No es más ecologista el que compra local sino el que no come ternera, según este gigantesco estudio

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A veces nuestras imágenes mentales nos traicionan. Muchos de nosotros, especialmente aquellos preocupados por el medio ambiente, se imaginan cadenas de suministros infinitas. Absurdos viajes en barco de legumbres, frutos secos o productos cárnicos que podrían no haber tenido que recorrer miles de kilómetros para llegar a los lineales de nuestros supermercados. Habría bastado con apoyar el consumo local, deduce nuestra mente, como tanto se cacarea desde algunos productos “bio” de las tiendas.

Comprar local no sólo no es suficiente para acabar con el cambio climático, sino que tampoco es lo mejor que puedes hacer para reducir tus emisiones.

El estudio. Lo que acabamos de decir no es nuevo dentro del ecologismo, pero sí es bastante reciente tanto el estudio como la visualización creada por Our World in Data del que nos valemos ahora para probarlo. Dos doctores de Oxford publican en Science un metaaálisis de los sistemas globales alimentarios de 119 países, con datos de 28.000 granjas comerciales de todo tipo de productos. Aquí puedes ver la cantidad de gases de efecto invernadero que suponen las distintas fases del proceso: la explotación del suelo (verde), el trabajo de criado (marrón), alimento de animales (naranja), procesamiento (azul), transporte (rojo), energía implicada en la venta (amarillo) y los envoltorios (gris).

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La proporción es asombrosa: ternera, cordero y queso se llevan la palma, siendo el trabajo en las granjas el que más recursos extrae con diferencia. El cerdo aparece a mitad de la lista, en apariencia mucho más saludable que el filete de vaca, principal enemigo del planeta según lo que estamos viendo. El chocolate y el café también son especialmente abusones, así como, para nuestra sorpresa, los langostinos (prawns).

La conclusión es sencilla: y tal y como señaló un estudio publicado en Environmental Science & Technology en 2008, y en base a la media de las elecciones alimenticias del hogar estadounidense prototípico, si una familia sustituyese las calorías consumidas por una única comida semanal de ternera por una alternativa que puede ir desde el pollo o los huevos hasta alimentos procedentes de la tierra, reducirían las emisiones de efecto invernadero más que si comprasen toda (toda) su comida procedente de entornos locales.

El mito del pijo vegano: también esta semana ha circulado ampliamente en redes sociales otros informes de 2018 y 2019 que pulverizan algunos de nuestros prejuicios colectivos (o, siendo justos, prejuicios que tiene al menos una buena parte de la población, que no toda). Según una serie de encuestas de Gallup, hay muchos más veganos o vegetarianos entre la gente pobre que entre la rica (de hecho, a más dinero tengas, más posibilidades de que seas carnívoro) y más entre la gente de distintas etnias a la blanca que en esta. En lo que sí se confirma el tópico es en lo ideológico: hay el doble de veganos entre los liberales que entre los conservadores.

Así, en Estados Unidos el vegetariano promedio es una chica negra neoyorkina de 30 años que gana menos de 30.000 dólares al año y que votó a Hillary.

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