Es normal que te encante cotillear: cumple una función social más importante de la que aparenta

cotilleo
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¿Qué hizo el primer ser humano cuando adquirió la capacidad de hablar? Chismorrear sobre su vecino de gruta. No exactamente, pero una hipótesis muy similar lleva décadas recorriendo algunos de los libros más populares sobre la evolución humana. Planteada originalmente por el antropólogo Robin Dunbar, la idea del cotilleo como grapa social no ha merecido mayor consideración científica. Hasta ahora. Un reciente estudio ha arrojado algo de luz sobre su función más allá de su connotación negativa.

El trabajo. Publicado el pasado mes de abril en la revista Current Biology, el trabajo parte de una premisa clave: el 65% de las conversaciones que mantenemos en nuestro día a día versan sobre "temas sociales", de los cuales una buena parte consisten en "cotilleo" (el 14% del total). Es decir, de un modo u otro, chismorrear, entendido como el acto de hablar sobre la vida de los demás o sobre cuestiones de carácter íntimo y personal, ocupa buena parte de nuestro tiempo. ¿Con qué propósito?

El experimento. Ajenos a cualquier connotación apriorística y negativa (hablaremos sobre esto más adelante), los dos autores, Luke Chang y Eshin Jolly, realizaron un experimento digital con varias decenas de participantes divididos en grupos de seis. El mecanismo del juego era simple: cada persona recibiría 10$ en diez rondas consecutivas, y en cada ocasión tendría que elegir entre poner el dinero en un bote común o quedárselo para sí. El bote se multiplicaría por 1,5 al final de las rondas y se repartiría equitativamente entre todos los implicados.

Es fácil entrever el dilema. Si no compartes tus 10$ en un par de rondas terminarás el juego con más dinero que el resto. Un incentivo perverso clásico del "bien común" (mi bienestar vs. el bienestar del grupo) Chang y Jolly diseñaron el juego de tal modo que no todos los participantes supieran lo que estaban haciendo los demás. Esos grupos de seis personas no tendrían toda la información sobre el comportamiento de todos los participantes. Una vez terminado, la única forma de saber quién había contribuido al bien común y quién no era... Cotilleando.

Los resultados. El chismorreo así se convertía en un instrumento social, no en un mero entretenimiento vacío de contenido. Lo desarrollan en este reportaje del New York Times: "Nuestro trabajo sugiere que hay más riqueza [en el cotilleo] de la que estamos dispuestos a admitir. Cuando hablo contigo sobre alguien o sobre algo, aunque sea en términos negativos o positivos, decidimos tomar la temperatura sobre cómo nos sentimos sobre nuestro entorno social a gran escala. 'Esta persona hizo esto, ¿qué crees que significa? ¿Crees que está bien'". Es un medidor social. Una forma de informarnos sobre la moral pública.

Relaciones, socialización. En el camino, el cotilleo se convierte en la vía más rápida hacia la socialización. "Es útil porque ayuda a las personas a aprender a través de las experiencias de otros, al tiempo que les permite estrechar sus vínculos en el proceso", añaden. ¿Qué haces cuando te topas con un amigo al que no has visto desde hace mucho tiempo? Te pones al día, mucho antes que debatir la nueva factura de la luz o la última polémica en redes. Chismorrear facilita reforzar los lazos sociales, una tesis que lleva circulando en los estudios evolutivos bastantes años.

Hay que informarse. En esencia, cotillear consiste en difundir lo que tal o cual persona ha hecho o ha dejado de hacer. Reducida a su mínima expresión, la acción sólo tiene un propósito: informar. En el caso concreto del experimento, sobre los "free-riders", los aprovechados; pero en perspectiva histórica, cuando la principal fuente de información para la humanidad era oral, sobre lo que está pasando en el mundo. Una forma de compartir hechos e ideas, de construir colectivamente un relato sobre lo aceptable y lo inaceptable. De sentar las bases para cooperar.

Por supuesto, el cotilleo tiene enormes externalidades negativas. Llevado a sus últimas consecuencias puede ser tóxico (una toxicidad que lleva décadas alimentando a la siempre boyante prensa rosa). Pero también es muchas otras cosas, y no siempre te debes sentir mal por ello.

Imagen: Ilyuza Mingazova/Unsplash

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