hogares con bajos ingresos y más del 90% se autodescribe como de raza no blanca. Irónicamente, muchos estudiantes proceden de familias que trabajan en el campo, produciendo los alimentos que sustentan al país. A menudo tienen más de un trabajo para poder llegar a fin de mes, asistiendo a clases a tiempo completo.

En los resultados preliminares de nuestra encuesta, el 25% de los estudiantes encuestados afirmó que al menos una vez a la semana no comía nada en todo el día porque estaba demasiado ocupado. El 20% afirmaba que al menos una vez a la semana no podía permitirse comida sana o nutritiva y alrededor del 37% afirmaba que no tenía acceso a alimentos saludables, incluso cuando conocían la existencia de programas de ayuda para obtener alimentos como CalFresh.

No es de extrañar que el 80% de los encuestados tuviera en cuenta el precio a la hora de elegir alimentos. Sin embargo, el 75% de los estudiantes basan sus decisiones en términos de comodidad y acceso a la comida. Casi un 70% afirmaba seleccionar alimentos según la familiaridad, el confort o la importancia en cuanto a cultura, identidad o estilo de vida. Más de un 60% afirmaba comer en su restaurante favorito, en muchas ocasiones un establecimiento de comida rápida, porque resulta reconfortante.

Excluyendo el control local

Los restaurantes de comida rápida no solamente son problemáticos por sus menús ricos en calorías, sino que son negocios muy concentrados. Diez compañías son propietarias de más de 50 de las mayores cadenas de restaurantes del mundo. Muchas franquicias cuentan con múltiples propietarios, la mayoría de los cuales probablemente no residen en la comunidad local. Por lo tanto, las comunidades locales no pueden controlar la cadena alimentaria.

Este tipo de poder adquisitivo concentrado controla cómo se cultivan y comercializan los alimentos en todo el mundo. Un principio básico de mi disciplina, la economía agrícola, es que el comercio internacional puede beneficiar a todos. Pero la realidad es que esta desproporción del poder corporativo sobre la cadena alimentaria ha creado "desiertos alimentarios" donde la gente no puede adquirir alimentos saludables.

Estableciendo nuevos hábitos

La comida y los restaurantes crean vínculos emocionales. Se trata de algo complejo, puesto que los hábitos de comida rápida son una "parte normal" de la cultura estadounidense y la población más vulnerable no suele disponer del tiempo o los recursos necesarios para salir de dichos hábitos.

En vez de criticar las decisiones personales de la población, creo que como sociedad podemos establecer nuevas formas de alimentarnos. Por ejemplo, a modo de respuesta al coronavirus, algunas comunidades están vinculando organizaciones benéficas y restaurantes para cocinar y llevar comida a aquellos hogares con inseguridad alimentaria. En California, el programa CropMobster Exchange permite que los alimentos cosechados en la zona lleguen a quienes más los necesitan.

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Tras el confinamiento en los hogares, las comidas caseras se pueden volver a convertir en un hábito. Según varios informes, los estadounidenses cada vez se sienten más cómodos entre los fogones y a la hora de consumir alimentos más saludables como resultado de las medidas de confinamiento para permanecer en sus casas. También existe una renovada concienciación sobre los beneficios de la seguridad alimentaria que aportan las comidas caseras y el valor de mantener un suministro de alimentos locales.

Conocer estos datos hace que las comunidades puedan controlar mejor cómo se producen, procesan y preparan los alimentos. Muchos estadounidenses han comenzado a plantar huertos de la victoria COVID-19. En algunos lugares, los congeladores y las despensas comunitarias ofrecen una forma sencilla de donar alimentos directamente a aquellas personas que los necesitan.

En mi comunidad, donde los árboles frutales abundan, puedes donar tus excedentes de fruta al banco de alimentos de la zona o participar en la recogida de fruta como voluntario como parte del programa Picking for a Purpose. Plantear soluciones más creativas al problema puede ayudar a crear nuevos vínculos y rutinas que faciliten la buena alimentación de las comunidades.

Fotos: Vincent Yu, Utrecht Robin/ABACAPRESS.COM

Autor: Catherine Keske, profesora adjunta de Gestión de Sistemas Complejos por la Universidad de California, Merced.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

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