He pasado todo 2017 sin ver series y esta es mi experiencia

He pasado todo 2017 sin ver series y esta es mi experiencia
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Antes de empezar, lo señalamos nosotros ya mismo: negarse a ver series (al igual que renunciar a cualquier tipo de ocio o arte sólo por presentar un formato) es, de base, una idea caprichosa y estúpida.

Pero, y aquí viene la segunda parte, una cosa son las formas de ocio y otra sus modos de uso. En mi caso particular reconozco tener varios problemas con las series. La principal, que suelen conducirme a un consumo descontrolado. El serial tiene un componente de adicción que me lleva a gastar tiempo a la espera de, básicamente, el chute en forma de resolución de tramas o giros de guión mientras mi cerebro procesa las imágenes en piloto automático, con el neocórtex desconectado.

La segunda es que, cuando echo la vista atrás, compruebo que casi nunca han logrado aportarme demasiado. Pienso en todo ese tiempo con la amarga sensación de no haber aprendido nada (cosa que sí me sucede con películas o libros) ni de habérmelo pasado especialmente bien por el camino (caso de los videojuegos).

Sé que hay gente para la que, como a mí, los atracones de series se convierten en muchos casos en la excusa dopamínica para dejar que nos venza después la apatía y la autocompasión. Así a ojo, el año pasado pasé unas 180 horas de mi vida viendo series.

Así que, ¿por qué no parar este círculo vicioso del pique decepcionante y probar a vivir sin series una temporada? A comienzos de este año viajaba a Alemania, un país que pone muchas restricciones a las descargas (y reconozcámoslo, ver series también ha ido muy unido a esto, aunque cada vez menos), así que aprovechando las circunstancias decidí desintoxicarme de este hábito durante todo un año. Esta ha sido la evolución y las lecciones aprendidas por el camino.

El mono de los 20-40 minutos

El primer efecto en hacerse notar es el vacío que dejaron las series en un par de rutinas. Trabajo en casa, y como muchos de los que pasan mucho tiempo en ella estaba habituada a ver un capítulo (nunca es un capítulo) de loquesea a la hora de comer. Busqué alternativas tirando de canales de Youtube y fragmentando el visionado de películas y documentales (una mitad de día, la otra de noche). Al final lo que mejor me funcionó fueron los podcast, medio que apenas conocía y al que me he aficionado bastante. Para actualidad Carne Cruda o THR. Para cosas más especiales Film Comment, S Town o You Must Remember This.

A lo largo de todos estos meses, eso sí, ha habido momentos de auténtico mono televisivo. Un deseo irreflenable de ver un entretenimiento sencillo. Me apetecía mucho echar mano de sitcoms o de series de dibujos del estilo de Gravity Falls o Bojack Horseman. Mi cuerpo me pedía series, y cuanto más estúpidas, mejor.

En esos túneles del antojo era cuando menos sentido le veía al reto. Pero a las pocas horas de cruzarlo dejaba de tener esa ansiedad inicial. Entonces pensaba en lo que hubiera ocurrido de haber cedido: sé que no habría podido ver sólo un episodio, habrían sido dos o tres por lo menos. Problema que comparte mucha más gente: según conclusiones de Netflix, el 60% de los espectadores de series se ve de una sentada de 2 a 6 capítulos. El pretexto de la serie como formato idóneo para ratos cortos sólo sirve para la minoría estadística.

Además, también sabía que en las semanas siguientes habría tenido que completar esa temporada o esa serie cuando, en realidad, sólo había deseado ver un capítulo de una serie en un espacio temporal muy corto. Pasa igual que con las compras que sospechamos son impulsivas: merece la pena esperar.

Los circuitos del hype

Segundo rasgo que se hizo muy palpable en este año sin series: éstas tienen un componente de pegamento social. Forman parte de nuestra conversación entre los círculos de amistades. Y esto me causó algunos inconvenientes personales.

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Más allá de los previsibles desplazamientos conversacionales durante la charla del café, recuerdo especialmente un momento, una quedada de verano donde unos conocidos me invitaron a una barbacoa + maratón de los últimos capítulos de Juego de Tronos. Es decir, que puntualmente tuve que decir que no a planes sociales por este compromiso autoimpuesto. Hubo momentos en los que pensé que me había convertido en algo peor que el colega vegano o abstemio del grupo: ellos por lo menos tienen una justificación decente.

Bromas aparte, como avistadora ajena al panorama seriéfilo puedo recordar cada serie que ha causado revuelo a mi alrededor, ya que, desde mis feeds, comprobaba cómo evolucionaba el clima acerca de las novedades que iban apareciendo.

El primer caso de fenómeno mediático que recuerdo tuvo lugar en marzo, con Por trece razones. De pronto veo a decenas de personas enganchadas y a otras tantas conversando acerca de las representaciones del bullying y el suicidio en pantalla. Se habló y mucho de esta serie, pero dos o tres meses después nadie parecía acordarse de ella. Es difícil de precisar, pero había incluso un regusto a intrascendencia cuando volvía a aparecer la obra con alguna nueva noticia.

Después llegaron Big Little Lies, Westworld, Stranger Things o American Gods, entre otras muchas. Tras un buzz inicial, el revuelo termina por desaparecer y su interés como algo que ver meses después, años después, se diluye como un azucarillo. Por supuesto es lógico que una obra, tras su emisión, desaparezca de los medios de actualidad, pero a lo que me refiero es a algo más: ¿cuántas de ellas seguirán estando en nuestra memoria dentro de cinco o diez años?

Ha habido algunas propuestas con las que me he sentido ligeramente distinta porque han apelado más a mí como espectadora. Es el caso de El cuento de la criada, una ficción que, por su argumento y por los responsables que hay detrás, tenía todas las papeletas de moverme de manera excepcional. Los críticos que tengo como referencia, además, ratificaban su calidad.

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Que voy a ver Mindhunter en cuanto acabe el año lo saben hasta en el FBI.

Aunque no sea el mismo producto, decidí conformarme con la lectura del libro original, el de Margaret Atwood. Aunque es evidente que este fue un gesto de rendición ante la agenda marcada por los medios, sirvió para mis objetivos: al haber transitado por la república de Gilead ya no sentía la necesidad de consumir la misma ficción audiovisual.

También se sale de este patrón Mindhunter, estrenada en octubre en Netflix, plataforma a la que estoy suscrita. La tenía a golpe de un clic, venía firmaba por uno de mis directores favoritos y trata un tema apasionante. Mi solución es la constatación del fracaso de mi experimento: sé que voy a vérmela en cuanto termine este periodo de abstinencia forzosa.

Series empezadas y la necesidad de cerrar tramas

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Con The Walking Dead el zombi acabas siendo tú.

No conozco a nadie que vea The Walking Dead y no esté cansado de los derroteros por los que va una serie de la que lo único que parecen que quieren es que terminen y poder pasar página. Es un caso de tantos, una de las razones para continuar en la rueda del visionado de series. A mí me ocurre, por ejemplo, con Fargo o Better Call Saul, que ya plantaron en mí la necesidad de devorarlas hasta el final.

La distancia me ha ayudado a poner en perspectiva si de verdad me interesaron tanto aquellas ficciones. The Americans y Leftovers son las dos ganadoras de entre todas las que pertenecen a esta categoría y las terminaré viendo cuando me lo permita el calendario. Pero no así todas las demás que sí habría visto de no ponerme estas barreras y seguir consumiendo series como hasta ahora.

Y entonces llegó Juego de Tronos

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Este iba a ser el momento más interesante del reto. ¿Puede alguien vivir en el siglo XXI sin seguir la serie de Poniente? ¿Se pueden ojear las redes sociales en sus meses de emisión sin sentirse como Homer Simpson en aquel bar de lesbianas? ¿Tiene sentido la obra de Benioff y Weiss como algo más que ese momentum compartido entre millones de personas al descubrir la última revelación argumental y que comentar rápidamente al día siguiente en el trabajo?

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Todavía no sé quién ha dicho "Dile a Cersei que fui yo". Y cada día me interesa menos :/

Ya hicimos aquí un pequeño experimento de lo que fue interpretar Juego de Tronos sólo a partir de lo que iba leyendo de los demás en mis círculos. Por lo que me han hecho saber, tengo mucha suerte: nadie me ha arruinado la serie. Pero la sensación final es que ya no me importa mucho saber si tal o cual personaje mueren. Ahora que ya no estamos en fechas de estreno me siento aún más al otro lado del muro.

El retorno de Twin Peaks: la serie y la antiserie

Lo que no sabía cuando decidí pasarme un año entero sin ver series es que 2017 iba a marcar el regreso de Twin Peaks y de David Lynch. Uno de los directores esenciales de nuestro tiempo iba a retomar la ficción televisiva que marcó un antes y un después en la televisión. Que a principios de los 90 propuso algo que, en definitiva, ayudó a que las series tuviesen una importancia cultural.

El Retorno no sólo iba a ser una irrepetible oportunidad de lucimiento del Lynch creador (si medimos al peso, la tercera temporada suma casi tantas horas de dirección del cineasta como la suma del resto de toda su filmografía junta), sino que era la garantía de una propuesta interesante jugando dentro de los cánones de las series, eso de lo que estaba huyendo por falta de trascendencia. Según lo que he intuido por las lecturas al respecto, se ha pisoteado el concepto de obra nostálgica. Ha ido contra el acomodamiento de las masas y contra todo lo que representa hoy en día el remake.

Así que sí, puede que haya hecho este reto en el peor momento posible. Pero al tiempo Twin Peaks también ha demostrado cómo existe la posibilidad de contar cosas interesantes con independencia del giro de guión y del spoiler que caracterizan a las series: que me haya enterado de que todo cambia a partir del octavo episodio o de que la personalidad del agente Cooper haya dado un vuelco de 180 grados no van a arruinar el visionado de la serie ni ahora ni, por lo que parece, dentro de otros 20 años.

No me mires, únete (si te reconoces como adicto)

Como ya he apuntado, esta prohibición total de ver series, cual via crucis religioso, no tiene ningún sentido. Pero como experiencia personal me ha ayudado a tomar perspectiva.

¿Sirven todas esas horas ganadas para algo? Sí, si contamos con el tiempo que ha ido a parar a películas, lecturas o directamente estar con los amigos y la familia. Pero ojo, tampoco es como para sacar pecho: si queremos ganar tiempo de verdad es mejor dejar de hacer encaje de bolillos con nuestras escasas horas libres y empezar a luchar por la abolición del trabajo.

¿Y sirve todo esto para alguien? Definitivamente, creo que sí. Al dejar de practicar el binge-watching, aunque sea a costa de cortar por lo sano, he dejado de sentirme sometida a procesos que se escapaban un poco de mi control. Por eso creo que esta puede ser una terapia interesante para aquellos que se hayan sentido identificados en estos párrafos. Esos que, como me pasaba a mí, hayan sentido alguna vez que su pulsión consumista tiene ciertos tintes de adicción.

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