Es una escultura, no un cachalote, y que alberguemos dudas sobre ello es su brutal mensaje

Es una escultura, no un cachalote, y que alberguemos dudas sobre ello es su brutal mensaje
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Signo quizá de que la renaturalización del Manzanares ha llegado demasiado lejos, un cachalote ha aparecido hoy varado en pleno centro de Madrid. ¿Es plausible? No, pero de algún modo su presencia ha arrojado la sombra de la duda. Si parece un cachalote, es igual de grande que un cachalote, y es indiferenciable de cualquier otro elemento que no sea, en fin, un cachalote muerto, ¿qué puede ser si no un cachalote? La pregunta, en pleno 2018, parece razonable.

Y ese es el punto de la escultura.

¿Qué es? Porque en el fondo no es sino una escultura promocionada por el propio Ayuntamiento de Madrid a través de la campaña #UnCachaloteEnMadrid. Lo cierto es que dista de ser novedosa, y ya se instaló con éxito en París, Valencia o Londres de la mano del colectivo artístico Captain Boomer Collective. Allí, al igual que en otras ciudades, la reacción fue similar: shock, racionalización, sorpresa. Y al final, reflexión. ¿Cómo pudimos creer que un cachalote había llegado tan lejos?

¿Qué dice? Si podemos creerlo es porque los precipitados acontecimientos del cambio climático, y lo común de hechos antaño tan sólo factibles en nuestra imaginación, nos conducen a ello. En 2018 hemos visto cómo las aguas del Ártico se fusionaban con las del Atlántico debido a las altas temperaturas; cómo otro cetáceo aparecía muerto en las costas cantábricas españolas tras haber ingerido 30 kilos de plásticos; o cómo los granjeros australianos se lanzaban a la caza de miles de canguros ante la acuciante sequía y la brutal competencia por un cubo de agua.

Un cachalote varado en Madrid sólo puede ser fruto de una distopía. El problema es que las noticias del día a día nos parecen acercar a ella.

¿Por qué? Hay más mensajes de fondo: ante todo, concienciar sobre la pesca masiva y sus consecuencias en el medio ambiente. Ciudad Distrito ha querido escenificarlo al modo Orson Welles en La Guerra de los Mundos, simulando entrevistas a expertos en cetáceos y retransmitiendo la noticia en la radio municipal para mayor impacto. La consecuencia natural es que numerosas personas, de forma casi instintiva, hemos creído que aquella ballena podía ser real.

¿Qué más? La elección de un cachalote tampoco es trivial: el cambio climático tiene un impacto evidente en las poblaciones de cetáceos. Las ballenas de diversas especies reaccionan de forma diversa. En las aguas del Pacífico Norte, por ejemplo, el aumento de las temperaturas ha podido provocar las repentinas oleadas de ballenas muertas en las costas de Alaska y Canadá (a menudo hasta una quincena a la vez). Algunas de ellas se están dirigiendo cada vez más al norte a por su comida, ante el calentamiento de las aguas, dejándolas más expuestas.

Pese a que algunas especies parecen inmunes a los cambios de temperatura, otras sí se ven amenazadas. Las variaciones térmicas, ahora tan drásticas, están cambiando sus rutas migratorias, obligando a emprender viajes más largos y con mayor antelación a lo que solían. La búsqueda última es un trozo de krill que llevarse a la boca, sustento básico para muchas de ellas y, también, cada vez más esquivo. Y sí, todo esto las convierte más vulnerables a una extinción masiva.

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