Teletrabajo en un piso de 35 metros cuadrados: "Trabajo en la cama porque no tengo más espacio"

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Como cada fin de semana desde hace siete años, Berto Romero y Andreu Buenafuente emiten 'Nadie Sabe Nada' 'Nadie Sale Nada', el podcast de improvisación que ameniza la hora del vermú de la cadena Ser. A juzgar por las fotos compartidas por Berto Romero, queda demostrado que ni siquiera uno de los cómicos más exitosos del panorama nacional se libra de trabajar en unas condiciones situadas a las antípodas del significado de "ergonómico".

Del mismo modo que Berto Romero ha montado un estudio de grabación a base de encintar el micrófono, los cables y hasta el propio módem con cinta de carrocero, el resto de las personas que teletrabajan desde el pasado 16 de marzo también han hecho su particular encaje de bolillos. Sin embargo, las características de la vivienda de cada uno determinan y mucho las posibilidades de adaptar la casa a la ergonomía que requiere el espacio de trabajo.

Al igual que percibimos las diferencias del confinamiento entre quienes cuentan con un balcón y aquellos que ni siquiera tienen ventanas que den al exterior, la escala de grises del teletrabajo es igual de extensa. Hay personas que están trabajando en la cama porque no tienen otro sitio donde hacerlo, otros que lo hacen en la mesa del comedor con su hijo reclamando atención cada tres minutos y quien sobrelleva la jornada como puede sentado en un taburete de cocina.

Y, ahora que el gobierno ha decidido prorrogar dos meses más el teletrabajo, a muchos se les ha pasado por la cabeza la misma pregunta: ¿qué podría hacer para mejorar esta situación? Pero la realidad es que no todos pueden acceder a una salida satisfactoria. Entre que las sillas de oficina se agotan por momentos y que algunos viven en estudios tan pequeños que no hay ni un solo un rincón libre para colocar un escritorio, la fotografía general que nos queda dista mucho del teletrabajo idílico que vemos en Instagram.

35 metros para trabajar y vivir no son suficientes

José Ortega tiene 33 años y es periodista. Hace un par de meses decidió dejar Valladolid para multiplicar sus posibilidades profesionales y, ahora, vive solo en un piso de 30 metros cuadrados en Madrid: "Me mudé a este apartamento porque era económico y no tenía la intención de pasar tantas horas aquí encerrado. Sin embargo, ahora me veo sentado en una silla de camping y currando todo el día en un espacio que da a un patio interior con poca luz", explica en una conversación con Magnet.

A pesar de que la casa de José es muy pequeña, tiene "la suerte" de tener paredes, un bien muy valorado en tiempos de confinamiento y teletrabajo. Aun así, dice que le resulta muy complicado desconectar y no vincular todas las horas del día al trabajo.

En una situación todavía más complicada que la de José se encuentra Mónica, otra periodista de 31 años que reside con su pareja, en un estudio de 35 metros situado en Madrid. A diferencia de José, no cuenta con un escritorio donde poder trabajar ni con paredes que dividan las diferentes estancias. Ella trabaja desde la cama y su pareja en el sofá: "La experiencia del teletrabajo en estas circunstancias está siendo horrorosa porque no tengo ningún espacio cómodo para hacerlo. Trabajar en la cama hace que esté muy mal a gusto. Me duelen las piernas de tenerlas todo el rato estiradas y he comenzado a tener problemas de cervicales por estar todo el rato apoyada en almohadas", expone.

Imagen De Ios
Así es la zona de trabajo que tiene José, en su piso de 30m2

Debido a que la casa de Mónica es muy pequeña, la cama ha comenzado a ser el punto donde más horas pasa: "Trabajar en el dormitorio hace que se mezclen actividades todo el rato. Los días que tengo mucho trabajo acabo comiendo sobre ella e, incluso, a veces cojo el ordenador para apuntar una cosa cuando estoy viendo una serie por la noche", explica. A pesar de todo, la peor parte de estar todo el día tumbada sobre un colchón es el cansancio que constantemente siente. "Muchas veces estoy trabajando y literalmente lo que me apetece es ponerme a dormir. Es como si mi mente hiciese click y me dijese: descansa ahora. Y eso me genera más ansiedad porque siento que me cuesta rendir bien", apunta.

Alba Cordero, guionista de 29 años que vive en Madrid con su mejor amiga, reconoce estar acostumbrada a teletrabajar desde su casa de 40 metros. "Quizás la peor parte es que apenas tengo luz natural. Mi piso da a un patio interior poco luminoso y si coincide que el día está nublado me paso de nueve de la mañana a siete de la tarde con el flexo encendido", sostiene.

¿Espacio ergonómico? ¿Eso qué es?

La normativa que regula la protección de la salud en el trabajo está recogida en la ley de Prevención de Riesgos Laborales de 1995. Sin embargo, en 1997, se aprobó un Real Decreto que incluye las disposiciones mínimas de seguridad y salud relativas al trabajo con pantallas de visualización.

En esta última normativa, se recomienda utilizar un teclado independiente a la hora de trabajar con un portátil y elevar el ordenador unos centímetros para que la pantalla quede a la altura de los ojos. También se aconseja que el teclado esté situado a 10 centímetros del borde de la mesa, para que permita apoyar las muñecas al teclear, y que la pantalla esté a una distancia mínima de los ojos de 40 centímetros.

Alba
El escritorio de Alba está situado entre la cama y la puerta.

Como es obvio, las características de las viviendas descritas en los párrafos anteriores no cumplen con las pautas mínimas de seguridad y salud que la ley exige a las empresas. Por eso, algunas compañías sí han tenido en cuenta este aspecto y han invertido en mejorar las condiciones del trabajo en remoto de sus empleados. Y este es precisamente el caso de Anna, una abogada de 29 años que desde el pasado 10 de marzo trabaja desde su salón de Móstoles: "Ahora lo llevo algo mejor, pero las primeras semanas fueron horribles. Trabajaba con un portátil de 13' que hacía que, a mitad de la jornada, ya me doliese la cabeza y se me nublase la vista", explica.

"Al verme en ese punto lo vi claro y utilicé el dinero que mi empresa nos había facilitado para hacer frente a este tipo de situaciones. Me compré un monitor, un teclado y un ratón. Ahora que han pasado dos semanas más, noto que lo que más está sufriendo es la espalda porque trabajo en la mesa del comedor. He comenzado a mirar sillas de oficina, pero entre que se están agotando y que no tengo espacio para guardarla después del confinamiento, no me decido", añade.

Según datos recogidos por Stackline, el pasado mes de marzo, la demanda de sillas de oficina creció un 104% en comparación con las cifras de la misma época del año anterior. Igualmente, el deseo de conseguir un nuevo escritorio aumentó un 89% y el de hacerse con un monitor de ordenador aumentó un 172%, convirtiéndose en el trigésimo producto más demandado de este confinamiento. La tendencia se confirma al entrar en Amazon y ver que algunas de las sillas más vendidas están agotadas y que las mesas plegables se han convertido en lo más vendido de su categoría.

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Así es el espacio que ha improvisado Adrián en mitad del salón de su casa.

Al igual que Anna, Adrián Muñiz y Sheila trabajan sentados en condiciones que son de todo menos ergonómicas. "Para mí lo peor del teletrabajo está siendo la silla. Es la misma que utilizaba en bachillerato y el respaldo está súper cedido hacia atrás. Además, es demasiado baja para el escritorio y estoy muy incómoda a la hora de escribir o utilizar el ratón", explica Sheila, una técnico de recursos humanos de 30 años que decidió pasar el confinamiento en casa de sus padres por evitar hacerlo sola.

En el lado opuesto de la ergonomía también está Adrián. Este delineante de 39 años y natural de Gijón lleva cinco semanas trabajando en una banqueta, pero sorprendentemente reconoce estar mejor que nunca de la espalda. Igualmente y tras ver que esta situación podía alargarse aún más, Mónica se hizo con una mesa plegable para que trabajar desde la cama se le hiciese menos pesado: "Aunque nunca compro nada en Amazon, me decidí a hacerlo porque literalmente me estaba yendo la salud en ello", apunta.

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Sheila trabaja desde la antigua habitación de su hermano mayor, en un escritorio donde no me entran las piernas y con una silla muy baja que está estropeada.

"Vivimos en unas condiciones que no fomentan la salud mental"

"Cuando trabajamos fuera de casa, al salir de la oficina nos damos un paseo hasta el coche, el metro o el autobús. Esto nos permite ir cambiando poco a poco el modo psicológico del trabajo para entrar en otro relacionado con el descanso", explica Jara Pérez, psicóloga especializada en terapia sistémica familiar y autora del libro 'La locura como superpoder'.

Si el mero hecho de estar confinados y teletrabajando ya sirve para incrementar la ansiedad de cualquiera, vivir en una casa que no permite separar lo laboral de lo personal puede agudizarla aún más. Esta situación es la que lleva a Sheila a cerrar todos los viernes la puerta de la habitación donde trabaja y a Mónica a sentir que "el despertar de cada mañana es una condena" que la llevará a salir de la cama para hacerse un café y volver a la misma para empezar a trabajar.

"Es todo como un continuo. Yo acabo de dormir, me lavo la cara y ya estoy otra vez en la cama trabajando. Y la gente me dice 'es mejor que te vistas', pero es que no me voy a vestir para estar en la cama. En mi cabeza no tiene sentido", argumenta la periodista.

Según Jara, no solo la falta de división de espacios es caldo de cultivo para desarrollar crisis de ansiedad o depresiones, también lo es la privación de la intimidad y la falta de concentración derivada de mezclar el trabajo con los cuidados. Anna trabaja junto a su hijo de seis años y Miguel, un periodista de 35 años que también reside en Madrid, saca artículos adelante con un ojo puesto en la pantalla y el otro vigilando a su hijo de diez meses.

"Lo peor del teletrabajo es el bebé. No le puedes dejar más de diez minutos solo. Por no hablar de que tampoco sabemos cómo le está afectando todo esto, pero el caso es que no duerme jamás del tirón, lo que nos deja también agotados a nosotros. Como colofón, vivimos encima de un matrimonio bastante mayor que cuando el niño gatea o tira algo al suelo, nos gritan porque les molesta", comenta.

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El comedor de Anna donde diariamente teletrabaja junto a su marido y su hijo.

Anna también reconoce tener más ansiedad de la habitual, entre otras cosas, porque teme constantemente no llegar a los plazos impuestos desde su trabajo por las interrupciones constantes de su hijo: "Es un desgaste enorme. Aunque sabe que no puede molestarme todo el rato, demanda mi atención más de 120 veces al día y, claro, a la 121 ya no puedo más. El único momento que tengo a solas son diez minutos que me encierro en el dormitorio principal a hacer un poco de yoga o cuando salgo a la compra una vez a la semana", comparte. Y añade que, a pesar de todo, intenta no quejarse porque al menos conserva su trabajo y tiene una pequeña terraza.

Sin embargo, Jara advierte que esta privación constante de la queja solo nos lleva a incrementar la frustración: "Tenemos mucho miedo a perder el trabajo o a que nos echen del piso en el que estamos, pero ese miedo no lo tenemos por la cara, nos lo han inculcado. Por eso, es normal que al estar todo el día encerrados se incremente la impotencia, la ansiedad y la mayoría de los males que estamos viendo hoy en día", concluye.

*Algunos de los entrevistados han preferido que este reportaje se publique sin hacer referencia a sus apellidos.

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