Katy Perry quiere que todos seamos testigos de su camino a la perdición

Katy Perry quiere que todos seamos testigos de su camino a la perdición
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Katy Perry mira a pantalla en un video para American Idol. Está contentísima, nos dice, de participar en la próxima edición. Durante semanas se convertirá en parte del jurado de este programa de audiciones. Y aunque muchos vean en esto un acuerdo comercial inocente, en realidad es la evidencia de que las cosas le van bastante mal a una de las grandes divas musicales estadounidenses.

Perry, esa mezcla entre amiga adorablemente rarita, pin up despampanante y maestra del pop sin pretensiones, está en mitad de la promoción de Witness. Para su nuevo tour ha querido dar un giro completo a su imagen y a su sonido. Y esto es especialmente encomiable, ya que ha querido poner fin a la relación con Dr. Luke, el productor al que Kesha acusó de hacerle la vida imposible. Pero tiene una cara negativa: la otra habilidad de Luke es un talento natural para la creación de hits, suyos fueron I Kissed a Girl, Dark Horse, Part of me y otros muchos grandes éxitos de Perry.

Y el disco nuevo es malísimo.

No es un criterio meramente personal (que también), lo ha dicho la crítica de los medios afines a este tipo de producto musical. Y más importante: lo ha dicho el mercado. Chained to the Rhythm, el primer hitazo de la remesa de temas de Witness solo ha logrado colocarse en el cuarto puesto en Estados Unidos (¿Te acuerdas Katy, cuando colocaste cinco números uno con un solo disco?). Y ese ha sido su mayor triunfo.

Semanas después, cuando Chained to the Rhythm empezaba a desaparecer lanzaron el siguiente tema, Bon Appetit. Y fue un desastre, una colaboración con uno de los artistas de hip hop más codiciados del momento que apenas llegaba al puesto 76 de Billboard antes de empezar a desaparecer. El videoclip de acompañamiento es simplemente horrible, y a su emisión se le han sumado voces críticas con la representación canibalista que se hacía en el vídeo del hombre negro.

La reacción general, en realidad, ha sido la de indiferencia, y eso último es lo que no puede permitirse una superestrella en mitad de gira. Durante la caída libre de popularidad se lanza Swish Swish, con colabora Nicki Minaj. La canción se dedica, básicamente, a despotricar contra Taylor Swift, una enemistad pública que ambas cantantes alimentaron intensamente hace dos años.

Pero eso, hace dos años. Esta es una respuesta que viene tarde y que parece, más bien, un intento por resucitar una polémica que la asocia con Swift, ahora mismo con un perfil público más lustroso en el mundillo (ojo, ha funcionado, la sutil TayTay ha vuelto a colocar todo su catálogo en el antaño vilipendiado Spotify. Más gente ahora mismo escuchando discos viejos de la ex niña prodigio del country que del novísimo ensayo pseudoartístico de Perry).

Ah, pero Witness es distinto, hemos quedado. La vieja Katy da paso a la nueva, una que hace “pop con fundamento” y está aún más concienciada y despierta de las injusticias sociales. Algo muy adecuado para la estrella que en los últimos tiempos se ha visto envuelta en acusaciones de apropiación cultural y de hacer escarnio de otras mujeres.

El problema no parece tanto que haya sufrido esos reproches como que la opinión pública parece no haberle perdonado sus comportamientos del todo: cuando Miley Cirus o la mismísima Taylor Swift han recibido las mismas críticas, éstas pidieron disculpas y se les permitió pasaron página.

Katygeishahero

Y es que siempre ha sido difícil aceptarle el discurso de comprometida, de auténtica devota de los universos que está reivindicando. Siempre ha funcionado mejor como artista aislada de la vertiente política, de la creadora de hits masivos y universales que como voz de los marginados, pero parece que ahora ha pisado el acelerador.

En este último año sus colaboraciones con artistas del hip hop acaban pareciendo del todo impostadas, y cuando Katy Perry dice que le entusiasma el arte moderno y la cultura queer de sala de baile no aparenta ser tanto una persona volcada con la escena como una contratista que ha hecho estudios de mercado.

Es decir, aquí ya parece que ni siquiera se esfuerza en disimular.

Bajo este clima Perry y sus agentes han llevado a cabo otra campaña pública, inaudita hasta ahora entre sus colegas: ha hecho su propio Gran Hermano de tres días de duración en los que, permanentemente grabada durante 72 horas, los fans han podido ver a "la auténtica Perry".

Una baza de promoción de la sinceridad durante la bajona que se ha coronado con unos minutos inolvidables: la cantante llorando frente a su terapeuta, dolida de que a su público no le guste su nuevo corte de pelo y lamentando, en general, la crisis de identidad por la que está pasando la mujer detrás del personaje. También, en esa misma dinámica, estuvieron a punto de cortar el streaming cuando la cantante empezó a hacer aflorar sus anteriores pensamientos suicidas y problemas con el alcohol.

¿El resto del tiempo? Una interesante galería de estrellas invitadas al programa para hablar de diversos temas de actualidad y... muchas horas de la cantante rodeada de un séquito de asistentes que de doraban constantemente la píldora mientras la maquillaban o ayudaban a elegir el siguiente outfit. No dudamos de que la vida de las celebrities sea así, pero es posible que no sea conveniente retratar tu vida cuando estás intentando construir una imagen de humilde luchadora.

Cuando hablamos de este tipo de ambientes, de personas de cuyo éxito depende íntegramente de su imagen pública y que están acostumbradas a tener el foco apuntando en todo momento, nunca puede adivinarse dónde empieza la realidad y dónde la invención. No sabemos si aquel arranque de llantos salía de la auténtica Katy o era el siguiente paso en su estrategia por conseguir la atención de unos medios poco receptivos al menú de Witness.

Sea cual sea la verdad, la ficción de su gira actual, más después de que la cantante haya confirmado su asistencia a American Idol (un sitio al que nunca veríamos que Rihanna o Beyonce se relegan a presentar), es la del túnel. La de la estrella desorientada. La de emplear la baza de la perdición para encontrar de alguna forma de nuevo la redención como llevan diversas estrellas turnándose desde hace años. Britney sobrevivió a 2007, pero Lady Gaga a 2013, Miley Cyrus a 2014-2015 y Kanye West a 2016.

El mundo de algodón de azúcar tampoco estaba tan mal.

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