Antiplanchismo vs. Planchismo: el gran cisma de la sociedad española por la nueva tarifa eléctrica

Planchismo
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Dicen que cuando el sabio señala el cielo, el tonto mira el dedo, pero esta vez vamos a seguir el enfoque desaconsejado. Con el anuncio de los cambios en la tarifa eléctrica de estos días y los consiguientes nuevos hábitos que el Gobierno quiere promover entre los consumidores, se ha planteado cómo podríamos ahorrarnos un buen dinero planchando a las tres de la mañana (este pequeño electrodoméstico en uso consume lo mismo que, por ejemplo, nuestro aire acondicionado). Lo importante sería hablar de los profundos problemas de nuestro sistema eléctrico, pero lo que ha entretenido a las masas tuiteras ha sido lo segundo: ¿acaso no ahorramos más dinero no planchando en absoluto?

Y de la broma a la discusión: dos fragmentos de la población que hasta ahora no sabían que existían se han encontrado. Unos alucinan con que no sea de minorías disfuncionales lo de no conectar nunca jamás ese electrodoméstico. Preguntaban, asombrados: ¿y qué hacéis con las sábanas, las ponéis sin planchar? El frente contrario, tan anonadado como el otro, sufría un ictus sólo de pensar que no es que haya personas que pierden el tiempo repasando camisas, sino que lo hacen también con esas prendas caseras que nadie más que tú va a ver. Gente a la que el grupo pro arrugas podrá llamar a partir de ahora villanos climáticos.

¿Planchamos? ¿Cuánto planchamos? ¿Con qué frecuencia? Una encuesta personal con el rigor de la universidad de Jarbar (y con un sesgo de muestra favorable a los adultos culturetas) dice que el 42% ha dejado de hacerlo por completo mientras que más de un 28% sólo lo hace un par de veces al año. Otras encuestas algo más formales dictan que el 89% “no quiere ponerse ropa sin planchar”, pero ahora bien, si la cosa es tener que planchar uno mismo, 7 de cada 10 aseguran que es la peor tarea del hogar, incluso por detrás de limpiar los baños, una afirmación que también se refleja en otros sondeos británicos y estadounidenses. Para Norteamérica, una encuesta encargada por la asociación del pequeño electrodoméstico desveló una década atrás que un 41% de usuarios planchaba una vez al mes o menos.

Sí se venden menos planchas, al menos en Estados Unidos. Según NPD, las ventas al grupo de personas de entre 18 y 44 años han caído en los últimos cuatro años a un ritmo medio de un 3.5% interanual.

¿Y si planchar ya no tiene sentido? Y no lo decimos por una cuestión estética, sino funcional. Lo practicaban culturas de todos los rincones y épocas remontándonos al 400 antes de Cristo, y lo hacían para achicharrar a los piojos que causaban una tríada de jinetes del apocalipsis, el tifus, la fiebre de las trincheras y la fiebre recurrente epidémica, que en conjunción le han costado a la humanidad más muertes que todas las guerras juntas, según cuentan en este artículo científico. La idea, pues, era que el paseante con la ropa bien planchada era sinónimo de vecino saludable, cautivador, sexy de puro pulcro y bueno para desposar con tus herederos. “En cada hogar, una plancha” se convirtió en lema en 1920, y hasta aquí, cuando sólo un 23% de los que planchan lo hacen con objetivos sanitarios (y que sea probablemente el que más sentido tiene).

El caso es que la ropa de hoy necesita menos repasos. Pamela Norum, doctora en la Universidad de Missouri del departamento de gestión textil y de vestuarios, cuenta que en estas últimas décadas los fabricantes, oyendo el clamor antialisamientos, llevan años incorporando a las nuevas prendas más y más materiales inherentemente lisos, así como también más resistentes al lavado a máquina. El éxito de la cadena Uniqlo, donde utilizan como reclamo mismo para buena parte de su colección de básicos su tecnología de fibras antiarrugas, sería el mejor ejemplo de la respuesta social a un mundo liberado del tedio.

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