¿El fútbol no interesa a los jóvenes? Las medias verdades del argumento blandido por la Superliga

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Florentino Pérez acudió anoche a El Chiringuito para discutir (es un decir) los motivos que han conducido al Real Madrid y a otros once clubes europeos a crear la Superliga. Uno ha llamado la atención de las redes sociales por sus connotaciones proféticas: "Los jóvenes prefieren entretenerse de otra manera, dicen que un partido se les hace muy largo. A lo mejor hay que acortarlos". Pérez acompañó esta idea de un dato: el 40% de "los jóvenes" ya no tienen interés en el fútbol. Es un porcentaje utilizado ya por Agnelli, dueño de la Juventus, siempre sin fuente.

¿Cuánto tiene de cierto? Dado que es un pilar argumentativo de la Superliga, merece la pena explorarlo.

La idea. Dice así: hartos de encuentros irrelevantes entre los entidades menores que no interesan a nadie, tales como el Getafe o el Eibar, las nuevas generaciones habrían abandonado en masa el fútbol. Carente de espectáculo, estaría arriesgando su futuro. La solución pasaría por ofrecer más partidos entre los mejores equipos, poseedores de las principales estrellas. Una superliga que, semana a semana, gran partido a gran partido, reenganchara a los jóvenes. Florentino Pérez, prescriptor, también sería la solución a las turbulencias que acechan al fútbol.

¿Es así? Vayamos por partes. Es cierto que el fútbol está perdiendo audiencia de un tiempo a esta parte. La temporada 18/19 de La Liga tuvo un 13% menos de espectadores respecto a la anterior, tendencia agravada por el coronavirus: la vuelta a las competiciones ha deparado magros resultados televisivos, con un 6% menos de seguidores pese al cierre de los estadios. Geca y Kantar estiman que La Liga ha pasado de un 3,5% de cuota de pantalla antes de la pandemia al 2,7%; la Liga de Campeones también habría caído, pasando del 0,15% al 0,13%.

Es general. La fuente de los datos es difusa dado que las cadenas privadas, tenedoras de los derechos, tienden a la opacidad a la hora de difundir audiencias. Pero podemos asumir su veracidad. El interés por el deporte ha caído durante los últimos años. Lo saben bien las ligas americanas, referentes de la Superliga: el seguimiento de las principales competiciones durante 2020 se desplomó un 38% entre la franja de edad de los 18 a los 45 años. La dinámica es general para la televisión: en Estados Unidos la audiencia agregada ha caído un 15% en el último lustro; y España registró su mínimo histórico a finales de 2019.

Los jóvenes. Vemos menos la televisión. Y por tanto el fútbol. ¿Pero la hemorragia la causan las nuevas generaciones? Tampoco aquí hay datos o encuestas precisas. La más citada por los medios de comunicación es un estudio elaborado por Morning Consult, consultora estadounidense, el pasado mes de septiembre: sólo el 8% de la generación Z declaraba seguir diariamente algún deporte, frente al 15% de su inmediata antecesora, la millennial, y al 13% de la población adulta.

Los Z manifestaban menos interés en el deporte en cualquier faceta. Sólo el 53% se identificada como un "aficionado deportivo", frente al 69% de los millennial. Las cifras no eran igual de dramáticas para todas las ligas. La NBA resistía muy bien (47% de seguimiento entre los Z; 49% general); mientras la MLB, el béisbol, se estampaba (un 32% frente a un 50% general). Por ahí se colaban los eSports, seguidos por un 35% de los más jóvenes, más que instituciones boomer como la NASCAR.

Ok, pero en EEUU. Es importante recalcar esto: el sondeo de Morning Consult sólo se ocupaba de la población estadounidense. Con su particular cultura deportiva. La crisis, además, parece exclusiva de la generación Z. Los millennial puntúan al alza en todas las métricas utilizadas por las consultoras, siendo la generación con más interés en el deporte (su paso a la madurez coincidió con dos décadas de expansión televisiva y mediática de las grandes ligas); y la generación Alpha, la posterior a la Z, ve más deportes por TV o streaming (43%) que la Z (34%), al menos según sus padres (aún son demasiado jóvenes para tener datos firmes).

Los millennial, recordemos, superan ya la treintena, y son ya el grupo demográfico clave (por consumo y capacidad de gasto). Y ellos sí siguen el deporte. Hay crisis, pero no hay apocalipsis.

¿Y en Europa? Menos aún si cruzamos el charco. Las audiencias siguen resistiendo tanto en Reino Unido (800.000 espectadores regulares pese a emitirse íntegramente en canales de pago) o Alemania (creciendo a un ritmo del 27% y batiendo todos sus récords). Un estudio de IPA para las islas niega la mayor de Florentino y Agnelli: el 45% de los aficionados de entre 18 y 24 años piensa invertir más en fútbol (del modo que sea) cuando la pandemia termine, un porcentaje superior al 32% de la población general. Sólo un 12% de los jóvenes espera gastar menos (frente al 16% adulto).

Diversificando. ¿Qué pasa? Que esa inversión tiene hoy muchas formas y no se limita sólo al pago por visión. Prefieren consumir contenido en redes sociales o en streaming antes que en las plataformas televisivas; también tienen más interés en productos audiovisuales extra-deportivos, como lo que sucede entre bambalinas, y en interactuar directamente con sus ídolos. También invierten muchísimo en videojuegos: el FIFA se ha convertido en un fenómeno social y universal, pasando de los 19.000.000 de usuarios en 2015 a los más de 37.000.000 en la actualidad.

Y a jugar. Otra queja reciente amplificada por los partidarios de la Superliga es que los niños "ya no juegan al fútbol". Al tratarse de evidencia anecdótica y observacional es muy difícil de rebatir (¿cómo se mide el número de partidillos de barrio al año?). Pero sí podemos acudir a las licencias federativas. En un contexto de adelgazamiento demográfico en las cohortes jóvenes, la RFEF ha pasado de contar un total de 391.000 licencias federativas entre juveniles y prebenjamines en 2007... A más de 574.000 en 2017, con un enorme repunte entre infantil y benjamín.

El problema. Es decir, jugarse, se sigue jugando. Y seguirse, también. Lo que pasa es que lejos de los canales habituales a los que estaban acostumbrados los clubes, y en parte por su culpa. Como ilustra la BBC, los jóvenes quieren ir a los estadios. Lo que pasa es que las entradas se han puesto imposibles para sus bolsillos: el 80% de los aficionados Z acude mucho menos al campo de lo que desearía; y el 55% ya no va casi nunca por el precio de las entradas. Podemos imaginar las cifras para España contando con que la asistencia general es muchísimo menor.

Las no-soluciones. Los jóvenes (18-24) compraron en 2017 el 4% de los tickets de la Premier League, disparando la edad del espectador medio a los 41 años. Los chavales tienen interés en el fútbol, pero el fútbol no ha parecido tener mucho interés en ellos. Si desean ir al campo, se topan con entradas de 100€; si quieren ver los partidos, reciben un calendario desordenado y suscripciones caras (cuando antaño había partidos en abierto; a día de hoy aún muy vistos); si tienen interés en contactar con los futbolistas y generar cierto sentido de comunidad, les cierran los entrenamientos y generan burbujas infranqueables.

Es cierto que se consume menos televisión y que los derechos televisivos siguen siendo la piedra angular de las ligas. Pero en un tiempo en que las nuevas generaciones de aficionados reclaman contenido menos exclusivo y abierto, diversificación de las retransmisiones y un contacto más profundo con los equipos, el fútbol ha respondido con un cierre generalizado, excepto pago, de sus actividades. Se ha aislado. La Superliga parte de un diagnóstico dudoso (el fútbol no interesa) para aplicar soluciones que ahondan en los defectos que la industria arrastra desde hace años.

Imagen: Matthew Childs

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